Ahí estaba el lugar…, irresistible como todo lo prohibido, fascinante y adrenalinico, El loquero. Uno de los últimos bastiones salvajes de nuestro Alberdi.
Una manzana de bosque y misterio, el edén , con toda la fuerza de seducción para dos mini transgresoras, que cambiaban muñecas por tubos de ensayo, vestidos por pantaloncitos de jean, y como accesorios dos valijitas de expedicionarias, con lupas y frasquitos para juntar bichos raros, así como ellas.
Llevábamos una bitácora en libretitas donde también anotábamos cosas que no s llamaban la atención de los animales y todo lo que veíamos, con nuestro rigor científico de intuición infantil.
El personal de seguridad de la expedición era mi perro MYlord, mi abuelo lo llamo así, en deshonor a un vecino ingles, ahh si la transgresión es hereditaria.
Mylord era todo menos lord, un alfa por derecho propio a fuerza de revelarse una y otra vez contra la opresión domestica.
Preparamos la expedición con dos días de anticipación, desarrollando un nuevo dispositivo «los trepadores» consistían en dos pilas eveready grandes atadas en un extremo con una soga.
Nos parábamos debajo del árbol y elegíamos una rama y así como si fuese una boleadora lo tirábamos hasta que se enganchara en la rama elegida, después probábamos escrupulosamente si nos aguantaba, si era así, con la soguita trabada, como un asistente de escalada.
Una vez testeado nuestro dispositivo hicimos un ovillo de soga y pilas y lo apretamos en la valijita para el día de la expedición.
Quedaba planear minuciosamente el mejor horario para desaparecer.
Me levante temprano, y mi mama me preparó mi mamadera, era grande, pero me gustaba tomar mi chocolatada así tirada en el sofá y porque podía leer, acerca de la mantis religiosa, tenia una especie de enamoramiento de su diseño aerodinámico.
En eso, escucho la puerta. Me paro de un salto y voy a la cocina.
– Ponemela en la taza.
Antes que mama dijera nada, vio como entraba mi amiguita por la puerta de atrás. Y empezó a reírse mientras me servia mi chocolate en la taza y le ofrecía a Sandra cómplice.
Nunca me importo la opinión ajena pero mi amiguita era una par y merecía respeto.
Partimos, con las valijitas y todo el equipo-
Llegamos por la entrada de Jc Paz y Chiclana y miramos antes de cruzar el alambrado, detrás del adelantado Mylord viendo su cola , como nuestro norte. …y entramos.
Una maravilla en plena ciudad, fuimos directo al ombú, subimos por las raíces y después usamos nuestros trepadores.
Bajamos cuidadosamente y empezamos a buscar las especies raras, encontramos una araña negra con la pincita de cejas que habiamos robado a mama, la metimos en un frasquito de gomina.
Hasta que ahí la veo en una rama, la mantis religiosa. La aprisione con las pinzas por ese cuello largo que tienen y termino en mi frasco de mayonesa.
Cuento a Sandra mi investigación.
-Sabes que come?
-Insectos así, como vaquitas de san Antonio. Le conteste.
-Bien entonces vamos a juntar vaquitas, la ponemos en una caja con plantas, y le damos de comer, vemos que hace.
Buscamos vaquitas, nos gustaban más las manchadas, las metimos en otro frasco, mientras la pobre mantis nos miraba desde su nuevo packaging.
Volvimos con nuestros tesoros y Mylord que no había dejado de acompañarnos en ningún momento.
Volvimos como siempre sucias, felices y despeinadas.
Nos obligaron a dejar los frascos en el patio y nos llevaron directo al baño, nos rasquetearon las rodillas y nos desenredaron nuestro pelo largo con tirones de peine intruso.
En la siesta mirábamos la enciclopedia británica, en casa de Sandra. Así que sigilosamente desaparecí.
Fui por la puerta del costado, ingresando los bichos de contrabando.
– Pasa rápido, mi mama esta durmiendo, mi papa y mi hermano se fueron en el velero.
Sandra había buscado en la enciclopedia britanica todo lo referente a la mantis. Destapamos el frasco de las vaquitas para iniciar la alimentación.
Yo le decía. _debe tener hambre porque dos horas para ella no es lo mismo que para nosotros porque viven menos.
Sandra pensó un momento y dijo- Si tense razón. Mira si se muere. Abrió, eficiente la valijita y saco las pinzas y las metió en el frasco. Se le resbalo. Y cientos de vaquitas cayeron a la alfombra.
– Vamos a juntarlas.
Tratamos, pero imposible. La operación resulto ser ruidosa, de todos modos continuamos a sabiendas de que en cualquier momento nos llegaba una inspección.
– Ya se – dijo Sandra. – Las aspiramos.
– Pero tu mama se va a despertar.
– Peor es que vea esto.
Así que me senté en la alfombra con las vaquitas que me subían, y la mantis mirando como se fugaba su comida.
Llego Sandra con la aspiradora pero con su mama detrás.
– Que trajeron, saquen estos bichos. Y llamo a mi mama,
Yo agrupaba las vaquitas con un secador de goma y Sandra las aspiraba.
Las mamas nos miraban paradas en la puerta del dormitorio y hablaban entre ellas de las posibles represalias por nuestro desborde vacuno.
En una media hora las vaquitas en su nuevo hogar: la bolsa de la aspiradora. Cace unas cuatro y se las di a la mantis. Mientras hablamos de la expedición.
– estuvo bueno lastima la cagada de las vaquitas.
– no se avivaron que las trajimos del loquero. Le dije.
Y nos quedamos mirando a la mantis.
– agarra la vaquita con las patas de pedir perdón.
Anotamos en las libretitas
Todo había quedado atrás éramos Sandra, la mane
Nota: La obra se situa en Rosario Argentina . Alberti es el barrio donde nací y sigo viviendo.
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