Hola, conversando con mis labios solos, en mi café cotidiano, acaricio el viento y bebo una taza de novedades. Carnaval de pobres, rostros ociosos y curiosos detienen su vida, mientras florecen los pasos nuevos, en este lugar de pueblo.

En la esquina del bar, se mira en la tarde, pasar una vida.

Un diálogo mudo, donde me pregunto y respondo en cada sorbo, mientras en las líneas dejo el recuerdo de un pensamiento, como si los dedos fueran la secretaria de una mente congelada, un helado derretido de invierno sobre el árbol seco.

Los cables de la calle dibujan un camino incierto, lleno de nudos viejos, equilibristas que dejaron sus zapatos colgados intentando mantenerse rígidos.

Un invierno callado, donde se esconde el folclore del fuego detrás del humo que de lejos veo. Espero devuelva el viento cada hoja del pensamiento… y aunque calla el árbol en leño, las raices se cubren de tibieza, bufanda roja, roja de tierra.

Apenas existen personas vagabundas como yo dando vueltas como un trompo.

Alrededor, los pájaros abandonaron las ramas para cobijar el canto que nacerá en el nuevo sol del cielo mezquino .

Parece que el mudo está sufriendo en la cama, o gozando de algunos pies enredados, hiedras a sus patas.

Humana gente… gente humana… El cotidiano instante alrededor de un café humeante, prendido en un plato sencillo, una copa de agua cual sabor a vino. Una espalda erguida abrazando el cansancio de esfuerzos en vano.

El mundo se partió… dividido entre tu recuerdo y el mío, tu casa y la mía, la inocencia y la mentira. Un puente, no como piedra, sino como la comprensión de la piedra, une la tierra.

Hola, soy yo, dando giros entre mil plegarias que no sé decir. Rezo incesante de encontrar el oculto mensaje. Revolviendo el silencio de mi taza, batiendo el tiempo, deteniendo el tedio para sobrevivir al gigante copo de frío.

La nostalgia me lleva andando, despacio a un trozo de tierra, regreso a la imagen de mi casa, casa amarilla de otoños, treinta años conmigo… En un callejón empolvado de vivencias, los jazmines abrazan los costados del camino.

Suelas de mendigos pegadas a las piedras, huellas, mil destinos. Se cuelga el corazón, galopando rumbo a mi hogar.

Piñones enhebran collares naranjas, carmines tejiendo atardeceres presentes. Por la copa de arboles , infiltrándose el sol, pinta lunares en la hierba. Aroma a tierra, damero de agujeros buscando la llanura, reposo, es rio en tormentas, laberinto adivinando los pies llegando. Canta, es pájaro que anida en cables gastados, tendidos colores, perchas engarzadas planchándose de brisa.

Multitud de vidas.. paso a paso…

La casa amarilla, lustró mis manos de barro, mis pies de césped, mi rostro de soles. Vistió de lunas el insomnio de soledades, amanecimos juntas en los sueños verdes, en cada fruto, en un pimpollo nuevo. Tuve hijos de la tierra, hice dulces, enderecé sus ramas, les abrigue del frío. Mis ojos nacían en los muros amarillos para hacerse azules en las estrelladas nubes nocturnas del silencio absurdo.

Aprendí a dibujar poemas en los garabatos de mi alma tan quieta, pinté los rincones, los muebles y hasta sus paredes tristes y añejas.

Esperé con ansias la visita de lo amado, a veces en vano, otras una orquesta.

Crecieron canas en mi cabeza. Se arrugaron mis ojos cuando llegó la tristeza. Siempre dispuesta a darme respuestas, sostuvo mi cuerpo para que no cayera. Te recuerdo en mis venas, un hogar y la leña. Te llevaré tatuada en cada vida nueva… no faltará tu voz en mis letras, ni a ti las manos extendidas en tu vereda ¡Será hasta mi Vuelta!, y regreso infanitl y mujer a tus paredes viejas, mientras un sorbo me llena de amor y gozo.

Loca, sigo escribiendo sobre la mesa, siendo infiel a la siesta , al sueño, a la frazada tibia. Infiel por bañarme con agua fría, desnuda, convertida en rama, por ser encendida.

Y lentamente mi boca desea…volverme fuego, derretida en las calles de mi pueblo, que todos digan ¡loca, loca! desnuda pero sin frío, hablando sola.

irene Dutari Font

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