Me da miedo cuando sales sonriendo pa´ la calle, porque todos pueden ver los hoyuelitos que te salen…

La ira que se desataba al escuchar el cristal romperse, vecinos, gatos, niños y jóvenes se acercaban a mirar por el rabillo a ver al monstruo arder. Me ocultaba bajo unos aros grandes y brillantes que ocultaban las tormentas de mis ojos.

Era blanca como la nieve, por eso nadie se percataba del rojo bajo mi faldón cada vez que mis piernas se pintaban del color de las rosas. Te gustaba verme entera, odiabas ser testigo de mis tormentas, por amor a mí recogías mis cabellos sueltos y los peinabas con fina violencia.

Me abrías la puerta para pasar primero, un caballero te llamaban por las calles, pero nunca nadie vio mi pecho teñido color cielo, les era fácil imaginarme caminando, sintiendo mi perfume, saboreando el temor. Era indiscutible que aún no se perdonaban ser testigos del mal, pero era fácil seguir su condena, porque en cada esquina había una más, no era la única, pero pareciera que el mundo es grande y yo tan pequeña con tanta gente al rededor.

Me tatué tu nombre en la espalda, estabas al lado de la palabra amor.


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