NURIA Y BILBAO LA VIEJA

NURIA Y BILBAO LA VIEJA

Las calles de Bilbao la Vieja (Bil-vi) siguen asociándose a prostitución y drogas. las bandas y pijos de “la Movida Bilbaína” trapicheaban con costo, hachís, coca, heroína… Se intenta regenerar este corazón del Botxo: pisos baratos, locales culturales, integrar inmigrantes… No es tan mala zona, aunque hay peleas diarias. Mi abuela me advirtió sentenciosa: “Por esas calles de malamuerte sólo encontrarás borrachos, maricones, moros y putas.” “Te olvidas las lesbianas.”

Cierto: en c/Bailén me robaron móviles. En C/Cortes las prosti-putas se lanzan al coche clavando uñas postizas. Pero alojan el museo de Reproducciones, el Bilborock (iglesia reconvertida en sala musical), el Sarean (bar feminista), galerías artísticas… En octubre celebran sus fiestas con visitas guiadas, performances hípster. Calles atestadas de cibers (allí en vano busqué mi móvil ), kebabs, pizzerías, batidos árabes… Proliferan con esta crisis chinos todoauneuro, tiendas segunda mano y libro viejo. Llevo a Bilvi en mi frente (la cicatriz recuerda mi robo de móvil.) Sigo frecuentando su oferta cultural.

Nuria vive en una buhardilla en 2demayo, donde celebran un mercadillo libresco. Sube ocho pisos sin ascensor, (lo cual me disuade de visitarla.) Decoran el angosto pasillo fotos de Audrey Hepburn (secretamente la imita.) Por el piso paga 40 euros en Etxe-bide. La llenó de baratijas, ropa por el suelo. Le encanta comprar ropa que no se pone, maquillarse… Quedas a las 6, aparece ¡dos horas después!: la sombra de ojos, pintarse labios y recolocarse escote. Ni para un café se permite salir sin este protocolo. Es guapa, tampoco la hace falta. Le preocupa más su apariencia que lo esencial del café.

Quedé con ella para un reportaje fotográfico de la carrera. La acompañaban dos maletas explotadas de ropa. No podía posar en el parque Doña Casilda con el mismo look del Arriaga. Se metió en un baño de bar y cambió. La fotografié bajando las escaleras, los brazos al cielo como por musical de Broadway. El viento removiendo su pelo, ese día rubio platino Marilyn. Lo ha llevado de muchos colores. Teñida de rojo la confunden con Chiqui Martín. Con un moño negro parece Amy Winehouse.

Vivir en Bilvi no es problema. Los emigrantes la respetan. Las bandas la tranquilizaron; “Si tienes líos llámanos, acudiremos en tu auxilio”. Se mete en todo bar y pregunta al camarero más que inspectora de novela negra. Duerme la mañana, despierta a mediodía, come sobras de anoche. Se acuesta tarde; a las 12 tiene que barrer. Muchas pasa en vela; viendo sicoanalistas por YouTube (cualquier charlatán es su gurú). Lee autoayuda esotérica (subraya “vivir el momento” con un lápiz rosa.) Su biblioteca recoge los libros sobrantes de la Plaza Nueva que cargó 8 pisos. Echa siesta larga. Pasea al perro. Su carrito lo llena en diferentes súper, esperando encontrar quien la invite a café. Se abstrae en el reggaetón del walkman. Su figura, perro y carro, se reconoce a distancia.

Trabaja voluntaria en la librería book-crossing, de libros gratis. Milita en una sociedad antirracista. En Arroces del mundo prepara paella con receta marroquí, disfruta sirviendo platos a quién quiera probarlos. La gustan los bailes africanos. Si le sobra comida la lleva a estas personas sin-nada, como ignorando su también precaria situación, Va a comedores sociales, no por necesidad sino por vagancia: se levanta tarde, con pereza de cocinar. Vive de una RGI: le da para comer, no para cenar.

Pasa Navidades sola; su familia vive lejos. A su novio le han metido en la cárcel de Basauri. Servicio Social lo arrestó la tarde del Arenal al gritarla. Montaron un show y tenía antecedentes: robaba en el Carrefour cosas sin importancia, crímenes sin víctimas. Llenaba la gabardina de comida, perfumes, que la regalaba. Discutían sí volvía borracho de Barrenkalle. La pegaba porque se pone pesada. Recuerda las bofetadas paternas; mano de santo. Cristian tiene lo suyo: se crio en un orfanato. Le añora al masturbarse. Le visita con su plato favorito, lasaña, en táper. Dos años hará ya. “Una no es de piedra. Distingue mi follalidad del amor”. Tiene sus amantes. Él lo sabe.

Se enamoró del drogata Toño, que se mete caballo en La Ribera. Si me lo encuentro en su esterilla hablamos horas de Nietzsche y curas capullos. Me muestra pinchazos del brazo picado, general orgulloso de sus condecoraciones. Nuria se cansó de él: “Deberías haberle visto desnudo. Da asquito, hasta pena, la cara demacrada. Los niños se asustan y agarran a su mami. ¿Cómo pude acostarme con ese yonqui?”. Ahora ha instalado en casa un cubano atlético; no paga el alquiler, pero sí noches de sexo bestial. A Cristian le escribe largas cartas, tópicos ripios de carpeta adolescente sin calidad. Ilustran sus poemas flores, corazoncitos. Se cree más erótica que Anais Nin: la poesía consiste en rimar. Tras su poema taladrador de oídos, despedazó una rosa, tirando pétalos en performance. En chirona se lo encuentra hablador. Otras apagado. “Le drogan las farmacéuticas” Esas pastillas lo matan. Cumple con los talleres, recorre el cuadrado patio, sin curiosidad ni por el nuevo amante de Nuria. Les asusta casarse. Mejor pareja abierta. Nuria, excitada siempre, ve símbolos fálicos por doquier; farolas, barandillas… Se enamora de hombres inconvenientes, alcohólicos, como el padre. Nuestro amigo psicólogo diagnosticó un complejo de Electra, fijación paterna.

Tampoco está tan sola. La perra ladra más que nunca. La acaban de robar el móvil. Ansioso por los aperitivos navideños, se puso anoche Toño pesado, baboso, empeñado en un CD de villancicos horribles. Con hambre de posguerra, atendía más a la pitanza. No ha tenido otra que echarle. Se acuesta hoy muy pronto. No duerme, con música de bar toda la noche. Despierta en Navidad resacosa. Bebió dos lambruscos. El año acaba sin Cristian. A la tarde me lleva a La Ría: “Piensa algo traumático. Tira la piedra, no se repetirá. Pide un deseo” Preocupado por el perro internándose en el agua, protesto: “Tonterías de tus libros”. No escucha, embobada, en un lugar inaccesible para todos.

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