Cualquier día esto habría podido ser un bonito paseo junto al mar.
En otro momento las gaviotas juguetonas invitarían a tirar de cámara y yo procuraría cazar la instantánea más bella aprovechando la luz que rompe en las olas y lanza miríadas de efímeros arcoíris sobre la arena luminosa, mojada a intervalos.
Sin embargo hoy es una excepción.
Mis jefes me han encomendado un trabajo que me parece bastante aburrido: hacer el seguimiento de una manifestación con variados objetivos que va a desarrollarse por las calles de Gijón confluyendo en las que discurren junto a la Playa de San Lorenzo, más concretamente, en la Calle Cabrales.
El objetivo es concentrar al personal en la Plaza Mayor, junto al Ayuntamiento, dando luego el correspondiente discurso.
Mi función, analizar y categorizar lo que vaya apareciendo. Sobre todo lo que esté por encima del rango habitual de ese tipo de reivindicaciones.
Procuraré no defraudar, alejándome del peligro.
Hemos invadido aceras y calzadas. El grupo es notable. Unos 500 elementos, al decir de la Oficialidad. Peligrosos y radicalizados.
Según los datos sindicales, 5.000 demócratas en perfecto orden y concierto.
Lo de siempre.
«¡CONSIGNA: EL PUEBLO UNIDO JAMÁS SERÁ VENCIDO!»
Todos corean este y otros gritos emitidos al tiempo que pitos y carracas atronan en el lugar, rota ya la paz habitual.
Al frente están los de la bocina mayor. Un dirigente, megáfono en mano, suelta una retahíla de demandas, algunas imposibles.
Las Feministas de la Empoderación han alcanzado la cabeza y se sitúan con unos extraños atuendos… Ahora los veo bien: hay trajes folclóricos multicolores del Sudán, algun sari hindú, varios modelos norteafricanos… ¡Arrea! ¡Una monumental rubia lleva sombrero vaquero! Va sin pistolas, afortunadamente.
Me tranquilizo.
Persigo a la manifestación como si de una rémora se tratara. Soy periodista.
«¡NO NOS MIRES, ÚNEEETÉ!»
Arriba, en los balcones, se producen las apuestas. Algún vecino, indignado, pide le dejen descansar. Una vieja lanza confetis sobrantes de las últimas fiestas. Los niños de un signo tiran caramelos, los opuestos, garbanzos. Todos con excelente puntería.
Hay quien pierde el objetivo primordial y pasa a proveerse de dulces vituallas.
Me he rezagado viendo el espectáculo aéreo cuando, con los que me rodean, echo a correr instintivamente…
… ¡¡¡ PLASHHHH !!!
El contenido del orinal se estrella, bacinilla incluída, contra el asfalto. Perfuma el ambiente con los interiores de alguien con problemas de urea.
Reconstruído el grupo, se inicia un «¡ARRIBA PARIAS DE…!» que es pronto acallado por el sector más intelectualoide, bien situado económicamente.
«¿Yo paria?, ¡ya quisiera, esa gentuza que va en cabeza!»
Tengo un amigo antidisturbios al que saludo animadamente. Braceo y estoy a punto de gritar su nombre cuando me doy cuenta de mi error por la adustez de las miradas de los procesionarios y por la franca hostilidad del grupo armado. Aprestan el «botijo». Me pregunto si esta vez llevará agua ecológica o seguirán usando la famosa mezcla de estiércol y jabón, eficaz en su día. El enorme transporte-cuba queda atrás.
Los guardias bajan los fusiles lanzabotes de humo.
Con mano nerviosa los más radicales esconden sus cócteles Molotov. Se pasan la yesca y menudean los cigarrillos de marihuana por el sector más ácrata.
«¡Cóooordero de Dioooós, que quitas el pecaaado del mundo, ten piedad de noooosóoootrooooos…!»
Hemos topado con la iglesia. Con la de la travesía al mar. Es la contramanifestación.
Gente pía avanza con una rica tela ilustrada con el bordado de un corazón atravesado por afilados cuchillos. Las bienpensantes abuelas han dejado los bolillos y salen a luchar por las ancestrales costumbres enarbolando un pendón que le han robado al cura.
«¡ Pero Pepín…! ¿También te metes en estos líos?»
«¡Que lo digas tú, abuela, que estás más presente en estos rollos que en misa de 12…!»
Alguién suelta una traca y se oyen compases de «¡carnaval, carnaval…!», pronto ahogados por los dirigentes que deciden, tímidamente, derribar un contenedor de pescado pasado de fecha y restos de pulpo.
Son amonestados por el Sector de Recogida de Basuras Sostenibles.
Se organiza una buena trifulca paralela a la discusión política, zanjada por el mal olor del que huímos con prontitud.
«¡Vaya peste!»
Al fin, en una plazuela, se sienta el grueso de la manifestación mientras va llegando el resto de los integrantes de la protesta y unos cuantos curiosos desocupados.
La policía cierra filas.
(«¡Compañeras, compañeros»!)
«¡¡¡NO SE ÓYEEEE AL FÓOOONDO!!!»
«¡¡¡CHÍRRRIIIYYY…!!!»
(«Probando, probando…, uno…dos…, probando…, tres…cuatro…»)
¡¡¡ CAMARADAS. EN ESTOS MOMENTOS DE GRAVE PRESENCIA EN EL PARlamentooooíiiiixssss……
⚡ZASSSSFÍUUU…💨💨🍃⛈🌧🌧🌧🌧🌧🌧🌧🌧🌧🌧🌧
Un rayo.
Nadie se percató del tornado que venía del mar y los integrantes de la concentración se disolvieron de inmediato entre un diluvio de granizo, seguido de cortinas de agua que arrasaban todo. El mar encrespóse y acompañó con olas de siete metros a la súbita tormenta. Todos huían y muchos rodaban por un suelo resbaladizo y peligroso. Alguna cayó de cabeza por la barandilla, próxima a la última escalera, junto a las Termas.
«¡HOMBRE AL AGUA…!»
«¡QUE ES MUJER…!»
La caras sonrientes de los policías contrastaban con los rictus de los más implicados en la algarada que se fueron preguntando quién les iba a pagar el desaguisado no terminado de cocer en plenitud.
El dron de un niño asomó sus alas y fue, de inmediato, neutralizado.
Truenos al fondo.
Los bares llenos.
La gente olvidó pronto el motivo de la protesta ya que era la hora del vermú y tenían que trajinar en las viviendas, unos, y marchar en un dudoso transporte público a distintas provincias, otros.
Por el suelo se veían jirones de pancartas, palos y panfletos.
Ya atardecido, calmó el temporal y se divisaron nubes no tan negras en lontananza.
En eso, salió el sol para ponerse inmediatamente.
Las calles se iluminaron con motivos navideños y el silencio fue cundiendo por toda la costa, al tiempo que el viento susurraba algo ininteligible y dos enamorados se perfilaban en la lejanía, unidas sus manos con esperanza.
La ciudad se preparó para un merecido descanso.
Alguien preguntó:
«¿Hace un culín de sidra, compañero?»
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