La puerta de la Señora Manuela

La puerta de la Señora Manuela

Pía

08/01/2019

Cuando se oyen las primeras voces de la mañana ya estoy vestido y preparado para el desayuno. El tazón golpeado de cerámica donde doy vueltas al descafeinado me recuerda a mí… apuro mis galletas y echo la manzana al bolsillo.

Si me espabilo con el jaleo de levantar a los que ya no retendrían ni leche en su tazón no me preguntarán. Me molestan sus dudas. ¡Llevo años levantándome y paseando, y siempre me preguntan lo mismo… que sí! ¡Que estoy seguro! ¡Que me voy solo!

Arrastro los zapatos hasta la parada, el 1 llega puntual.

Cada vez un conductor, cada vez más joven, éste me devuelve el saludo sin mirarme.

Qué habrá sido de Félix. Ese sí que era un buen chófer de autobús, con sus conversaciones y su sonrisa bajo el eterno bigote con palillo.

Me siento en mi sitio habitual, desde él veo las tiendas conocidas que aún sobreviven, donde los hijos y nietos de los que nos fiaban aún cuidan de sus vecinos. Desde la otra fila de asientos todo es más moderno…

Última parada, la plaza de mi barrio. Qué tonto a las tres quitaría los plátanos que daban sombra en verano, seguro que algún estirado que nunca se ha sentado en un banco de la calle. Hoy se oyen los pájaros, pero a saber dónde están, desde luego no en los árboles.

El sonido de mis zapatos es más ligero yendo hacia mi calle, allí quedan algunos árboles. Yo creo que Manuela no les dejó tirar el de mi banco, ella sigue mandando desde arriba, estoy seguro. Menudo carácter.

De camino saludo al del estanco, bajo los soportales de la plaza. Al panadero, el hijo de Juanito, que lleva las cestas con el pan reciente al local que abriera su padre hace más de 60 años. La señora Rosa abre su balcón y cuelga una alfombra en la barandilla. No me ha visto. Mejor. Está sorda pero preguntona.

Saco mi pañuelo, limpio el banco y me siento. Aunque Manuela ya no me llama miserable al mirar mi trasero repito, sin pensarlo, el gesto que me libró de tantas broncas.

Matías se sienta conmigo.

Pronto llegarán Santiago y su señora. Ella no habla mucho, creo que no recuerda cómo hacerlo.

Desde allí veo mi casa. Palpo las llaves, están en el bolsillo junto a la manzana. Las dos cosas volverán intactas otra vez. Miro la puerta de Manuela, el 33 que repasé con pintura negra hace años está clareando.

El barrio resucita al rato. La gente se mueve, van a comprar a la tienda de ultramarinos donde ellas son “Cariños” y ellos “Valientes”, tengan la edad que tengan y compren lo que compren. De las casas salen parejas a limpiar sus cristales o barrer la zona de sus entradas y la vida de dentro se mezcla con la de fuera.

El sol hace el milagro. Somos seis vecinos en el banco, entre todos casi 500 años.

Otras generaciones se paran a charlar. Cada uno cuenta de su familia. Si fuera capaz de recordar de quiénes cuentan, sabría quién es el que habla cada vez… pero eso reaviva nuestra conversación; – yo creo que es el hijo de la Paca – pero si ¡la Paca tenía tres chicas!

Y así vuelven a nosotros gente y vivencias de nuestra vida, de nuestro barrio, de mi querida calle, donde está esa puerta, mi puerta. La puerta de la Señora Manuela.

Esa que no puedo dejar de mirar, con la esperanza de que nadie la abra, porque mientras permanezca cerrada, Manuela, seguirá siendo nuestra.

Calle Nava. Barrio de San Pedro Regalado, Valladolid. Fuente Google Maps


Calle Nava. Barrio de San Pedro Regalado, Valladolid. Fuente desconocida

Plaza de San Pedro Regalado. Fuente: https://jesusantaroca.wordpress.com/2015/08/28/san-pedro-regalado-y-barrio-espana/

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