HASTA EL ÚLTIMO ALIENTO

Hace unos meses, con motivo de la celebración de las Bodas de Diamante de mis tíos abuelos Paz y Pepe (esto son sesenta años de casados, sí, algo raro de ver hoy día…) me propuse hacerles un regalo especial y se me ocurrió obsequiarles con un álbum de fotografías que supusiera un recorrido por sus vidas.

Lo que a priori parecía un trabajo fácil se fue complicando porque a medida que “buceaba” en el ingente material gráfico que teníamos desde tiempos inmemoriales me fui encontrando con nuevos tesoros, hasta que topé con la “joya de la corona”: una estampa que me dejó petrificado. El valor incalculable de la imagen no radicaba tanto en lo que en ésta se veía (mi madre, escoltada a la derecha por mi tía abuela Gloria y la izquierda por mi otra tía abuela, Paz, las tres en una pose desinhibida y con miradas desbordando confianza y determinación), sino por la anotación en su parte posterior:

“VIVA LA REPÚBLICA FEMINISTA

Clara, nunca te olvidaremos. Por ti y por todas nosotras lucharemos hasta que nuestro último aliento se agote.

San Sebastián, 30 de abril de 1.973”

Fui atando cabos y me acordé de que todos los 30 de abril mi madre iba al cementerio de Polloe con mis hijas, mis tías abuelas y sus sobrinas. En su momento le pregunté a qué se debía esta costumbre, pero como me respondió con evasivas no le di mayor importancia al asunto, pero ahora me daba cuenta de que la tenía; de que había una razón detrás de todo aquello, pero… ¿cuál? No era ningún secreto el antepasado republicano de nuestra familia, pero… ¿acaso mis tías abuelas formaron parte del movimiento feminista?; ¿lo hicieron durante el franquismo, con todas las dificultades que ello debió entrañar?; y… ¿quién era la tal Clara?

Con un mar de dudas bullendo en mi cabeza me planté en casa de mi madre. Tenía unas ganas terribles de conocer la historia que escondía aquella fotografía y las reuniones anuales en Polloe.

Al verme en la puerta con la imagen en mis manos mi ama se alegró mucho de que hubiera aparecido esa reliquia que daba por perdida y puso agua a hervir, lo cual siempre hacía cuando preveía que una velada se iba a alargar.

“Como ya sabes, siempre ha corrido sangre roja por nuestras venas. De hecho, el padre del tatarabuelo Manuel formó parte del primer gobierno de la República en 1.873, siendo el brazo derecho de Pi y Margall. Sin embargo, las cosas no salieron como se esperaba, y en algo menos de dos años, el hechizo se rompió con el beso del Príncipe, lo que pasa es que en vez de un beso fue un Pronunciamiento, y en vez de un Príncipe fue el villano Martínez Campos.

En fin, la primera República había muerto, pero Manuel, que había heredado el espíritu luchador y de oratoria de su padre, respaldado por el entusiasmo de su mujer, tu tatarabuela Carmina, y los camaradas, siguieron persiguiendo su sueño.

Tal fue la implicación de ambos que hicieron carrera política, llegando a estar presentes en 1.903 en el intento de aglutinar las fuerzas republicanas en torno a un único partido, Unión Republicana. La cosa tampoco funcionó, pero lejos de que el varapalo les desmoralizase, sirvió para darles mayor fuerza, hasta que, como sucede en estos casos, la única barrera que pudo pararles fue la muerte. Fue en 1.909 en la Semana Trágica de Barcelona, donde fueron aniquilados por el ejército del Gobierno opresor.

Entonces quedó huérfana tu bisabuela Jacinta, que, pese a sus catorce años, se enroló en el partido Radical, donde coincidió con Clara Campoamor, la mujer a la que se nombra en la fotografía.

Juntas formaron un gran equipo, y a la idea republicana le añadieron la lucha por la igualdad de la mujer, consiguiendo que en la Constitución de 1.931 de la Segunda República se reconociera el sufragio femenino. Para ello, tuvo que enfrentarse en uno de los debates más ardientes que se recuerdan en la historia política española con Victoria Kent, que abogaba por aplazar la incorporación del voto de la mujer porque entendía que estaba demasiado influenciado por la religión católica. Afortunadamente, Clara ganó esa batalla dialéctica y en las elecciones de 1.933, por primera vez, pudimos votar.

La alegría fue efímera, porque en 1.936 un enano acomplejado e insolente tumbó el régimen e instauró su dictadura. Clara tuvo que exiliarse a París, pero mantuvo la correspondencia con Jacinta, la cual ya se había desmarcado de la vida política para unirse al movimiento social feminista, que en la clandestinidad luchaba con uñas y dientes contra una sociedad sumamente machista y patriarcal donde el único rol que le correspondía a la mujer era el de cuidadora del hogar y de las personas, que, desgraciadamente, aunque en menor medida, hoy sigue vigente. En el pensamiento introdujo a tu abuela Encarna, así como a tus tías abuelas Gloria y Paz, las cuales, en uno de sus viajes a Lausana conocieron a Clara. Las cinco congeniaron a las mil maravillas e hicieron un juramento donde se comprometían a luchar por la República y el feminismo hasta que su último aliento se agotase.

A mediados de enero de 1.972, falleció tu bisabuela y un par de meses después, el 30 de abril de 1.972, lo hizo Clara en Suiza. Gloria y Paz se encargaron de traer sus restos mortales y enterrarlos en el cementerio de Polloe de San Sebastián, al lado de Jacinta.

Al año siguiente, por el Aniversario de la muerte de Clara, tus tías abuelas me llevaron al cementerio y tu abuela nos tomó esta fotografía. Acordamos entonces que, en memoria de Clara y de Jacinta y del juramento que hicieron en Lausana, todos los años nos reuniríamos allí y que transmitiríamos de generación en generación el espíritu combativo por la República y por la igualdad de derechos de las mujeres.”

Cuando terminó de hablar ella no era la única que lloraba.

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