Una noche triste.

Hace ahora quince años, en la sala San José del hospital provincial de Ávila, después de varios meses de enfermedad murió mi padre.

Durante la primera quincena de abril de mil novecientos noventa y nueve, mi mujer y yo nos quedamos varias noches en el hospital, nos íbamos turnando por parejas entre los cinco hermanos que somos, más mi mujer. Mi madre se quedaba durante el día.

Yo por entonces bebía; no es que fuera mucho, pero a mi estomago lo sentaba mal y por consecuencia vomitaba constantemente, sobre todo por las mañanas. Una mañana al salir del servicio, mi padre me miró y con poca voz, por que el cáncer de pulmón lo tenía consumido, me dijo.

— Hijo como no te cuides ahora, pronto te pasara lo que a mí.

Yo lo miré y agaché la cabeza, sin decir nada. Hablaba poco debido a la enfermedad que se le estaba comiendo vivo. Mi padre y yo solíamos ir todos los veranos a pescar cangrejos, aunque no nos llevamos muy bien y discutíamos algunas veces, siempre íbamos juntos.

Una noche mi hermano pequeño y yo nos quedamos con él para cuidarlo, y sin venir a cuento empezó a hablar:

—Nunca pensé yo que íbamos a coger tantos cangrejos como hemos cogido dúrate estos años. Dijo.

Cuando salgas de aquí volveremos a ir a pescar a Extremadura como todos los veranos, le dijimos.

— Vosotros hacéis lo que yo hacía a mi hermano Martín cuando se estaba muriendo. Cuando me muera, no me dejéis solo en el sótano del hospital; no me gusta la mesa grande de mármol negro que hay allí. Dadme un cigarro. Nos dijo

¿Cómo te vamos a dar un cigarro? Le dijimos. Nunca le volvimos a dar un cigarro, ni esa noche, ni nunca. Todavía me queda el remordimiento. Pienso qué habría pasado si le hubiéramos dado ese cigarro. Por lo visto no le gustaba el sótano, donde estaban los talleres del hospital provincial de Ávila donde había estado trabajando muchos años.

El día catorce de abril por la noche nos tocaba a mi esposa y a mi quedarnos. Esa tarde habíamos discutido entre los cinco hermanos. Me reprochaban que se quedara mi esposa por mí.

Me acuerdo y todavía me duele la discusión y me arrepiento después de quince años. Pienso que igual podía haber escuchado la discusión en su lecho de muerte.

Mi esposa es de esas mujer de una vez, de esas que no temen a nada y dan la cara siempre. Es de las personas que ayudan a todo el mundo sin interés ninguno. Lo que ella hacía era evitar que yo pasara malas noches y evitarme malos tragos, cosa que mis hermanos no entendían porque sus esposas no lo hacían.

Esa noche llegamos al hospital sobre las diez, después de dar de cenar a los niños y antes de que cerraran la puerta principal. Subimos a la sala de San José y entramos en la habitación. Le vimos como lo veíamos durante los meses que estuvo allí, con la ventana abierta para poder respirar. Era un pequeño bulto dentro de la cama. Parece mentira que un hombre de sesenta y nueve años, joven todavía, con uno ochenta de estatura se hubiera quedado tan sólo en unos huesos.

Decidimos que me fuera a casa a por una manta. Todavía refrescaba por las noches y más con la ventana abierta. Cogí el coche y me acerqué a casa a por la manta. Me entretuve un poco y segundos antes de que cerrar la puerta volví a entrar al hospital. Ya era tarde; cuando llegué se le acababa de morir a mi esposa. Entré en la habitación y las enfermeras ya estaban desconectando las maquinas. Me quede un rato junto a los pies de la cama observando al doctor. Me dijeron que si queríamos llamar a la familia desde un teléfono de una sala contigua llamé a mi hermano pequeño para que avisara a los demás. No quise llamar a los demás, estaba dolido, por la discusión que habíamos tenido por la tarde.

Allí me bajé con él, al sótano, donde estaba la mesa de mármol negra. Le estuve hablando, no sé de que, no sé cuánto tiempo. No le dejé solo, hasta que se lo llevaron al tanatorio.

Ahora al recordar, al escribir esto, siento que en realidad siempre le fallé, aunque el orgullo no me ha dejado reconocerlo hasta estos instantes. No nos llevábamos muy bien, aunque hace mucho tiempo que le echo de menos. Ahora que han pasado los años, y la enfermedad ha venido a verme, se me acaba el orgullo y reflexiono, lo que hice mal o bien. Esa noche triste además de él, algo murió en mi.

Esta historia está dedicada a un hombre que pasó por la vida con sus defectos y sus virtudes, pero siempre trabajando para tener algo mejor.

Tommy.

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