Besos de mariposa

Besos de mariposa

Alicia Cros

09/12/2017

Me escondo detrás de la encimera blanca que hay en la cocina. Desde aquí, y con mis dedos apoyados en el frío mármol de motitas grises, observo cómo mi abuela cocina acompañada de la sabiduría acumulada con los años a base de repetir la misma acción día tras día: desayuno, comida y cena. Todos los fines de semana cuando mamá me deja con los abuelos presencio la misma actuación. Cierro los ojos y sueño transformando el lugar en un taller mágico donde mi abuela inventa recetas, platos llenos de colores, que yo sirvo a los clientes de mi imaginación dispuestos a saborear la magia de su cocina. Nuestro refugio secreto, pienso y sonrío. Entonces sus manos suaves de falanges largas acarician las mías y delatan mi escondite, mi sueño en el taller. Levanto los talones hasta sentir todo el peso en la punta de los dedos mientras descubro mis ojos ante su mirada. Ella sonríe, tira del mango del tercer cajón y me invita a vestir la mesa para la comida. -Los clientes ya están sentados dice guiñándome un ojo.

La mesa es grande y redonda y su base tiene cuatro patas con forma de tobogán. Está colocada al fondo del comedor justo al final de un enorme mueble. Atrapado entre ambos se encuentra nuestro cliente habitual, mi abuelo. Los únicos espacios de la larga casa que le he visto ocupar siempre son su sitio en la mesa, y el lado derecho de su cama. Con el mando de la televisión a su alcance, su fin es el de ver el noticiario mientras tanto desayuna, come, cena, y gruñe. Mientras extiendo el mantel el abuelo levanta los brazos sin desviar su mirada de la televisión y los vuelve a bajar cuando he terminado. -Servilletasle digo. Con la mano derecha y sin mirar abre el cajón del gran mueble sacando una a una las tres servilletas. -¡Más!- le grito -Puede que hoy vengan clientes a comer. -¡Niña de los huevos!- le dice al televisor. -Menos soñar y más estar por la labor. ¡Trae el vino!- dice con voz ronca. En la cocina la abuela me espera con la botella de vino tinto y el sifón listos, el tono del abuelo se ha encargado de anunciarle a todas las habitaciones de la casa sus deseos, y de que éstos acaben siendo órdenes. -Corre, que la sopa ya casi está- me dice la abuela. Dejo las botellas en la mesa y atravieso la cocina para correr y abrir la puerta del jardín. Esta casa es larga y opaca y yo voy en busca de luz. Empujo las puertas de madera mientras les doy la bienvenida a los clientes de mi imaginación abriendo los brazos y mirando al cielo. -¡Bienvenidos al taller de los platos mágicos!- grito a viva voz. -La comida está servida. De repente una mariposa se posa en mi boca. Sus patitas caminan entre los pliegues de mis labios. Cierra y abre sus alas con elegancia. Creo que le he gustado y es así como se comunica, aplaudiendo con sus alas de papel de seda. Sin apenas moverme inspiro aire por la nariz y con suavidad junto los labios soplando despacio para liberarla. «Hay que aprender a soltar» me dice siempre mamá. Con el cosquilleo aún en los labios corro llena de alegría a abrazar a la abuela y hago que el plato de sopa que lleva entre las manos salga volando hasta caer en la cabeza del abuelo, que ahora arde rojo de ira con el plato por sombrero. Aprieto los labios tratando de aguantar la carcajada que lucha por salir de mi garganta. No es la primera vez que estalla la guerra en la casa y esta vez creo que habrá heridos. El abuelo se levanta y golpea la mesa, lanza el plato de sopa que vuela hasta romperse contra la pared, eleva la mesa descubriendo sus patas y el suelo queda cubierto de un cóctel de cristales, vino, pan y sopa. Cuando lo material ya descansa roto, le toca el turno al resto. Viene a por mí y ahora tiemblo, no respiro. Cierro los ojos mientras noto la rugosidad de la pared en las palmas de las manos. Escucho chillar a la abuela, y al instante su sombra me protege. Su cuerpo me aplasta en un golpe seco y caemos las dos al suelo. El silencio se adueña de la casa y la hace suya tras el portazo del abuelo al salir. Me levanto y miro a la abuela tendida en el suelo. Tiene los dedos del abuelo marcados en el cuello. Rompo a llorar y me arrodillo a su lado apartándole el cabello de la cara. -Abuela- le susurro al oído. Ella me mira, sonríe y se levanta sorprendida del desorden que nos rodea, como si no recordara lo que acaba de pasar. Su mente lo ha eliminado, pienso yo sin entender cómo. -Rápido niña mía, ayuda a la abuela a recoger este alboroto. La casa está revestida, y el taller mágico queda cerrado por hoy.

La abuela descansa a mi lado en la cama mientras le cuento mi encuentro con la mariposa. Tras acabar mi historia, ella me nombra afortunada y me cuenta el cuento de las mariposas. Dicen las abuelas como ella que las mariposas, en su inicio, son gusanos que se arrastran por la vida como pueden intentando conseguir su fin, transformarse en mariposa. Pero tan solo aquellos que aprenden lo que la vida les enseña, lo logran. Estos se transforman y dedican el resto de su viaje a cuidar de aquellas personas a las que no supieron valorar en su proceso siendo gusanos. Cuando la mariposa reencuentra a un ser amado, se posa sobre éste unos segundos, agita sus alas brindándole su sabiduría y perdón y se despide para emprender de nuevo el vuelo. -Abuela- le digo. -Dime mi niña- contesta ella mientras me acaricia la frente con sus suaves manos. -Deseo que el abuelo se convierta en mariposa.

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