Despedidas

He decidido comenzar esta historia con una definición. La definición de familia:

Familia es un grupo de personas, generalmente unidas por lazos legales, parentesco de sangre o religiosos, que conviven y tiene un proyecto de vida en común. Está le padre, la madre, los hijos, los ascendientes, los descendientes…

Dada la definición de “familia”, les contaré la historia de mí familia en un breve espacio de tiempo, poco más de un año hasta los días presentes. Será una sucesión de mi último relato publicado en Funtetaja, “Padre y abuelo”, donde les conté mi experiencia sobrenatural y el triste desenlace de la muerte de mi padre.

Desde hace cuatro años, estoy divorciada, pero seguí compartiendo techo con el padre de mis hijas por cuestiones de apariencia, familia, hijas, etc. La vida se tornó ardua, pues convivir con alguien a quien ya no tienes buenos sentimientos es muy difícil, casi insoportable. Principalmente después que mi hermana nos ha pedido una ayuda financiera para ayudar a mi padre en sus últimos días, y mí ex marido se negó.

Desde aquel día, traspasé la fina línea entre el odio y el amor, definitivamente. La casa se tornó demasiada pequeña para albergar los cuatro. Pedí que se marchara. Se negó y comenzó por hacerme la vida imposible. Una vez más, no respetó mi persona, ni mi sentimiento, ni siquiera mi dolor por la pérdida. Cuando mi primogénita tenía dos años, le dije que me gustaría llevarla para conocer sus abuelos y viceversa. Su respuesta fue directa: “Hija mía no sale del país.” o “Si te vas a Brasil no hace falta que vuelvas.” “Te quitaré tus hijas porque eres extranjera.”

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La voz de mi cabeza repetía estas frases continuamente, y después de la muerte de mi padre, cada vez que le miraba. Fueron subiendo el volumen hasta que solo podía escucharla a ella. A margen de mi locura, y aceptando todas las culpas que me eran impuesta por el hombre que un día me prometió respeto, solo pensaba en poner fin a todo, entre las posibilidades, el suicidio.

Sacarlo de mi casa no era posible sin manchar su figura de padre. Y por mis hijas, decidí que lo mejor sería marcharme yo.

Con mis cosas personales, y mi hija mayor, quien decidió acompañarme, emprendimos un nuevo viaje hacía la capital. Primero me quedé en casa de mi hermana, hasta poder alquilar un piso. Mientras tanto, mi hija pequeña, decidió quedarse con su padre hasta concluir sus estudios de secundaria.

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En la capital, busqué trabajo. Pensé que no sería difícil teniendo en cuenta mi experiencia laboral y mis estudios. Pero el destino es algo misterioso. Solo logré encontrar trabajo como limpiadora, asegurada veinte horas semanales.

Con mi sueldo, pago el alquiler y con los cincuenta por ciento de la prestación del paro, vivimos. Pasamos necesidades como en época de guerra y a cada mes, pienso lo difícil que será conseguir el dinero del alquiler.

Mientras nosotras pasamos necesidades, mi ex marido a contratado una abogada. Tuvimos juicio y cual no fue mi sorpresa al ver que él, siguiendo los consejos de su experimentada letrada, cerró una de sus dos empresas e ingresa lo mínimo en la cuenta de la que sigue funcionando. De esta forma, está trabajando en negro y me ha exigido una pensión.

La imagen puede contener: 2 personasAsí llegamos al mes de octubre. Mi corazón, llorando la pérdida de mi padre. Era el primer aniversario de su muerte. Solo pensaba en cuanta falta me hace escuchar su voz y sus consejos. Entonces llegó la noticia. Mi hermana me informa que, mi madre, a causa de una fuerte depresión, su demencia fue en crecimiento. Estaba ingresada a cada poco en los últimos meses y que nosotros, los hijos, debíamos unirnos y ayudarla, que era la que la cuidaba. Fueron quince días de llamadas telefónicas, idas al banco, preocupaciones. Yo era la que menos podía ayudar, debido a mí situación.

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Fueron siete días después del primer aniversario de la muerte de mi padre que, mi madre también se fue.

Recuerdo que mi ex marido me llamó.

—Diga —contesté al teléfono.

—Oye, vi ahora por Facebook. ¿Murió tu madre?

—Sí. Ayer.

—Y, ¿cómo estás?

Su voz era amigable y en aquel momento, llegué a pensar que, tal vez, solo tal vez, hubiera entrado en razón y recapacitado lo que había sido toda nuestra relación.

—Estoy bien, gracias —le dije.

—Sé cómo eres. No hablas lo que realmente sientes.

—Estoy como quien pierde a su padre y su madre en un espacio de un año —le contesté al final—. Gracias por llamar y preocuparse, pero estoy bien. Soy consciente que he perdido mis padres cuando salí de Brasil para iniciar una nueva vida en España.

Las lágrimas abrieron paso por mis mejillas y escuche su última frase antes de colgar.

—Bueno, pues me quedo tranquilo al saber que estas así.

Me quedé un tiempo mirando el teléfono, pensando en la maldad que alberga su corazón. Salí de la casa, sí. Dejé un hogar montado con todo conforto para que viviera con su hija y tuviera sitio para recibir la mayor cuando quisiera ir de visita. Mismo sabiendo que él había cambiado la cerradura. Vine para un lugar que no conozco a nadie, vivir trabajando de limpiadora, cobrando menos que el salario mínimo, sin derecho a cualquier ayuda por parte del estado. Y él aún se siente satisfecho por saber que estoy sufriendo.

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Mi hija mayor, mi pilar y mi apoyo, secó mis lágrimas por segunda vez. Y después de trece días, he limpiado las suyas al saber que su tío abuelo se había muerto.

—Mamá, fue el único abuelo que conocí —me decía.

Hermano mellizo de su abuela paterna, creador de caballo, fue este tío quien la enseñó a montar y a cuidar de caballos. Le encantaba pasar horas en su casa ayudándolo con los jamelgos. Decía que era su vía de escape del maltrato que recibía por parte de su progenitor.

Así seguimos, luchando y llorando, siempre juntas.

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