Cuentos de la abuela

Cuentos de la abuela

Héctor González

21/11/2017

Las tardes de invierno eran una invitación constante para reunir a todos los hermanos en torno al bracero…a pesar de lo que sentíamos al término de cada tertulia, esperábamos con ansias cada atardecer para escuchar sus relatos.

La abuela, su parsimonia, cabello amarillo y blanco amarrado en un tomate, como le llamaban; resistía el paso del tiempo, pintando su pelo cano cada vez más seguido.

Por la tarde, se juntaba con mi madre a tomar el mate y a contar historias, que solo ella conocía.

La lluvia, a veces, arreciaba en el campo o la niebla que cubría cualquier distancia, acompañaba el frío de cada día de invierno. Nosotros arremolinados haciendo un ruedo cerca del brasero.

Ella, mientras preparaba el mate, entrecierra sus ojos buscando recuerdos de historias y hechos ocurridos alguna vez. Servía también para darle más suspenso a lo que vendría después…

Sentados en el piso, iniciábamos el ruedo desde las piernas de mi madre como punto de apoyo, nos quedábamos quietos y en silencio escuchando las historias que salían de su boca.

La tetera con agua despedía vapor ansioso y el mate sobre la tapa esperaba impaciente, que empezara el nuevo relato, completaba el cuadro nuestros rostros atentos a lo que vendría luego.

Paisaje aparte decorado con nuestro perro que hacía morisquetas al gato sobre la falda de la abuela.

La noche daba sus primeros pasos… en letanía de gotas, la lluvia caía sobre la tierra, el viento hacía sonar el follaje de los naranjos y remecía con furia la higuera. Más, la abuela con su hablar pausado empezaba la historia de turno. ”Hace mucho tiempo por estas tierras de Dios… “y entre cada pitada a la bombilla del mate iba desgranando la historia. Estas eran del diablo, de brujas y apariciones. Todo combinado con el sonido del viento que nos hacía apretujarnos cada vez más.

…la mujer, cada noche preparaba un brebaje viscoso y de mal olor. Al filo de la medianoche, se quitaba la ropa, procedía a untar todo el cuerpo con esa pócima y a las doce de la noche, su cuerpo cambiaba de mujer a cabra… La abuela se quedaba en silencio esperando nuestra reacción…luego sorbía la bombilla del mate, respiraba y continuaba. Salía de su casa en busca de algún parroquiano rezagado, lo asaltaba y robaba su dinero. Nosotros esperábamos con ansias que continuara…entonces, ella decía pero había una condición, debía volver antes del amanecer de lo contrario se quedaría como animal…sorbía el mate de nuevo, el sonido típico del mate sin agua hacía presagiar el final de la historia. Una noche alguien cerró la puerta de su casa y ella no pudo entrar y desde entonces acompaña a los que se van a casa después de la hora o han tomado alguna copa de más…Los perdía en la oscuridad.

A un guiño, mi madre, nos enviaba a la cama…mas ninguno se movía. A cada sombra le asignamos un diablo, a cada objeto un brujo y el miedo se apoderaba de nosotros que corríamos de una vez a la cama, rápido nos acostamos y tapamos hasta la cabeza para luego dormir.

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