Juanito, mi primo, nació en 1961 cuando yo tenía un año. Vivíamos con los abuelos maternos y también con nuestros tíos y sus familias, lo cual hacía complicada la convivencia. Nuestras madres Ligia y Elvira se las ingeniaron para que los pocos alimentos que había en casa llegaran a nosotros que éramos de los más pequeños y tal vez sin proponérselo resultamos con dos madres que siempre estaban muy pendientes de nuestras necesidades.

Podíamos salir a la calle a jugar con cierta tranquilidad y a disfrutar de un perrito que le regalaron. Desafortunadamente cerca a casa pasaba la calle 80 y en un descuido el animal fue arrollado por un auto. Juanito lloró desconsoladamente y le llevó tiempo en reponerse. Nos sentábamos en la puerta que daba a la calle y si pasaba algún niño de nuestra edad o más pequeño lo pellizcábamos, era como una forma de sacar un resentimiento que se apoderaba de nosotros al no poder evitar la muerte del perro.

Así pasaron unos años con la protección de ellas que buscaban aislarnos de los sobresaltos que se producían por las riñas familiares y de violencia que hacían parte del diario vivir. La pequeña casa contaba con tres habitaciones, cocina y baño que rodeaban un patio central, había una escalera en cemento que llegaba a una especie de terraza en hormigón donde ocasionalmente subíamos a jugar.

Un día en la mañana nos acompañaba mi hermano Germán, que era dos años mayor. Estábamos en la terraza jugando con arena haciendo caminos y montañas, teníamos un muñeco que compartíamos e integrábamos a nuestros juegos. Juanito se le ocurrió arrojarlo al aire y lo recibía al caer, en uno de los tantos lanzamientos el muñeco se le fue a la calle y al tratar de cogerlo se precipitó al andén. Observando desde arriba vi como se rompía la cabeza y quedaba inconsciente en un charco de sangre, casi de inmediato nuestras madres salieron gritando tratando de socorrerlo. Todo fue muy rápido y no recuerdo como lo trasladaron al hospital. Duró allí como un mes que para mí fue una eternidad, perdí el deseo de comer, de jugar e incluso de pellizcar a los niños. Al volver continuamos nuestra rutina de compartir casi toda actividad y la de tomar tetero que era todo un ritual: nos colocaban en la misma cama -cada uno con su biberón- y a mí me gustaba beber sujetándolo con la mano izquierda e irme acariciando el pelo con la derecha, lo cual les ocasionaba mucha gracia a nuestras madres y que se prolongó hasta 1965.

Juanito, Jairo (quien escribe) y Germán.

Éramos inseparables hasta que mis padres consiguieron una casa en alquiler, afortunadamente no lejos de allí, pero ya nos veíamos menos. En 1966 se hizo muy famosa la canción Juanita Banana que fue éxito en el verano y que cantaba el músico argentino Luis María Aguilera Picca, conocido como Luis Aguilé, que nació en Buenos Aires y murió en Madrid.

Entonces empezamos a llamarlo Juanito Banana, que para mí era como un hermano. En 1968 cuando a mi padre le ofrecieron por medio de su trabajo comprar una casa se me ocurrió que era el momento de decir que él fuera a vivir con nosotros. Mi madre estaba de acuerdo pero mi padre dijo tajántemente que él tenía padres y era su responsabilidad. En ese momento no lo entendí y me sentí muy triste, sentía que mi padre me había fallado porque sabía que Juanito estaría mucho mejor con nosotros.

No me equivoqué, el ambiente familiar de él era muy difícil y terminó enfermo, de vuelta al hospital…alguna vez de niño y otra de preadolescente fue a visitarnos y se quedó algún fin de semana. Muy joven se marchó de casa a buscarse la vida…No lo volví a ver.

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