“Cuanto daría por verte viva”

“Cuanto daría por verte viva”

Kristhel Santos

08/11/2017


Cuando María López regresaba a casa, siempre la esperaba un pan dulce y una taza de café caliente para cenar. todo era cálido, como el dolor de su madre, tan tenso, como las manos desgastadas de su padre, y tan nostálgico, como la tristeza de su abuelo.

Hubo una noche, donde se le otorgó un poder mágico y brillante a María, aquel poder leyó el deseo más profundo de su corazón, haciendo que una gran chispa creciera demasiado, para convertirse en un gordo y feroz fuego, que con sus grandes flamas atraparon su pequeño cuerpo .

Despertó, en una bella ciudad de blanco, donde se escuchaban los recuerdos, como el canto de una mujer, una hermosa melodía que te llenaba los pulmones de pura felicidad, y mientras más se adentraba, aparecían enormes llamas con voces de fuego que nunca se desaparecían, y al final de la nada… encontró a …

“Juana Arellano”, la gran señora, que mostraba su elegancia, sus pequeños ojos y esa mirada triste. Llevaba consigo un pan dulce en sus arrugadas manos, y asu lado estaba, “Nelson Arellano”, portando un elegante sombrero.

La pequeña María no pudo evitar soltar unas lágrimas gigantescas, la ahogaban en su propio llanto, le hizo un reclamo a la vida, por el tiempo que estas dos personas no tuvieron en el mundo de los vivos.

“No llores niña de mis ojos”. La señora le dijo con una voz dulce, mientras tocaba sus pequeñas mejillas empapadas. Su tío, la cubrió con una manta grande, de color rojo, contándole una historia sobre un lobo feroz que devoraba niños desamparados. María asomó su cabeza para ver el rostro de su tío, era ésa vieja historia otra vez, la historia con la que ella lo recordaba, pero también pudo ver el rostro de su abuela sonriéndole, sentada en su mecedora, comiendo su hogaza de pan.

Entonces el tío Nelson la llevó hacia el regazo de la abuela, y la niña comenzó a contarles lo mucho que había crecido la familia, les contó sobre cada uno de los 15 nuevos nietos que habían nacido en los últimos años, los cuales hubieran deseado conocerla en carne propia.

(no podía creer, lo mucho que la extrañaba y lo mucho que la quería).

Se recostó en el cuerpo de su abuela y cerró sus ojos, mientras la dulce mujer le acariciaba la frente.

María dormía en su cama, en la oscuridad de su habitación, con una sonrisa frágil y una lágrima pequeña que amenazaba con salir, porque ella, aún sentía, el cálido abrazo de su abuela.

Fin.

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