Y vivieron Infelices y no comieron Perdices

Y vivieron Infelices y no comieron Perdices

Alejandra Melnik

07/11/2017

Una piensa que se casa para toda la vida. Jamás imaginé que mi matrimonio iba a terminar así. Yo pertenecía a esa clase de mujeres que compran el cuento del príncipe azul, la familia perfecta y todos los versos que te venden cuando sos chica. Vos lo sabes muy bien, me case creyendo las palabras que dijo el cura en la iglesia y la jueza en el Registro Civil. A pesar de que me siento aliviada contándote lo que me paso, estoy mal, triste, bastante amargada. Y si comparto mi secreto es porque somos amigas, amigas de verdad. Y aunque no lo sepas, sos mi cómplice, sos parte de mi historia. Durante los últimos años, las cosas con Juan no andaban bien. Y la fantasía de matarlo, aparecía cuando lo escuchaba estrellar sus miserias contra mí, mientras sus ronquidos indiferentes me apuñalaban en la noche. Al principio, pensé que mis pensamientos eran normales, que en algún momento uno puede desearle la muerte a alguien. Pero después descubrí que aquel fantasma sigiloso se convirtió en mi esperanza. Por eso, cuando esa mañana me despertaron las muertes del Propóleo, descubrí el sabor del crimen perfecto. ¿Y a pesar de tu descreimiento, fui a varias farmacias, pero la respuesta siempre era la misma- Cómo señora, no se enteró? La venta está prohibida. Con el paso de los días, el sabor del triunfo se convirtió en resignación. Hasta esa tarde que fui a tu casa y vi el frasco de Propóleo lleno, en el botiquín del baño, ahí parado, esperándome. Te juro que no lo pensé. Lo agarré y lo guardé en mi cartera. Después de tomar el té y hablar no sé cuántas boludeces, partí segura que vos no notarías la ausencia, siempre fuiste muy despistada. No pongas esa cara. Vivir así no es fácil. Aunque a vos mal no te fue. Nada es en mi realidad como lo contaban las monjitas del colegio. Muchas veces mi mirada lo acuchilló en silencio. Mi bronca lo ahorcó sin decir nada. Ahora te das cuenta porque sos mi cómplice. Sin vos no hubiera podido hacer nada. Encontrar el frasco fue encontrar la lámpara de Aladino. Esa noche llegué a casa. escondí la botella entre las cosas viejas del armario y ahí estuvo durante dos días guardada. Pero una tarde gris, mientras él protestaba por la mancha de grasa que no salió del mameluco, por el olor a lavandina del patio, mi fantasía resucitó. Y en preciso instante que me amenazó con reventarme la cara de una patada, te juro que no lo dudé. ¿Qué hubieras hecho vos? Yo, me olvidé de las monjitas del colegio, le puse tres cucharadas grandes en el café. Y aunque pensé que tiempo para arrepentirse siempre hay. Yo no lo hice. Después de cenar nos acostamos, me tocó con sus manos ásperas en la oscuridad, me hizo el amor sin gemidos, ni palabras, como lo hacen los animales. Cuando terminó, se dio vuelta y se quedó dormido, como todas las noches. A la mañana siguiente le puse cinco cucharadas en la leche. Así aumenté de a dos las cucharadas a medida que pasaban los días. El fin de semana mi tratamiento finalizó y el Propóleo también. El lunes comenzó a sentirse mal. Le echó la culpa al reuma, al hígado, al tiempo. Esa mañana faltó al trabajo. Presentí el final. Hoy me parece mentira estar acá. Verlo callado, inmóvil, sin escuchar sus gritos, celebrándole una misa en la iglesia que nos casamos. Entendés porque te cuento mi confesión. Porque en el fondo tengo que agradecerte. Vos fuiste mi genio sin lámpara. Sin vos no hubiera podido hacer nada. Yo no sería esto que soy hoy. No me mires así, ya no hay lugar para cualquier palabra. Este cuento terminó, sin comer perdices y sin vivir felices.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS