Una naranja me hizo llorar

Una naranja me hizo llorar

Almudena Maestre

07/11/2017

20 de Enero de 2017

¡Cómo plasmar en este diario lo que he sentido hoy!

Hoy, sin lugar a dudas, ha sido un día raro. Hoy han pasado por mí emociones que nunca antes había tenido. Hoy, como cada miércoles después de dejar a los niños en el colegio, he ido al mercado para hacer la compra de fruta y verdura de la semana pero una sorpresa me aguardaba allí.

Mientras esperaba mi turno en el puesto de María, entre el murmullo, risas, gritos de los allí presentes podía distinguir las reiteradas palabras de un tendero que a voces anunciaba— ¡La mejor de todas, dulce, de piel suave! Prueben sin ningún compromiso la naranja Manuela!—

Llevaba años soñando con ese instante. Me quedé hipnotizada por esas palabras y sentía cómo un manojo de nervios se adueñaba de mi estómago, tomando el control de todo mi cuerpo, dirigiéndome con paso lento y firme hasta el lugar de donde provenían aquellas palabras. Tenía que llegar hasta allí. Avanzaba entre la multitud sin importarme los golpes, las réplicas de la gente gritando —señora mire por dónde va—. ¡Por fin!, estaba frente al puesto y allí se encontraba el tendero gritando una y otra vez — La mejor de todas, dulce, de piel suave! Prueben sin ningún compromiso la naranja Manuela—.

Mis temblorosas y sudorosas manos han cogido una pieza de fruta en la que una pequeña pegatina delataba su nombre. No había duda que era la Naranja Manuela. Su piel estaba fría pero suave como se anunciaba. Podía percibir su aroma limpio, fresco y cítrico que inyectaba en mi cuerpo una dosis de energía capaz de llevarme a un estado de felicidad divina.

Todavía no consigo recordar la destreza de mis torpes dedos, desnudando y separando en trozos a Manuela, logrando depositar en el interior de mi boca un pedazo de ella. Mi lengua, con delicadeza, ha jugado con ella hasta que mis molares han comenzado a triturar su cuerpo, convirtiéndose mi boca en el nacimiento de un dulce río que continuaría su curso atravesando mi garganta y recorriendo cada parte de mi cuerpo hasta llegar a su desembocadura en forma de dos ríos de agua salada que discurrían por mi rostro.

¡Oh mamá! el dulce líquido ha hecho que sintiese escalofríos, que mi felicidad se esfumase y me sumergiese en una profunda tristeza. Podía sentirte allí conmigo, cómo acariciabas mi rostro, cómo se erizaba mi piel a tu paso por mi cuerpo. Podía sentir cómo me abrazabas mas por más que lo intentaba yo no podía devolverte ese abrazo. Quería abrazarte y no podía, no podía … Mi rabia, mi impotencia, recordar que ya no te volveré ver, que nunca más podré abrazar tu cuerpo, besar tus manos, que no podré escuchar tu voz… He roto a llorar.

—Señora, ¿se encuentra usted bien?— me preguntó amablemente el tendero. Con mis ojos cerrados y apretando fuertemente mis labios asentí con la cabeza pues no podía articular palabra. Transcurrieron apenas unos segundos cuando realicé una inspiración profunda y con un hilo de voz le he dije— Querría llevarme una caja de Naranjas Manuela—.

He regresado a casa cargada con mi caja de naranjas y en el camino iba imaginando cómo les contaría a mis hijos la historia de mi madre y las naranjas.

—¿Sabéis qué le ocurrió a vuestra abuela Manuela una vez en el mercado? Pues resulta que mientras estaba echándose un parlado con una amiga escuchaba a un tendero que decía—Pues mire, la Manuela es muy buena, la Manuela es dulce, la Manuela es suave, la Manuela es agradable al…—

— ¡Oiga usted! ¿Podría decirme de qué me conoce para hablar así de mí?—Le interrumpió vuestra abuela.

—Yo a usted de nada señora— replicó el tendero.

—Pero si desde que estoy aquí no para de decir que la Manuela es muy buena, la Manuela es muy dulce, la Manuela es agradable —contestó ella.

—Sí señora, pero yo estaba hablando de mis Naranjas —y señaló hacia las cajas de Naranja MANUELA.

—Usted perdone, pensé que hablaba de mí— y mientras sus ojos leían una tras otra vez en las cajas de fruta de naranjas MANUELA, MANUELA, MANUELA, en su rostro blanquecino se reflejaba el color de los maduros tomates que se entraban en ese mismo puesto. Aquel día se marchó del mercado sin hacer la compra. ¡Qué vergüenza pasó!

Qué gran sorpresa. Hoy hace cuarenta y dos años mi madre me regaló la vida y hoy esas naranjas le han dado vida a mi madre ya que aunque sé que no volveré abrazar su cuerpo, besar sus mejillas, coger su mano, he comprendido que mi madre estará siempre en el recuerdo de sus historias, en mi corazón.

Espero que mi madre, allí donde esté, haya visto cuando he contado a sus nietos su historia ya que tal y como pasaba cuando ella nos lo contaba, no hemos podido parar de llorar, pero esta vez, de la risa.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS