El centro aguantará

El centro aguantará

Javier Vidal

02/11/2017

Este momento ni siquiera fue el principio de nada. En todo caso una continuación en la vida de una familia que posa en un campo virgen, repleto de caballos salvajes y de zarzas que te arañan los gemelos.

Ahí está ella, en el centro, mostrando los tobillos bajo los pliegues marmóreos de una falda que podría ser azul, roja o quizás verde, manteniendo unida a una prole en continua expansión, mirando al objetivo porque de nada sirve echar la vista atrás. Ella y los chicos, los chicos y ella, y detrás del cristal, un hombre de dedos finos y nerviosos que aprietan el botón de una Leica IIIf porque eso es lo que le gusta hacer en su tiempo libre.

Todos tienen una mueca en la cara entre sorprendidos y molestos debido a que:

1) El sol pega de cojones y los remolinos de la cabeza adquieren temperaturas de fusión del wolfranio.

2) Miguel, que es el chaval de la izquierda, tiene un principio de erección desde que se levantó esa mañana y toca con sus dedos, por dentro del bolsillo y de manera sutil, la cabeza del pene al tiempo que entorna los ojos, un poco como James Dean, un poco como Primo de Rivera. Busca opciones en el horizonte para desembarazarse del grupo y descargar su néctar rodeado de naturaleza y partículas en suspensión con efectos beneficiosos para la salud.

3) Estamos en 1955 y en esta época los niños eran niños, sin complementos ni tecnología adherida al cuerpo y por supuesto no llevaban gafas de sol… ni siquiera cuando existía riesgo de desprendimiento de retina en condiciones extremas.

Y Rosario mantiene la respiración, adquiere la textura de una Venus de Milo, inerte, hierática, robótica, convencida de que parecerá una madre de familia ejemplar (es verdad que Antonio tiene buena mano para las fotos), una mujer que está programada para servir y complacer, para no abrir la boca aunque le duela todo el cuerpo porque los hijos dan mucho trabajo y hay días en que la espalda parece que se rompe y además lleva una niña en el vientre que se llamará Carmen, y después vendrán Rosario, las gemelas María y Marta, Isabel, Susana y otros tantos que perderá entre contracciones porque la vida no se entiende muy bien sin la muerte, al igual que el dolor no lo es tanto excepto cuando ves morir a tu propio hijo.

-¿Por qué dices eso, Javier?– me pregunta sin quitarse las gafas de sol.

-Bueno, abuela…no sé. Yo creo que en el fondo, todos nosotros queremos escapar de nuestra vida en algún momento, ¿no?-respondo con la sensación de que he vuelto a injerir en ella mi problemática vital.

Tengo que confesarte que nunca pensé en no ser otra cosa que una buena madre y esposa…

-¿En serio?¿Y no se te pasó nunca por la cabeza ser bailarina, pintora o actriz de comedias románticas, recorrer el mundo en un velero, fotografiar el Monte Fuji una mañana luminosa, gritar tu nombre al cañón del Colorado, acostarte con Paul Newman y desayunar con Brando y Estela, leer a Carver y a Maïakovski sentada en un pilar de la Gran Muralla china, beber y llenar los ceniceros del bistrôt «Le deux Magots»…?

Rosario se quita las gafas y se pasa la lengua por encima de los labios. Mastica la respuesta como si en realidad ni siquiera tuviera que pensar porque su respuesta es tan clara como el día que pasa en compañía de su familia, en el punto más alto de la Berzosa, antes de que la hierba se cubriera de casas construidas en terrenos no edificables.

A veces uno tiene que aprender a aceptar la vida tal y como viene, cada instante perdido, cada momento gozado, sentarse, respirar, mirar a tu alrededor y dar las gracias, liberarse de las expectativas que los demás tienen depositadas en nosotros, volver a ser, encontrar el lugar donde reside el respeto por uno mismo. Ahí está la verdadera felicidad;en saber que algunas cosas son sencillamente irrevocables.

Y en ese momento, mis Pacinos, Newmans, Brandons y Deans recuperan el rostro que añoran, el de unos niños que miran al centro del objetivo de la cámara de su padre y es muy fácil saber cómo acaba todo: en una foto sobre la mesita de la entrada que nos recuerda cada día que a veces el centro aguanta, incomprensiblemente, pero aguanta.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS