Se debe vivir

La mujer revuelve una olla mitad vacía. En un brazo, el niño de 2 años.

Lloran. Por los delgados cristales retumba la corrida de autos en el lento

tráfico de cada día. Son pobres. La mujer sabe que puede resistir, pero

su bebé de 2 años…

El esposo es un buen esposo. No es su culpa la cesantía. La culpa la

tiene la mala suerte. Porque ellos formaron familia bajo la bendición del

cielo. Es una prueba. Sólo una prueba. Pero el bebé de 2 años tiene

hambre…

La puerta se abre. La mujer mira a su esposo. No puede descifrar el

rostro del hombre.

-¿Cómo te fue hoy?

Silencio. El esposo se queda parado ante la puerta.

-Entra, que hace frío, cierra la puerta -dice la mujer y se concentra en la

olla.

El esposo obedece. Se sienta en una banqueta y sobre la pequeña mesa

de cocina deja un grueso manto negro doblado prolijamente. En la

pared apoya una guadaña. La mujer mira ambas cosas.

-¿Tengo que coser algo?

-No es nada, es sólo una capa, te demoras cinco minutos.

-Ya, pero la guagua quién la cuida.

-Yo me quedo con ella en brazos. Al menos conseguí trabajo, mujer.

La mujer mira la guadaña.

-Tienes razón, esposo. Al menos tenemos eso.

La mujer toma el manto y desaparece por un oscuro pasillo. El esposo

juega con su hijo sin notar que la olla se está sobrecalentando, que

explotará, que le quemará la cara y con precisión quirúrgica caerá para

ser cortado por la mitad por la guadaña para dejar a su esposa viuda.

Con un niño de 2 años. Y en la pobreza.

El trabajo de la Muerte.

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