Llueve, llueve muchísimo. Ahí yace sobre la cama desordenada una cobija estirada, amarrada a cada extremo de la cama simulando una tienda de campaña. Y “ahí está ella”, jugando con sus muñecas y sus peluches, sintiéndose protegida y divertida debajo de esas cobijas. Arrullada por la lluvia se queda plácidamente dormida esperando a que llegue su madre a despertarla para bajar a cenar.
No pasa mucho tiempo. Es un día soleado, la cantidad de niños en derredor es inquietante. Ya no hay juguetes al alcance, ahora hay un inmenso pizarrón verde e intimidante al frente. Hay muchos pupitres, cuadernos nuevos, lápices de color. El olor de los libros nuevos es exquisito, tanto como la idea de aprender. Se escuchan gritos, hay muchos niños corriendo y riendo de aquí para allá, al parecer sin ningún sentido. Y “ahí está ella”, con su corazón acelerado y sus mejillas sonrojadas correteando a otros niños de su clase como si tocarlos fuera la meta de toda una vida.
No pasa mucho tiempo. Ya no hay tanto ruido. Suficiente ruidoso es el mundo circundante; tantos cambios físicos, hormonales, sicológicos, aturden hasta al más sereno de los mortales. La toma de decisiones es apabullante. Muchas preguntas y pocas respuestas. Y “ahí está ella”, de nuevo con su corazón acelerado y sus mejillas sonrojadas, mientras experimenta todas las sensaciones que trae consigo un primer beso.
No pasa mucho tiempo. La vida sigue su curso, es tiempo de tomar serias decisiones. Ya no hay ruido. Ahora hay trabajo. Estudiar se vuelve el pan de cada día. Y “ahí está ella”, su familia duerme, mientras ella mantiene las luces de su cuarto encendidas y una taza de café en su escritorio, la que le saca una sonrisa cada que sorbe un trago mientras acaricia a su compañero nocturno, lufaa, su amado gato. Le pesan los párpados, pero no importa, lo importante es terminar.
No pasa mucho tiempo. Un aroma dulce, tierno e inocente inunda el lugar. La sensación de quietud y silencio es un tanto romántica. Hay esperanza y las cosas nunca más serán igual. Y “ahí está ella”, con una sonrisa en su rostro, sosteniendo a una criatura en sus brazos y contra su pecho, más feliz que nunca. Mientras tanto su esposo la observa, contemplando lo que se convertirá para él en la obra de arte más hermosa que verá en su vida y la guarda como una fotografía en su mente y la atesora como un diamante en su corazón.
Ya ha pasado mucho tiempo, el olor dulce, tierno e inocente se repite. Hay esperanza. Esta no desvanece. Y ahí está ella con su cabello emblanquecido y su piel marchita por el tiempo sosteniendo de nuevo una criatura en sus brazos y dibujando nuevamente una sonrisa en su rostro. Mientras tanto su esposo saca del baúl de los recuerdos aquella obra de arte que dio a luz al instante preciso en el que se encontraba.
No pasa mucho tiempo. Hay silencio mucho silencio y un aroma a hierbas que sacude las fosas nasales. El panorama es incierto, pero la esperanza prevalece. Y “ahí está ella”, esperando ya tan solo su último suspiro. Pero no tiene miedo, al contrario, entiende que la muerte no es ajena a la vida sino que es parte de ella. Sostiene un libro que le saca de tiempo en tiempo una sonrisa mientras mira por la ventana la lluvia caer.
No pasa mucho tiempo. Y “ahí está ella”, ella vive en las personas que marcó con sus palabras, vive en la forma en que sus hijos y nietos tratan a sus semejantes, vive en los libros que escribió, en las personas que auxilió, en los consejos brindados, en el amor entregado, en su labor y profesión no importa cuál fuera esta y en la mente de sus seres queridos. Ella no se quedó allí, ella trascendió.
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