Una alemana y un negro en los 60.

Una alemana y un negro en los 60.

Se amaban, cada tarde lograban terminar sus tareas para juntarse, si, como anhelaban poder rozar sus manos, ella siempre las tenía frías, una gran oportunidad para que él, se las tomara y se sintiera útil, las frotaba entre las suyas y las besaba, manos bellas y olorosas, manos delgadas y pequeñas , manos blancas.

Una tarde decidieron que simplemente se amarían, que sin pensar en nada seguirían adelante con su amor, ella lo miraba extasiada, tan alto, con su pelo tan rizado, sus ojos eran verdes y su piel negra como la noche, le sonreía, si, pensaba encontré al hombre mas bello de todos y yo iluminaré su piel con mi sonrisa, mientras que él pensaba en que la agazaparía para siempre en su calor.

Una tarde se armaron de valor y se enfrentaron a los suyos, la madre de él, con su piel tan negra como el ébano, miró a la joven con desconfianza, los padres de ella lo miraron con desprecio, nunca aceptarían que su bella hija descendiente de «alemanes» se casara con un hombre «negro».

Pero ellos siguieron adelante, y un día poco soleado de enero, se aventuraron a casarse. Nadie los acompañó, no tenían ni siquiera testigos, el salió raudamente a la calle y les pagó a dos «hombrecitos» que estaban sentados en el suelo. Firmaron su acta de matrimonio dos desconocidos, dos extraños, ya que nadie de los que amaban quiso hacerlo.

El tiempo pasó, de ellos nacieron 3 hijos, la mayor, una hermosa niña de piel blanca y ojos verdes, la segunda una débil y prematura hija color café con leche y un robusto varón del color canela, grandes, llenos de ganas por vivir.

Ese enamorado hombre que había luchado por su amor, cansado se peleó un día con las circunstancias de la vida y se fue. En mi mente no recuerdo si el se fue, o ella lo echó, solo que desapareció entre la bruma, de sus tardes oscurecidas por los problemas.

Ahora ella sola e indefensa, caminaba insegura por las calles de la vida, en casa, los tres pequeños lloraban al ver que se iba, y como no, si cuando ella se marchaba a trabajar, la abuela desquitaba los sinsabores de su existencia, con los tres pequeños y coloridos niños.

Pero si hay algo de lo cual estoy segura, es que el mundo necesitaba de esos matices que ellos le daban a la vida. Para los demás ellos eran negros, hijos de un negro, para ellos que no veían su color, solo eran niños, de largos huesos, alta estatura y blancos dientes.

En su infancia, les avergonzaba su ascendencia, muchas veces ante los insultos de su abuela, se preguntaban porqué los trataban mal si no era de ellos la culpa. La madre, solo lloraba en silencio sintiéndose impotente ante tanta humillación. ¿Porqué nos dejó? Se preguntaba una y mil veces, después de que ella luchó y lo defendió de todos los vendavales que les presentó la vida. ¿Porqué no tenemos padre? Se preguntaban los niños, si a todos mis compañeros los quiere su papá ¿Porqué a nosotros no? Nos dejó su amargo legado en la piel y se marchó para que nosotros hiciéramos solos frente a lo que nos tocara vivir, ¿Porqué?

Años han pasado de aquellas preguntas, aprendieron a vivir sin tener respuestas, la sociedad ha avanzado, ya no está permitido discriminar por la raza, y aunque, aun escuchan de vez en cuando frases racistas, las cosas han cambiado, los hijos de los tres hermanos, son coloridos y hermosos, poco queda de esos génes afroamericanos, sin embargo, a veces han sido sorprendidos con una hija con el pelo afro, o con el color café con leche en su piel, aun los niños tienen huesos largos, manos con coyunturas prominentes y grandes labios.

Ya no les molesta, al contrario, esas características los han hecho únicos, y hasta han buscado en los registros, donde han encontrado sus raíces.

Del padre, poco se sabe, increíblemente, vive cerca, pero no tienen contacto. El con su apellido americano ha viajado por las sendas que van desde la juventud a la vejez, ha ido cayendo por los caudales de una piel lozana y firme, a la ancianidad que lo ha esperado para acompañarlo todo el final de sus días.

La madre, es amada por sus tres hijos, rodeada por sus nietos y respetada por todos aquellos que la conocen, nunca volvió a casarse, tal vez no quería pasar por otra desilusión, o por cuidar a sus hijos de ese otro que llegaría a su vida, envejeció con dignidad, y en sus ojos se puede ver la tranquilidad de haber hecho lo que le correspondía.

Si bien esta historia de amor no termina como tradicionalmente debería, si termina bien, de todo lo que pudieron aprender sacaron lo mejor y se aferran unos a otros, como una manada, como un clan, como algo mas grande aun… una familia.

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