Una Pandilla en los Sesenta

Una Pandilla en los Sesenta

Éramos tres, Pedro “el Bruto”, Pepe “Pepe Rolling” y yo, “el Pardy”. Teníamos alrededor de 15, 16 años, eran los años sesenta y vivíamos en una de las ciudades más “carcas” de la época, que ya es decir… “Ávila”.

Ni siquiera teníamos dónde comprar discos de música; menos mal que los viernes había un mercadillo y venía un tío majo, tocayo mío, “Pablo” que tenía un puesto con los últimos discos de los Rolling, Beatles…etc. Como no conocíamos los títulos de los discos nos los ponía en una tocata portátil (a pilas) y si no las tarareábamos para ver si él las conocía.

Cuando habíamos ahorrado algo o mejor dicho nos habíamos apañado algún dinero, comprábamos todo lo que podíamos. Al cabo del tiempo entre los tres teníamos una buena colección de discos casi todos pequeños singles de 2 o 4 canciones.

Estos discos nos los poníamos una y otra vez en casa de Pepe, en la galería, donde hacía un frío del demonio, pero pasábamos del frío y con un pequeño tocadiscos “telefunken” que a nosotros nos parecía que sonaba de maravilla, pasábamos la tarde.

Después de darnos una sesión de música salíamos a dar una vuelta por la ciudad. Lo primero era comprobar la pasta que teníamos entre los tres; hacíamos fondo común, el mínimo eran 50-25 pesetas, tabaco, pipas y las cañas que pudiéramos. Era el puto paraíso…si no fuera por las chicas, quiero decir que ligar en Ávila era todo un arte y nosotros no éramos precisamente unos artistas. De vez en cuando, surgía algún guateque en un garaje y si podíamos nos colábamos.

Pero el último año del cole, Pepe Rolling y yo, ligamos con dos amigas que estaban bastante buenas, sobre todo la mía “Loli”, aunque tuve la mala suerte de que se la murió una abuela y se pasó el invierno vestida como una monja de gris oscuro y no había forma ni de acercarse; así es que duró poco la cosa.

En Ávila los inviernos eran largos, tristes y aburridos; pero como no conocíamos otra cosa pues na, a esperar a ser mayor y salir pitando de la ciudad.

En verano teníamos dos cosas, la piscina por la mañana y las verbenas por la noche. La piscina estaba muy bien, pero la putada era…que en mi casa se comía a las dos en punto como norma, total que cuando mejor se estaba yo tenía que irme a casa.

Un día aparecieron por la piscina «la rubia» y su hermana, dos chicas guapísimas, era la una y media del mediodía. Yo tenía que irme a casa a comer para no llegar tarde…y mi amigo que estaba colgado de la rubia me dijo que volviese a la piscina después de comer y trataríamos así de ligar con ellas y así fue, solo que cuando volví y nos pusimos a hablar con ellas, sobre las tres, las chicas se levantaron y se fueron. Resulta que todavía no habían comido y por eso se iban a casa. Nos quedamos solos, con cara de gilipollas; me había gastado un bono de piscina para nada.

Cuando nos aburríamos y era bastante a menudo, lo mejor era comprar un paquete de «pipas calvo» y a esperar mientras nos las comíamos ya se nos ocurriría algo o no, quien iba a saber.

Un día se nos ocurrió robar una gallina, así sin más; la idea era llevarla al campo y asarla en una hoguera en una especie de cueva entre las piedras. Por lo menos la primera parte del plan salió bien, teníamos la gallina, pero el desastre de desplumarla y cocinarla en una fogata de mala muerte en un agujero, donde casi nos asfixiábamos por el humo, resultó ser una idea demencial y estaba horrible debía ser la gallina más vieja del corral.

Pero vayamos al asunto…a los años 60”

Como he contado al principio, a mí me llamaban “el Pardy” pero lo cierto era, que los tres éramos unos putos pardillos sobre todo con las chicas, no nos comíamos un rosco ni de coña. Ellos dos se conocían desde niños, eran del mismo barrio “del chico”, yo era “del grande” un poco más pijo, aunque la realidad era que no había gran diferencia. Así que formábamos una panda un poco extraña y por eso creo que me apodaron “el Pardy” lo cual tenía un punto de cierta mala leche, pero también rimaba con mi apellido.

Pero bueno lo importante era procurar divertirnos y pasarlo lo mejor posible, como cuando nos dejaban ir a la última sesión del cine, que empezaba a las once, era de noche de verdad y sólo por el ambiente ya alucinaba. Allí veías tipos extraños de los que normalmente no te encuentras precisamente paseando. Pepe Rolling era especialista en contar historias de este o de aquel, que si había hecho esto o había hecho lo otro y nos lo pasábamos de miedo.

Recuerdo un año que se nos ocurrió hacer algo nuevo; decidimos juntar el dinero de reyes y el día seis a primera hora coger un tren a Madrid para ir de compras, más inocente imposible. Y nos fuimos como habíamos quedado; yo como un pardillo me puse los zapatos que usaba los domingos y demás ropa. Convencí a mi hermano pequeño para que me diera el dinero de sus reyes que junto con el mío eran unas 10.000 pesetas y con ello compré un scalextric para los dos.

Cuando llegué a casa, sobre las nueve de la noche estaban esperándome en la puerta, escandalizados, media familia: mis hermanas y mis padres. Menuda bronca…resulta que mis hermanas habían registrado mi cuarto y habían descubierto que me había llevado puesta la ropa de domingo; total que se creyeron que habíamos ido de putas más o menos con el dinero de reyes de los tres incluido el dinero de mi hermano.

Después del verano mi padre, me propuso irme a estudiar a Salamanca.

¡No me lo podía creer…lo conseguí!. Salí de Ávila.

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