Cuando se siente un silencio espectral en la cocina o en la habitación queda la televisión sin encender, cuando se puede oír el ruido del goteo incesante de la ducha, cuando las paredes blancas perdieron su brillante color, la casa está un poco más triste.
Extraña esa música peculiar que hacían sus enormes zapatos al acariciar sus rincones o el sonido imparable de la máquina de coser el fin de semana, presurosa en acabar una prenda para un evento importante.
Porque aunque las paredes son duras, su estructura es muy frágil. Porque aún cuando algunas cosas quedan como recuerdos imborrables, su voz ya no está por aquí.
Porque aunque aún hay mucha vida rondando, la casa está un poquito más triste.
¡Relaciones si las hay! Pero como la nuestra ninguna. Miradas cómplices, pensar lo mismo sin decir ni un vocablo, reírnos de la misma cosa insignificante para el mundo, pero hilarante para nosotras.
Porque cada vez que lo pienso detenidamente una presión en mi pecho hace que se me nuble la mirada. Una especie de tembleque que viene desde adentro me invade y no sé qué más pensar.
Racionalmente es la mejor opción, vista desde todos los ángulos. Independizarse es parte de la vida, crecer y llenarse de experiencias, de conocimiento, de amor, de tristeza, de vida. A veces, hay que soltar…
Pero, ¿Quién le explica esto al corazón?
Porque la cuestión no es detenerse a pensar y extrañar, sino que va más allá. Es casi un pensamiento involuntario de la mente que pide a gritos compartir la vida con esa persona especial o en el silencio de la noche cuando uno piensa todo lo que hizo ese día, ¿a quién contarle? O preguntarse cómo ha sido su día, viendo que la otra cama está vacía.
“¿La extrañas?” me preguntan. Esas palabras resuenan en mi cerebro como un martillo pesado, que hunde un poquito más mi espíritu, el cual aparenta ser duro.” A veces”, contesto, aligerando el momento.
De hecho, es un sentimiento de añoranza, del día a día, que se va acumulando hasta que uno reacciona con la cruda verdad, y en donde sabemos que la casa está un poquito triste.
Un débil susurro en la oscuridad dice “Te extraño”, mientras pienso en los buenos momentos que pasaron, y que seguramente vendrán.
Me alegro de imaginarte libre, madura, poderosa. Se me dibuja una sonrisa de verte independiente, segura, dejando atrás a esa pequeña niña con rizos, o la que buscaba a su yo interno en la pubertad. Me río de tu actitud hacia el mundo, ese que a veces suele ser tan cruel, ya que es divertida y aterrorizada a la vez, ese humor tuyo característico que no se compara con el de nadie.
“Vamos a irnos de viaje algún dia, y yo voy a pagar todo” me decís ideando una aventura de ensueño “Ya vas a ver”.
No soy madre, y seguramente ni se compara a mi sensación, pero se asemeja bastante, esa sensación de que su polluelo deja el nido, entendiendo por un lado que debe hacer su vida y volar, extendiendo sus alas lo que más pueda a la vida, buscando el éxito y la felicidad, pero cómo evitar sufrir por dentro, un dejo de abandono inexplicable, una pizca de miedo mezclado con ansiedad.
“¿Me olvidará?” No lo creo. “¿Me tendrá tan presente como yo a ella?” Sin duda. Porque por más que las cosas sean diferentes y que la casa este un poco más triste, la vida siempre se encarga de buscarle la vuelta a la felicidad, a veces de maneras que no imaginamos, otras de formas que no entendemos, pero siempre que haya amor, el camino será el correcto.
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