Mi hija se me acerca y me pregunta:
–Mami, ¿existen los ángeles?
Sonrío y le acaricio sus cabellos.
–Son guardianes de sueños. Dios los manda a guiarnos.
–Yo no conozco a mi ángel –dice.
–Te contaré una historia. Ya son las nueve de la noche y sería el cuento perfecto antes de dormir.
–Hace muchos años, acá, hubo una niña de siete años que disfrutaba del mar. Cuando salía de la escuela, iba por la playa de regreso a su casa con su hermano Rubén.
Mi niña se queda callada y con los ojos bien abiertos. Lo que me hace suponer que desea seguir escuchando la historia.
–Rubén tenía veinte años, era pescador y su hermana lo esperaba en el muelle para ir juntos a casa. Vivían con su madre y su padre había fallecido hace cinco años.
– ¿Cómo murió? –pregunta.
–Un día, como de costumbre, salió a pescar pero nunca regresó.
– ¿Se lo comieron los peces?
–No. Dios también está en el mar. Un domingo de junio, para el día del padre, aquella niña se levanta asustada. Soñó que un hombre, parecido a la foto de su padre que adornaba la sala, se llevaba a su hermano y que pasaban muchos días sin verlo.
– ¿También se lo llevó Diosito en el mar?
–La niña fue a donde su madre que se encontraba enferma y sin poder caminar. Le contó su sueño y su madre le pidió que no se preocupara. La niña no obedeció y fue a la habitación de su hermano pero él no estaba. Salió corriendo. Llegó al muelle y logró ver cómo su hermano estaba por embarcarse con un amigo en un bote. Se le abalanzó sobre su pecho. Empezó a llorar y a suplicarle que no vaya. Decía que no quería que le pase lo mismo que a su papá. El amigo de Rubén pidió que la deje acompañarlos. Argumentaba que no les había pasada nada en años. Rubén dudó pero una leve sonrisa de su hermana lo convenció en aceptar. Le pidió a otro de sus amigos que vaya a avisarle a su madre que todo estará bien. La niña continuó asustada pero aceptó. El mar se mostraba muy apacible aquella madrugada. Rubén, su hermana y su amigo empezaron la aventura antes que el primer rayo de sol apareciera. El amigo era quien guiaba el bote, mientras que Rubén atendió todas las constantes preguntas de su hermana. Quería saber si era la misma sensación de libertad y dominio sobre las aguas la que sintió su padre. Rubén sonrió y al notar feliz a su hermana no se arrepintió de llevarla consigo.
– ¿Llegaron a las plataformas, mami?
–Bueno, la costa se notó cada vez más pequeña. Rubén pidió a su amigo empezar a pescar ahí. Sin embargo, en cuestión de segundos, relámpagos y truenos asustaron a todos. Rubén le pidió a su hermana que se tranquilice. Decidieron no hacer nada más que esperar pero las aguas empezaron a comportarse tempestivamente. La niña se puso de pie y abrazó a su hermano quien perdió el equilibro y resbaló dentro del bote pero la niña cayó al agua. Las gotas del aguacero eran tan fuertes que impidieron una rápida acción tanto de Rubén como de su amigo. Ninguno lograba verla. Rubén se lanzó al agua pero no logró ubicarla. Gritaba el nombre de su hermana pero no pudo oír más que las gotas de lluvia. La noche seguía oscura y vieron como un destello de luz apareció cerca de ellos. Se asustaron aún más.
– ¿Murió? –pregunta mi hija.
–Por la mañana, Rubén y su amigo llegaron a la orilla, se recostó sobre su bote y llorando reclamó al cielo. Sus amigos que lo rodeaban no podían creer cuando la niña, mojada por completo, corría hacía él. Es como si ella lo hubiese estado esperando. Rubén al escuchar sus gritos se puso de pie y corrió hacia ella. Cuando estuvieron frente a frente no podía creerlo. Se arrodilló, miró al cielo y pidió perdón por las maldiciones dichas anteriormente y abrazó a su hermana quien empezó a contarle. Le dijo que cuando cayó al agua, se hundió levemente pero que de pronto alguien la jaló y que no recordaba más hasta que apareció en la orilla sentado al lado de un hombre. Decía que ese hombre se parecía mucho a la fotografía de su padre. Rubén le preguntó si ese hombre le dijo algo. Ella respondió que sí, que le había dicho que siempre los estará cuidando, y que fue él quien se apareció en sus sueños. Y que significaría que irá a trabajar adentro en las plataformas, donde la gente está varios días sin ver su familia pero que todo será para su bien.
Veo a mi hija y una sonrisa en su rostro me satisfizo. Continuo.
–Rubén llorando abrazó a su hermana y volvió su mirada hacia el cielo, señaló al mar, tomó la cadena que llevaba consigo siempre en el cuello y que era regalo de su padre, la besó y se puso de pie llevando entre sus brazos a su hermana. Todos los presentes miraron atónitos, algunos lloraban, otros aplaudían. Y había quienes se persignaban.
Beso a mi hija en la frente.
–Ya vez. Ese es el tipo de ángeles que Dios nos manda. Esa niña tiene un ángel y cada vez que ve el mar ve a su ángel, ve a su padre en el horizonte.
–Esa niña tiene suerte de haber conocido a su ángel.
–La suerte la tenemos con el simple hecho de saber que tenemos un ángel.
– ¿Y cómo se llamaba la niña?
–Rosario –le respondo.
Mi hija se levanta sobre su cama y empieza a saltar en ella.
– ¡Se llama igual que tú mami! ¡Se llama igual que tú!
–Si amor. Igual que yo. Ahora descansa. Mañana tienes que ir a la escuela.
Ella fue a dormir y yo lloro al recordar que mi hermano en realidad nunca más regresó aquella mañana.
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