Nunca se me ocurrió que la familia pudiera ser elegida. Siempre ha sido la que te toca, incambiable, permanente. Destructible. Frágil. No por nada dejé la casa que me vio crecer, donde corrí, donde jugué, donde abandoné a los que me quisieron. Pero la guerra avanzaba, y el bosque me parecía la vía más segura. Pronto dejé de oír el estruendo del fuego, los gritos de la gente, el llanto de las madres. De mi madre. Y yo seguía corriendo, alejándome de la muerte, en un bosque al que nunca me habían permitido ir. “Es peligroso”, decían, “donde se esconden los que huyen del Reino, por cosas peores que matar”. ¿Y a mí qué? Los soldados del rey eran mucho peores, en mi opinión. No, no podía regresar. Comenzaba a llover, necesitaba un refugio del frío, de los animales, de los prófugos. Del mundo. Necesitaba pensar.
La lluvia arreció, y no podía ver lo que estaba frente a mí. Caí en una zanja, pero no podía detenerme. Alguien, o algo, me seguía, y el ruido que yo estaba haciendo no ayudaba mucho. Vi un tronco hueco y entré para ocultarme, mientras pasaba la lluvia y lo que fuera que estaba detrás de mí pasara de largo. Un hocico enorme se introdujo en el hueco, consciente de yo estaba ahí. Era el hocico de un caballo. Estiré la mano para tocarlo cuando descubrió una serie de colmillos muy afilados, especializados para matar. No era el animal que yo creía.
Un rayo iluminó el bosque por un instante, y vi quedefinitivamente no era un caballo. Su mirada aterrada estaba fija en mí. No me estaba persiguiendo, ¡también él estaba huyendo! Su aliento tibio pronto me hizo olvidar el frío que sentía, y me di cuenta de que había dejado de llover. Qué sabe cuánto tiempo habré estado ahí dentro. Salí del hueco y caminé sin una dirección en particular. El animal comenzó a seguirme, y comencé a hablar con él.
-Necesitas un nombre, no puedo seguir hablándote así.- el animal parpadeó- ¿estás de acuerdo?-sacudió la cola levemente- está bien… serás… Tásolo. ¿Te gusta?
En ese momento unos gritos comenzaron a acercarse. Supuse que eran los perseguidores de Tásolo, y traté de ahuyentarlo. Acababa de marcharse cuando un grupo de gente se hizo visible, con lanzas y redes, evidentemente para cazarlo. Me llevaron con ellos, a su ciudad oculta en la niebla, y me dieron asilo y comida. Ya estaba oscuro afuera cuando escuché un sonido extraño, como un golpeteo, pero no me era posible distinguir nada. De pronto, un par de ojos me devolvieron la mirada. Dos ojos grandes como puños, casi invisibles, que noté porque habían desaparecido un segundo. Abrí la puerta, y una masa gigantesca entró, haciéndome escuchar nuevamente el golpeteo de momentos antes. Era Tásolo. Se enroscó en el suelo, y ambos nos quedamos dormidos.
Hoy que pienso en ese día, trato de recrear los rostros de mi familia, pero son borrosos. Veo en sueños el momento en que Tásolo se mostró ante mí. Recuerdos de la aldea de prófugos, quienes me ayudaron a ser una sombra invisible, un susurro del viento. Las carreras de los árboles, en las que caerse no era una opción. Los viajes de cacería, cuando Tásolo desaparecía, para después volver con presas del doble de su tamaño, y cuando íbamos a los pueblos por noticias. Cabalgar con Tásolo, y sentir sus músculos impulsándolo hacia delante. La familia que me acogió cuando no tenía nada más que mi vida por perder. La familia que escogí.
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