Aquella, la casa de mi infancia era una casa grande. Diseñada por el nono arquitecto y construida por la empresa de arquitectura para la que trabajaba, albergaba a dos familias. La de mis padres, le tocaba el frente de la casa y el piso de arriba. La de mis tíos y la nona en la parte de atrás de la casa. Entre las dos secciones nos dividía una pared, pero los domingos esa pared parecía derrumbarse. De origen italianos los abuelos maternos, cuando se casaron trajieron de su viaje de luna de miel una máquina familiar de sobar masa, que por mucho tiempo en nuestro país fue casi original, hasta que a partir de los 90 el mercado se empezó a inundar de maquinitas chinas y de menor calidad.

La sobadora era instalada con su prensa en la mesa del comedor de la casa de adelante, en una olla se desmenuzaban quesos colonia, gruyere y de ricota, en otro recipiente se preparaba la masa y a partir de allí comenzaba la producción familiar de la pasta dominguera. Todos participaban, había quienes se encargaban de hacer la masa, otros – los más fuertes- le daban manija a la sobadora para amasar y estirar la masa hasta que quedara suave, tierna y con determinada espesura. Otros se encargaban con la boca de una copa invertida, cortar redondeles en la masa estirada, otros con cucharitas distribuir el relleno en las tapitas, otro equipo las cerraba con otra tapita. Yo a riesgo de ocasionar pérdidas en el relleno, era el encargado junto a mi primo de desmenuzar los quesos. Luego de dos horas de faena, y al finalizar la misma sobre la mesa de trabajo quedaban rendidos los panzarotti con sus formas de sombreritos mexicanos, haciendo fila y esperando desembarcar en las ollas de agua hirviendo, mientras mi madre y la nona preparaban la salsa bolognesa. Era gratificante ver a la familia reunida en la mesa que aún conservo, y sentir el bullicio dominguero del almuerzo mientras esperábamos que se sirvieran los panzarotti familiar.

Aún conservo la sobadorita, mientras mi madre conserva la mesa y alguna fábricas de pastas uruguayas venden «panzotti», con cierta semejanza de los que en mi familia hacíamos. Mi tía vive en Holanda, junto a mis primos. La nona falleció hace 24 años. Cuando en alguna ocasión nos reencontramos parcialmente, en nuestra memoria nos reunimos nuevamente en familia para hacer un domingo de panzarotti.

Fin.

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