Los días tristes y lluviosos de invierno, acostumbrábamos en nuestra casa a encender la estufa del comedor para cuando llegaba el aita de chiquitear con sus amigos, encontrara la casa confortable para la comida.
Era un deleite sentarme en la butaca, en la que todavía mis pies no alcanzaban el suelo, viendo el chisporrotear de las brasas, y al fondo el mirador repleto de begonias, el río Oria enfrente con su pequeño Prado de Igarondo con sus árboles pelados y alzando un poco la vista el monte Uzturre con su cumbre nevada.
Me acurrucaba junto a mi ama y durante la larga espera, le rogaba me contara historias de la familia. No me gustaban los relatos de cuentos mentirosos, lo que yo quería eran anécdotas de mi familia, acontecimientos que habían ocurrido.
Al ser hija única, le preguntaba a mi ama.
-¿Ama porqué yo soy sola y mis amigas tienen tantos hermanitos?-
Entonces mi ama me contó el testimonio, que después de tantos años me fue revelado.
Tú tenías un hermano Antonio, era un niño muy guapo, su pelo rubio como el oro y en contraste unos ojo negros y grandes. Era hermoso y fuerte, pero la dichosa guerra … Aquí se paraba y yo veía bajo el resplandor de las llamas que por sus mejillas corrían abundantes gotas de lágrimas que no le dejaban continuar.
-¿Y qué pasó ama con mi hermano?-
Sabía que mis palabras le hacían sufrir y me dolía en el alma, pero necesitaba conocer que había pasado, pues sin conocerlo ya quería en el fondo de mi corazón a mi hermano.
-¿Y qué pasó con la guerra?-
Tú eres todavía demasiado pequeña para comprender, pero tu ama eran cinco hermanas y tres hermanos, éramos más bien partidarios de la república, pero un general que tenía otras ideas, se reveló contra la república y por eso se formó la guerra.
-¿Cómo es una guerra le pregunté?-
Una guerra es lo más triste que te puedes imaginar y, la nuestra todavía más, pues, a veces, luchaban hermanos contra hermanos. Otra vez se paraba, pues las palabras no salían de su boca, sino que eran interrumpidas por nuevas lagrimillas. Al cabo de un ratito continuó y dijo:
Nosotras las hermanas teníamos un gran miedo a las bombas y también a que las tropas del general, se aprovechaban de las mujeres. Nos entró tal pánico que decidimos emigrar a Francia.
Desde San Sebastián embarcamos en un barco, no recuerdo la fecha que me dijo, éramos refugiados, tampoco sabía lo que era ser refugiado, pero le dejé que continuara, desde San Sebastián nos llevaron a Angers, una ciudad francesa y allí una vez desembarcamos, nos instalaron en una colonia. En esta colonia nos juntaron con otras mujeres y niños que, al igual que nosotras también habían escapado para huir del horror de la guerra.
En nuestro nuevo hogar, las condiciones higiénicas dejaban mucho que desear, aunque la comida no nos faltó en ningún momento. Las mayores nos ocupábamos de los niños y nosotras las hermanas ejercíamos de cocineras.
Tus ixebas (tíos) y tu aita, tuvieron que ir al frente para luchar. Nada más empezar la contienda, el Ixeba (tío) Paco, murió por un tiro que le atravesó la cabeza.
Ahí empezó nuestro dolor más fuerte, tus otros ixebas (tíos) y tu aita, pasaron grandes calamidades, mientras, nosotras en Angers nos libramos de los bombardeos, pero el dolor, se clavó en nuestros corazones y nuestras sonrisas se acabaron para siempre.
-¿Pero qué le pasó a mi hermano?-
Ya aquí con esta pregunta, la bata de mi ama se fue empapando de tantos recuerdos, que no le salían las palabras.
Después prosiguió, se puso malito, el ejemplar de la colonia como le llamaban y cogió una meningitis.
Allí en Francia, era costumbre ingresar a todo el que se ponía malo al hospital, así que nos lo arrancaron de los brazos y se lo llevaron. Allí sin ver a su familia y con gente extraña, se fue al cielo el pobrecito.
-¿Porqué no me habías contado esto antes?-
Porque me trae tan tristes recuerdos que mi corazón no lo puede resistir.
A veces, me decís que soy seria, es que desde aquel momento y con todo lo que pasó se me apagó la alegría.
Pasaron muchas más cosas hija mía, pero ya te iré contando poco a poco, a medida que vayas creciendo, para que sepas lo que es una guerra y, no te toque a ti, ni a nadie.
Mi aita llegó eufórico después de los chiquitos de vino que había degustado con sus amigos, pero durante la comida ni mi ama ni yo teníamos ganas de hablar. Mi aita nos miraba sorprendido y todos contagiados, al final, dirigíamos los ojos hacia las brasas de la estufa, que no paraban de chisporrotear.
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