Tengo una hermana gemela. Tener una hermana con la que compartir la infancia, la adolescencia, los peores y mejores momentos, ya es en si una aventura, pero si además compartes con ella los cumpleaños, la ropa, los apuntes e incluso la cara, en ocasiones puede ser realmente desesperante.
Nacimos un Lunes 8 de Febrero a las 10 de la mañana, con una diferencia de 30 segundos, y desde entonces hemos estado unidas, sin saber cuanto muchas veces. Esta unión ha ocasionado mil y una anécdotas que siempre nos divierte recordar.
La visión de un niño es casi siempre distorsionada, teniendo en cuenta que con tan corta edad es imposible entender el mundo más allá de lo conocido en casa. Un gran ejemplo de esto es una historia que me encanta, y mi madre siempre nos cuenta: Yo discutía con el espejo pensando que era mi hermana, y me cabreaba con ella, pasando incluso horas sin hablarle por haber obtenido una imitación por respuesta.
También recuerdo con mucho humor nuestras tardes en el parque. Mi hermana y yo siempre hemos sido muy sociables, por lo que jugábamos con todo cuanto niño se nos acercaba, y siempre llegaba el momento en el que realizábamos una pregunta que casi todas las veces acababa en desastre: «¿Dónde está tu hermano?». Desde nuestro punto de vista, todos los niños del mundo, sin excepción, tenían un hermano igual que ellos con el que jugar. En algún punto siempre acabábamos explicándoles que tenía un hermano igualito a ellos, como nosotras dos, lo que resultaba bastante convincente siendo nosotras la prueba irrefutable.
Esto solía acabar con unos padres enfurecidos que nos gritaban por decirles a sus hijos que tenían un hermano que les habían ocultado, hasta que por fin comprendimos que no todos los niños tenían la suerte o la desgracia de ser gemelos.
Una de mis favoritas es una historia que yo no recuerdo, pues teníamos aproximadamente un año. Mi abuela paterna vive en un pueblo, y es habitual que a lo largo de la mañana pasen furgonetas que venden pescado, pan, carne y muchos otros productos. En este caso fue la furgoneta del pan la que tocó el claxon, y mi abuela salió a la calle a comprar un par de barras. Mi hermana y yo nos quedamos sobre una manta en la cocina. Mi abuela tenía toda la casa a prueba de niños, con todas las esquinas protegidas y las puertas aseguradas con elásticos para que no pudiésemos abrir nada. Sin embargo, en los 2 minutos que mi abuela estuvo fuera nos las ingeniamos para abrir una de las puertas del mueble de la cocina, y nos encontramos con el gran premio: una garrafa de 5 litros de aceite. Cuando mi abuela volvió con las barras de pan, se encontró una imagen que nunca olvidará. El suelo de la cocina relucía cubierto de aceite, mientras mi hermana nadaba sobre él y yo estaba encima de la garrafa como si de un caballo se tratase, apretando con fuerza con mis puñitos, porque en algún momento se me había ocurrido que así saldría el aceite más rápido. Mi abuela aún suda cuando nos cuenta las peripecias que realizó ayudada de una infinidad de periódicos para llegar a nosotras sin caer al suelo, y meternos en la bañera con ropa y zapatos. Después de esto, el suelo de la cocina de mi abuela estuvo resbaladizo durante mucho tiempo.
Como toda pareja de gemelos, también tenemos historias más perturbadoras que hacen reflexionar sobre la unión entre los gemelos. Con cuatro o cinco años, mi hermana enfermó. No sabía nadie lo que le pasaba, tan solo que comía muy poco a lo largo del día, le costaba dormir y a veces tenía problemas para respirar. No encontraban nada extraño, en teoría no le pasaba nada fuera de lo común. Yo recuerdo sentir mucha molestia en la garganta, como si tuviese algo que me impedía respirar con normalidad, o que no debería estar ahí. También recuerdo que intentaba tragar pero me costaba mucho, y que tosía con mucha frecuencia. Me acerqué a mi madre y frotándome la garganta le pregunté:
-¿Qué tengo aquí?
-¿Dónde Sandrita?
-Aquí dentro mamá, me molesta.
Entonces mi madre abrió los ojos como si acabase de tener una gran idea y nos fuimos a Urgencias. Yo estaba perfectamente, pero mi hermana tenía un problema de crecimiento en las amígdalas. Ambas las teníamos más grandes de lo normal, pero a ella no le paraban de crecer, lo que le dificultaba cada vez más comer y respirar. Recuerdo que mi madre le preguntó a una doctora si tenía amigdalitis, o qué le pasaba, a lo que ella respondió: «No, si tuviese amigdalitis se moriría». Después de esa frase, todavía puedo ver a mi madre durmiendo al lado de mi hermana en el hospital comprobando si respiraba cada 2 minutos.
Le quitaron las amígdalas, y yo dejé de sentir esa molestia en la garganta. Nunca he creído en ese tipo de cosas, en esas historias sobre gemelos que saben si el otro está en peligro, pero realmente esta historia me sigue poniendo los pelos de punta.
Casi todos los recuerdos de mi infancia tienen a mi hermana como coprotagonista, como no podía ser de otra manera y aún con todo lo malo, como las comparaciones constantes, o que asuman que somos casi la misma persona, tener una hermana gemela es de las mejores cosas que le puede pasar a alguien en la vida.
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