Me levanté con pereza, hace frío. Corro la cortina y el vidrio está empañado. Paso mi mano, y puedo ver que entra el sol, esta débil y lejano, es otoño. El viento dejó desnudas las plantas. Sus hojas amarillas cubren el suelo.
Tengo una semana de vacaciones y no pienso salir, solo lo necesario para abastecer mi alacena de víveres. Me propuse escribir el recuerdo de mis abuelos. Quedará grabado por siempre para mis nietos. Pienso que no deben perder ningún detalle de la vivencia generacional. Nuestra patria fue refugio para inmigrantes en busca de libertad y oportunidades laborales para los que no la tenían. La sangre de esos viajeros y los que llegaron siglos atrás llenos de esperanza y coraje, es la misma que corre por mis venas.
Me parece escucharlos como si fuera hoy en nuestra casa de campo, cuando nos visitaban. Nos sentábamos los tres hermanos muy atentos a oír la historia que quizás nos habían contado decenas de veces.
“Allá por el año 1939 en la estancia “ Los eucaliptos” necesitaban una mujer. En la familia acababa de nacer el quinto hijo. El patrón decidió salir en busca de una persona recomendable para ayudar a su esposa en las tareas domésticas y el cuidado de los niños.
Florentina era la mayor de siete hermanos, nacida en un hogar pobre de familia laburante. Como todo pueblo chico se corrió la noticia de boca en boca en los almacenes del barrio. En esa época era normal trabajar de sirvienta. De inmediato su padre la acercó al lugar que se encontraba a varias leguas alejado del poblado, en una carreta tirada por un caballo. Un bulevar de eucaliptos perfumaba el camino hacia un caserón de puesto de estancia. No estaba muy convencido de dejarla, pero la necesidad obligaba.
Sin preguntarle ni siquiera el nombre la tomaron. La patrona le presentó a su familia a la que debía cuidar y realizar todos los quehaceres domésticos. Al despedirse de su padre pensó que no lo vería por un mes al menos, extrañaría sus seres queridos.
Los primeros días se perdía en los largos pasillos, donde se encontraban cuatro salas inmensas de pisos de baldosas rojizas, que daban al patio sombreado por una inmensa glicina que adornaba la galería. Al final un jardín rodeado de margaritas, lugar donde los chiquillos de la casa correteaban en las tardes soleadas.
Año después una mañana del mes de marzo, Florentina se encontraba preparando el desayuno cuando apareció por la puerta de la cocina un alto y elegante caballero, traía la leña para cocinar los alimentos del día. Era el nuevo peón que había contratado el patrón para el trabajo de campo. A Florentina le dio mucha vergüenza que la observara, lo miró desde la despensa, detrás de la cortina. Le pareció muy buen mozo, pero ella temía a los hombres. Nunca había tenido un pretendiente. Con solo veinte y un años, era una hermosa mujer de tez muy blanca y ojos grises. Al día siguiente Joaquín volvió con la misma tarea, esa mañana fue diferente, se miraron a los ojos y supieron que nunca se iban a separar. Los dos muy jóvenes se enamoraron, se casaron y formaron su propio hogar en una parcela de campo de grandes arrendatarios de tierras.
Florentina llegó con sus padres y hermanos desde España a Argentina, escapando de la cruel guerra, dejando en su patria los seres queridos y todas las pertenencias. Habían zarpado en un barco que tardó dos meses en llegar al puerto de Buenos Aires. En cambio Joaquín había nacido aquí, hijo de inmigrantes españoles, pero por esas cosas crueles de la vida, su mamá fallece cuando él llega a este mundo. Manuela hermana de su madre, tenía un bebé de tres meses que estaba amamantando, tomó al niño huérfano y lo crió junto con su propio hijo, crecieron los dos juntos como hermanos. La historia de su vida que Joaquín contó a Florentina la conmovió mucho y surgió un amor incondicional.
Mis abuelos criaron siete hijos. Mi madre era la segunda de la numerosa familia. Había que trabajar muy duro y en condiciones precarias. Las viviendas eran de adobe: paja y barro. Muy distintas a las de Europa natal. Todos los descendientes se ocuparon con el trascurrir del tiempo a tareas rurales. Los nietos ahora, son jóvenes estudiantes, orgullosos de vivir en estas tierras.
“ La mayor parte de los inmigrantes se establecieron en la Pampa Húmeda. Santa Fe fue la provincia más pobladas por arrendatarios. En cambio en Buenos Aires llegó gente con capitales extranjeros y pudieron iniciarse laboralmente como trabajadores rurales propietarios”.
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