Con las primeras luces sobre las tierras del oeste y el florecer de los nuevos frutos se estableció la primavera. Atrás quedó el frío de pesadilla en las chozas proletarias y el aullido de los lobos a medianoche en busca de niños.
Ahora, los muchachos se lanzaban sobre campos fértiles entre risas inocentes, las niñas ya cogían flores sobre un cesto que llevarían a las madres para que hicieran collares y tiaras con motivo de su juventud imperecedera. La llegada de dulces vientos y la mar en calma, la alegría se proclamó reina del pueblo Rion que acogería la llegada del Festival Floral.
Un caleidoscópico espectáculo lleno de colores que ensalzaban la virtud del alma, un canto de vida a la campiña y la unión de las familias. Entre carros, carretas y carruajes fueron llenando el pueblo de Rion con música bucólica. Los más infantes iluminaron sus rostros ante tal explosión de ritmo y fecunda diversión.
Con los puestos ya establecidos y la plebe tumultuosa gastando con mesura, una joven de largo cabello rubio y ojos verdes color esmeralda, se alejaba del estridente ambiente familiar.
Con Rion como fondo y las Montañas Nublabas como barrera, ella descansaba bajo las ramas de un viejo árbol el cual contemplaba la belleza de la juventud con cierta melancolía, antaño un robusto símbolo de Rion, ahora un decadente espejismo de la vida
—Hacía años que no sentía un calor tan placentero —dijo una voz truculenta—.
—¡¿Quién ha dicho eso?! —dijo la muchacha mientras se apartaba del árbol aterrada—.
—Oh lo siento, no pretendía asustarla.
Esa extraña voz brotaba de aquel mohoso y envejecido tronco, que a pesar de su desgaste tenía palabras y modales.
—¡Quien haya dentro de este viejo árbol, que salga de inmediato! —señaló con el dedo tembloroso—.
—Yo soy el viejo árbol, no hay nadie más. Y debo decir que me habéis ofendido.
—Puedo decir que ya lo he visto todo… Un árbol parlante. —parecía frágil, casi a punto de resquebrajarse—.
—Lo viejo debe morir para que lo nuevo pueda aprender.
—¿Qué?
—Estoy divagando, perdonad. ¿Qué hacéis aquí? os perderéis el Festival Floral.
—No me interesa el Festival —dijo ella con tono desagradable—.
—Oh, si acudís es probable que algún joven os muestre interés.
—Es complicado.
—Por favor, no me privéis de vuestras palabras. Lanzadlas y que mis ramas las recojan.
—Pues… mis padres llevan años trayéndome al Festival, para mí ya no tiene interés. Quiero algo mejor.
—Entiendo —Queriendo prolongar su relato—.
—Soy joven pero de clase baja, estoy destinada a una vida de penurias y amarguras.
—La pena y amargura las desconocéis, las flores más radiantes brillan con luz propia y nunca se marchitan.
—Yo no nací en un jardín y puede que nunca alcance a ver ninguno. Soy de tierra baldía rodeada de rocas.
—Deseáis lo que muchos pero tenéis lo que muy pocos.
—Habláis así a propósito o es el dialecto de los árboles —dijo mientras se encogía de hombros—.
—La felicidad es una armadura oxidada por el tiempo y las mentiras. Pero hace falta algo más que una lanza dorada para perforarla.
—Creo que lleváis demasiado tiempo aislado —le dijo mientras observaba Rion—.
—Dejad que os cuente una historia —a sus palabras, la joven se acomodó sobre una roca y agudizó cada palabra. A su vez, las ramas se alargaron hacia el Sol, ambientando la escena con luces y sombras—.
Cuando era un muchacho vivía en el castillo de Los Dass, déspotas y religiosos. Una imagen ennegrecida de no ser por Lyra, el único rayo de luz en una noche sin estrellas.
—Suspirabais los vientos por ella —reía cordialmente—.
Desde mi primer día en el castillo, Lyra y yo forjamos algo especial. Solíamos escondernos en una bodega y allí escribíamos versos y componíamos canciones. Lyra lo mantenía en secreto, pues su familia consideraba un delito profundizar en las artes.
—¿Por qué? —preguntó inocentemente—
—Las palabras ofrecen cobijo al silencio y cuando éste se manifiesta da origen a los ideales. Y eso es peligroso… Para algunos.
Su padre conocía nuestro secreto, y lo utilizó para avergonzar a su hija ante los de su clase.
Ella se dejó guiar por el odio y me culpó a mi de su pérdida de estatus.
—No…
Creía que algo tan noble como los versos y nuestra amistad resistirían los implacables ataques de sus padres por convertirla en un monstruo… Pero me equivoqué y me alejé de allí.
Cuando quise darme cuenta mi cuerpo se fundió con la tierra, de mis brazos emergieron las ramas que ahora contemplas y el tiempo hizo presa de mí. Me alejé de la vida, del amor, y de la familia que creía tener… Para convertirme en un árbol viejo.
—¿Qué pretendéis al contarme esto? —le dijo dudosa—.
—Ya deberíais saberlo… los malos momentos no deberían alejarte del amor de aquellos que te lo procesan.
—No os entiendo.
—Marchaos… —La voz del árbol se deslizo lenta como la savia—.
—No debería haber venido —dijo ella mientras se sacudía el polvo de la falda, dejando al árbol solo—.
A cada paso, un cansancio se fue acentuando en el pecho de la joven, hasta un oír un crujir en su corazón. Creyó entonces haber muerto… Pero al volver la mirada hacia el bosque comprendió que no murió… Ella no.
«Lo viejo debe morir para que lo nuevo pueda aprender»
Con el paso de los años pude entender su mensaje.
Son los detalles cotidianos y los gestos de quien te ama lo que aleja el veneno de tu corazón… Los actos sencillos de amor propician un velo gris que con los vientos otoñales alcanza a verse. Una campiña verde tendida sobre un fugaz amanecer.
Con cada nuevo Festival Floral, la figura del árbol llamaba la atención de la gente de Rion. Saborearon sus frutos llenos de sabiduría, bajo sus ramas se contaban historias a los niños. Y así, el viejo árbol encontró por fin su lugar entre nosotros.
En cuanto a mí… Me veo reflejada en sus ojos.
OPINIONES Y COMENTARIOS