El cumpleaños de Joselito

El cumpleaños de Joselito

ALP

12/09/2017

Un azote sorpresivo en la mano de Joselito, que deambulaba ciega por la mesa, lo llevó a esconderla en cuestión de segundos en la fortaleza que había allí debajo. Se cogió los dedos con una mueca de dolor y los ojos vidriosos.

Esperó un par de minutos y se asomó lentamente por el espacio existente entre el mantel y el suelo. Movió con sigilo su cabeza a la izquierda, luego a la derecha… pero ya era demasiado tarde. La Vieja Candelaria lo tomó de una oreja y lo arrastró al centro del salón.

–¡Pensabas que nadie te vería! ¿A que sí? ¡Niño malcriado! –dijo alzando el brazo hasta donde el hombro le permitía.

–¡No, Vieja! Por favor, no he hecho nada –suplicó Joselito escondiendo la cabeza entre sus rodillas.

–¡Te vi hacerlo! Ven aquí, ¡rata!

La Vieja Candelaria lo tomó de donde pudo, tirando de su suéter de lino y resoplando, mientras Joselito intentaba librarse lloriqueando por clemencia.

–Mire ¡mire Señora! ¡Véale! Lleno de chocolate. Le vi en el momento preciso ¿sabe? Habrá que darle su merecido. –La Vieja ubicó a Joselito frente a su madre, sudando furiosamente.

–Vamos, Candelaria, tranquilícese primero. Déjelo ir. –El niño, con la boca todavía llena de restos se soltó y corrió al regazo de su madre.

–Mamá, yo no fui, lo prometo. ¡Fue Lili! La Vieja dijo palabras muy feas ¡dijo “mierda”, mamá!

Clara, quien momentos antes de que esa multitud belicosa irrumpiera en su habitación, peinaba su cabello con decoro y mucha laca, miró a la Vieja Candelaria y a su hijo suspirando.

–Candelaria, no tiene por qué ponerse así y menos en el cumpleaños del niño –los ojos de la Vieja empezaron a desorbitarse–. Pero –la Vieja devolvió su mirada al tamaño normal–, no debes comerte lo que hemos preparado para los invitados –dijo Clara ahora mirando a su hijo.

–Mamá, fue Lili, lo juro.

–Querido, no tienes que mentirme, no pasa nada. Por favor dejen ya tú y tu hermana de comerse las galletas. ¿Acaso quieres que tus amiguitos no puedan probarlas? –lo reprendió simulando severidad.

–Bueno, mamá, lo siento –dijo Joselito mirando la punta sus zapatos de fiesta, avergonzado.

Lili todavía se ocultaba bajo la mesa, con el vestido marinero que la abuela le había regalado en Navidad completamente sucio con migajas y chocolate. Cuando Joselito había sido arrastrado fuera de la guarida por la Vieja Candelaria, ella se mantuvo inmóvil y en silencio. Contuvo la respiración lo suficiente y luego aprovechó para comerse el botín que le había costado a su hermano el buen golpe.

–Eh, tú, maldita. –Lili dio un salto cuando apareció la cabeza de Joselito bajo el mantel–. Mira como me ha quedado la mano por tu culpa. Ya no quiero seguir jugando contigo –dijo el niño.

–No, no, mira. !Mira! Te hice un regalo de cumpleaños. –Lili le mostró con ambas manos en forma de cuenco una bola de pelusas que había encontrado en la alfombra.

–¡Eres asquerosa! ¡Le diré a mamá!

Lili se quedó nuevamente sola en el escondite dando saltitos de risa e intentando limpiar su vestido con saliva. No pasó mucho tiempo hasta que escuchó gritos llamándola por su primer y segundo nombre, por lo que decidió entregarse.

–¡¿Qué has hecho con tu vestido?! ¡Virgen Santísima! –La Vieja Candelaria, que ya tenía la comida y el salón bajo control, seguía al acecho de los niños–. ¡Señora! ¡Señora! –chillaba persiguiendo a Lili por la casa que, menos mal, era de un solo piso.

«Qué pasará ahora, por Dios», se preguntó Clara cansada de tanto bullicio inútil. Puso el seguro en la puerta del baño y retocó su maquillaje. No tenía muy claro, en todo caso, el propósito de arreglarse sabiendo que solo vendrían las madres de la clase de Joselito con sus hijos y que, al final, sería otra tarde aburrida de té con galletas.

Dio una última vuelta en cámara lenta frente al espejo mientras la Vieja Candelaria, Joselito y Lili tocaban a dos puños en su puerta. Ni un minuto podía estar sola. Únicamente restaban los gritos de su marido, que de haber estado allí habría sido uno más a la puerta clamando atención. Era una de aquellas ocasiones en que Clara se alegraba de que ese canalla se hubiese largado y que tuviese a otra para eso.

Abrió la puerta, miró el reloj y flanqueó a la pequeña muchedumbre. Les indicó a todos que fueran hacia el salón para esperar a los invitados.

–Ya deben estar por llegar tus amiguitos –le dijo a Joselito guiñándole un ojo y él sonrió tímidamente.

Se instalaron en el sofá de gamuza a esperar. Estuvieron un par de horas sentados, pegados uno al lado del otro, sin noticias de nadie. A las siete menos cuarto Joselito, con lágrimas en los ojos, salió al jardín a jugar con Bobbi que le daba lengüetazos de felicidad en la cara. Dentro, Lili cayó rendida sobre los cojines y Clara muy erguida en su sitio, pensaba en qué diablos había ocurrido.

–Joselito, hijo ¿las invitaciones? –El niño se volteó desconcertado.

–Mamá, yo… parece… contestó y comenzó a llorar.

Clara se levantó, fue hacia la habitación de su hijo y registró todo hasta que se cruzó con lo que buscaba: el bolso escolar tirado bajo la cama. Lo abrió y buscó en cada bolsillo, dando por fin con un sobre escrito con su propia letra. Rezaba: “Para Profesora Mary”, cerrado tal como ella se lo había entregado a Joselito para que lo repartiera entre sus compañeros. En su interior aguardaban, también como las había dejado, veintitrés invitaciones de colores que ella, Lili, Joselito y la Vieja Candelaria habían pasado decorando la tarde del lunes anterior.

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