Mi familia, es algo normal; como siempre: es una familia común donde abunda las discusiones, ofensas, peleas (literales) una familia con sus propios defectos. Lo típico.

De estructura era algo grande; más bien, no tanto. Era genial en ocasiones compartir tiempo con ellos; pero más, cuando mi hermana mayor estaba, era toda una loquilla, ella es quién cuenta con tanta gracia todo lo que pasaba en su trabajo, todas las travesuras que hacía su hijo, mi hermoso sobrino; -y único hasta el momento- era quien le ponía algo de sentido a mi vida con cada experiencia y consejos.

Pero, pensándolo bien, no hay una historia magnifica feliz que contar. Desde que tengo memoria no hemos tenido un paseo, no hemos tenido una cena espectacular, no hemos tenido una charla, no hemos sido una familia. Se dice que familia es un grupo de personas que conviven entre sí, teniendo un proyecto de vida en común; bueno, tal vez, mi familia solo se hacía llamar «familia» por convivir debajo del mismo techo, mejor dicho, de sobrevivir. Para mí era todo un reto y un infierno tener que llegar a casa, siempre había comida y lo agradecía, pero muchas veces preferí morirme de hambre a que la casa estuviera invadida de gritos con insultos y mentiras.

Fue desde pequeña que comencé a entender muchas cosas de la vida, cosas que no debería tener que vivir una infante de 6, que no debería vivir nadie. Es complicado, desde esa edad empecé a temer todo lo que pasaba a mi alrededor, y más, a crecer con personas que nunca iban a comprenderse entre sí: mis padres.

Es complicado contar una historia enteramente completa; tengo dudas, tengo muchas preguntas sin respuestas, y… y tengo miedo también. Esta noche, con algo de pereza, de aburrimiento de arribar mi casa, entré. Mamá se escuchaba gritar desde su habitación, a papá lo vi en un asiento junto al comedor de una manera que me partió el corazón: sentado, apoyando la cabeza sobre sus brazos, se maldecía de haber tenido que estar ahí.

-No entiendo por qué todo tiene que ser un problema.- Decía mientras levantaba la cabeza y podía ver sus ojos algo rojos, aguados por las lágrimas que se negaban a salir. Nunca había visto a un hombre mayor llorar, nunca había visto a mi padre hacerlo. Sentí un puñal dentro de mí.

-No soporto estar más aquí- añadió.

-¡Maldita sea!, lárgate, lárgate de mi casa; lo único que te importa es estar con esas perras; no te importa en absoluto tus hijos; desgraciado, alguna vez lo vas a tener que pagar. Te vas a enfermar, más que yo.

En mi mente solo pasaba miles de cosas. Y pensaba, ¿Cómo es posible que dos personas que se odian totalmente puedan vivir juntas? Y ni siquiera por obligación, mis hermanos y yo estábamos lo suficientemente grandes para entender que es preferible la paz, a estar rodeado de un amor falso y una familia hipócrita. Y nadie hacía algo para cambiarlo; es un infierno entrar a casa, y no porque yo les tenga rabia, yo los amo con mi vida, y lo qué mas quisiera es que por una vez en su vida tuviéramos un rato de paz, de amor… pero a estas alturas de la vida, cuando creces te das cuenta que las cosas no son así.

Una vez, tan fuerte fue la tensión entre ellos, que tuvo que meterse una adolescente de 15 años a separar dos bestias rabiosas, fue lo más valiente que logré hacer. Y aunque tenía miedo, ¡maldita sea! tenía tanto miedo, supe que sería mejor separarlos. Toda esa contienda entre ellos era continúa, les juro que nunca hubo una semana completa de paz. Mis hermanos y yo crecimos dentro de una costumbre de violencia, violencia que juré nunca hacer parte ni volverla a cometer con mi futura familia; pero a veces era tanto el dolor, la tristeza, la ira, que no soportaba que las personas se me acercaran. Tuve miedo de mí, porque le comencé a tener fastidio a la gente, a tal punto que se apartaban de mí por la rabia con que las observaba. Fue algo estúpido lo sé, pero también sé, que es algo que no podía controlar.

De ese modo, seguíamos dentro del mismo plan. A medida que pasaba el tiempo, peor eran las cosas, más grandes eramos, más mentiras, más problemas, más miedos. No cambiaba nada para bien; mi hermano menor comenzó a ser un problema, no asistía a clases cuando no quería, y cuando quiso, se salió de estudiar. Mi mamá, cansada y enferma, seguía en la lucha de hacerle la vida imposible a papá, y mi papá ya viejo y cansado, se empeñaba en hacer sentir mal a mamá con su enfermedad, en respuesta a sus insultos.

Era un caos total. Yo nunca sabré que es compartir amor con ellos. Lo único que sé, es que esta noche las cosas cambiaron. Pero, ¿saben que es lo peor de todo esto?, que ambos querían que le tuviéramos odio a su adversario: mientras mamá contaba cosas espantosas de papá, él hacia lo mismo. ¿Cómo carajos le inculcan eso a un hijo?, y, ¿cómo creían que íbamos a odiar a lo seres mas importantes en nuestras vidas, solo para satisfacer el odio que se tenían mutuamente?. Bueno, en mi caso lo son.

«¿Ya ven?, es una familia común, es la típica familia.»

Como dije, hoy fue diferente, hoy no se insultaron tanto, hoy la guerra fue solo de miradas, de gestos, de malos pensamientos; hoy creo que por fin se acaba, y eso, eso es genial. No es egoísmo, no es ira, es felicidad y es lo mejor, estoy segura de eso; por fin se separan, no legalmente, no. Pero se separan para vivir en distintas casas, para ya no tener que verse las caras. Eso está bien. Y estoy segura, que esa es la historia más feliz que ha pasado dentro de mi familia.

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