Era una cita agendada desde hacía mucho tiempo, siempre se repetía el encuentro los primeros sábados de cada mes a las cuatro de la tarde. Desde su segunda cita así lo decidieron.

Se enamoraron cuando él pasó por segunda vez en frente de ella. La primera, no fue suficiente y decidió repetirla para estar seguro de lo que haría inmediatamente. Ella, sentada en la banca de siempre, leyendo sus libros favoritos que hablaban de príncipes y princesas y él, haciendo una de las cosas que más le gustaba, pasear por el parque contemplando la naturaleza y divagando en las fantásticas historias que se le ocurrían sobre animales que hablaban.

Cuando Inés lo vio, la primera vez, en la primera pasada, hizo que no lo veía y solo permitió que él la viese levantar su cara cuando pasaba la página del libro. Pero, bajo sus lentes, había escondido muy bien la dirección de su mirada, una de abajo arriba y luego otra de arriba abajo. Le gustó más la primera que la segunda. Cuando sus miradas se encontraron él se sentó en la misma banca, sin pedir permiso y desde entonces está con ella.

Se casaron después de muchos meses de repetir su ritual de los sábados. Y por supuesto fue en ese lugar donde Julio, en una linda tarde de primavera, llenó de flores todo el camino que de la entrada conducía hasta la pequeña banca, creando el marco perfecto para los sueños que le propuso, cumpliesen juntos.

Cada uno era lo suficientemente detallista como para no olvidar las cosas importantes para el otro o aquellas que tenían valor para los dos. Así, mientras Julio despertaba todos los días a Inés con un dulce beso y su tasa de café recién preparado, Inés además de organizarle todos los días su ropa, le llevaba siempre algún delicioso postre, cuando él estaba sentado en su mecedora contemplando el atardecer.

Gustaban de viajar cada año a lugares diferentes, de formas diferentes. Ya fuese un viaje de aventura, una exótica excursión a algún destino de naturaleza o unas vacaciones de descanso en alguna paradisíaca isla de algún mar. Siempre cada uno compraba algo para el otro sin que éste se diese cuenta, lo cual era toda una proeza pues siempre estaban juntos. Sin embargo, ya sabían cuando el otro se las daba para inventarse una excusa, estar solo, y lograr su cometido. Entonces, jugaban a entregarse el regalo en el siguiente encuentro de sábado después de su llegada. Siempre iniciaban con un “mira lo que te traje de mi viaje” y luego cada uno contaba alguna historia que el otro atentamente escuchaba, contemplando el deleite de esa mezcla entre la fantasía y la realidad, como si no supiera nada.

También en el parque, caminando por el sendero de las astromelias, habían decidido no tener hijos, luego de intentarlo de muchas maneras. Habían pasado por intensas ansiedades esperando lograrlo, por profundos momentos de auto culpa creyéndose cada uno responsable, pero sin saber porque no lo lograban, y por turbulentos momentos de dolor en las dos ocasiones en que la ilusión se desvaneció en azul y en rosa.

Inés y Julio eran ejemplo, para sus familias, de su capacidad para adaptarse a las infinitas circunstancias por las que pasaban sus vidas. Cambios de ciudad, enfermedades, cirugías, pérdida del empleo, muerte familiares, y más. De todo ello siempre conversaban en el parque y sentados en su banca favorita, encontrando juntos las mejores decisiones para resolver sus vidas.

Cuando estaban en el parque no solo se sentaban en la banca. Cada uno tenía su espacio preferido. Inés, al lado del pequeño lago, daba de comer a los patos, contemplaba las aves y tejía sus sueños. Julio, caminando por los sembrados de flores o por el sendero de hojas. Gustaba caminarlos descalzo, sintiendo en ese contacto con la tierra, la fuerza de su alma.

Pero, en medio de su compañía, habitaba en ellos una profunda soledad interior. Un pequeño vacío existencial que no dejaban crecer pero que tampoco lograban resolver. En ese deshabitado espacio de su corazón yacía la nostalgia de un sueño que no había nacido a la vida o se había quedado suspendido en el viaje a la concreción.

Lo curioso es que ello también los unía. Ella había querido ser bailarina de ballet y el músico y director de orquesta. Alguna vez fantasearon con haberlo hecho realidad juntos y que el fuese el productor musical para sus danzas, sus coreografías, sus puestas en escena. Ella, la inspiración para elevar la interpretación hasta el infinito.

Esa soledad que los habitaba tenía unas raíces profundas en sus infancias, muy semejantes. Ambos, los hijos menores, fueron exageradamente consentidos por sus familias y en particular por sus abuelos maternos, otra coincidencia más de sus historias cercanas. De hecho en ambas casas se decía que eran los más sensibles y emocionales de toda la dinastía, de todo el linaje familiar. Por este motivo eran sus encuentros y también sus desencuentros.

Ese día era primer sábado de mes. Julio había salido muy temprano. Estaba cerca su aniversario y quería sorprender Inés con las primeras flores que brotaban en esa primavera como lo había hecho tantos años atrás. Ella, por su parte, se había hecho la que no recordaba el asunto pero le había encargado a su mejor amiga el postre más exquisito que preparaba y que, seguro, enloquecería a Julio.

Llegaron las cuatro de la tarde. Se encontraron en el lugar de siempre, El sin flores, ella sin el postre. Nada les había salido como querían. Estaban molestos con ellos mismos, con quienes habían incumplido y con su pareja.

Inés por primera vez no le había dejado su ropa lista y él no le había dado el beso ni llevado su café. Durante el día no habían podido dejar de pensar en ello. Cada uno se lo repetía mentalmente en obsesiva compulsión, olvidándose de todo aquello que los acercaba. Algún transeúnte captó ese instante. Los demás no recuerdan la historia.

FIN

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS