Desde el desierto hasta el mar con Halim

Desde el desierto hasta el mar con Halim

Desde el desierto hasta el mar con Halim

Los sucesos que creemos conocer por haberlos vivido están salpimentados o entreverados de nuestras propias deducciones o las de otros, entretejiéndose de una manera tal que finalmente nuestra propia mente fabrica una historia, mezcla de recuerdos distorsionados, comentarios escuchados, conjeturas, sospechas. Porque no podemos entrar en las mentes de los demás, porque los pensamientos y sentimientos son de nuestra única propiedad y ni siquiera cuando queremos expresarlos lo hacemos totalmente.

Y nos basamos en gestos, expresiones, actitudes para interpretar una posible realidad que nunca sabremos hasta qué punto se aleja o acerca a la verdad de las cosas.

Estas reflexiones me afloran atropelladamente cuando recuerdo un reciente viaje a Marruecos y pienso en Halim, el conductor que nos llevó al mar pasando por el desierto.

La claridad remolona del alba se filtraba entre los olivos que escoltan las aceras de la bella ciudad rosa, de ese color rosa pardo que uniformiza y armoniza la vista en homenaje al desierto. Un automóvil con cabida para seis pasajeros nos esperaba y junto a él, Halim, el conductor, que nos saludó sonriente y afable. Nos dirigíamos a Essaouira, un pueblo de pescadores a unas tres horas de Marrakech por carretera.

Halim, de unos treintaytantos años, conducía bien, sin prisas y con serenidad, mostrándose muy alegre y simpático. Nos entendíamos en una mezcla de inglés y francés.

Explicó los cultivos que se veían a ambos lados de la carretera y nosotros le enseñamos algunas palabras en castellano. Él Insistía en que la uva era “ only pour manger”, no para beber, aunque ya sabíamos que en Marruecos se hacen vinos, alguno muy rico, por cierto.

Tras atravesar una zona muy árida, cambió el paisaje como preludio del Atlántico que se atisbaba en el horizonte. Los campos estaban repletos de olivos y de árboles de argán. Halim nos hizo notar las diferencias entre ambosárboles.

Fue un agradable viaje.

Al llegar a Essaouira, se detuvo al final de una playa interminable, al lado del puerto pesquero, enseñándonos por dónde comenzar a hacer el circuito para ver la ciudad amurallada. Quedamos a una hora en ese mismo lugar para el regreso.

Essaouira es muy turística, pero no por eso deja de tener un encanto especial. Sus habitantes son muy,muy, pero que muy tranquilos y amables. No quiero extenderme en ello porque no es el objeto de este relato, sino el viaje en sí mismo .. y Halim. Únicamente Halim.

En el punto exacto del largo paseo de la playa en que habíamos quedado, nos esperaba Halim, con un semblante serio, sin asomo de la sonrisa que había sido su compañera perenne.

Un lacónico “ buenas tardes” o algo parecido, nos recibió. Entramos en el coche y partimos de vuelta a Marrakech. Halim no hablaba. Esther que iba en el asiento delantero se durmió.

Cuando más tarde recordábamos los detalles, no teníamos muy claro si Esther se durmió porque Halim no hablaba o si Halim no hablaba para no despertar aEsther.

Yo le vi bostezar más de una vez, Carmen se fijó en cómo se limpiaba el sudor de la frente y Pilar en que tenía los ojos enrojecidos.

Pero estos detalles, que cada una interpretó a su manera, luego los fuimos colocando como piezas de un puzle para intentar componer una historia.

A mitad de camino, se detuvo en un establecimiento de carretera, con un escueto “parada técnica” dicho por un rostro serio e inexpresivo, sin la más mínima nota de simpatía.

El lugar y la temperatura eran muy gratos, con un jardín repleto de naranjos, pero tras pasar más de media hora y dado que nuestro conductor no aparecía, fuimos a buscarle. Se encontraba en la cafetería con dos hombres con los que , a nuestro parecer, discutía acaloradamente. Al vernos vino hacia nosotros con el ceño fruncido, con una adustez preocupante, con la mirada fija en el suelo.Le dijimos que no teníamos prisa, que se tomara todo el tiempo que precisase, sobre todo, porque nos preocupaba que condujese en mal estado.

Y seguimos esperando, sin saber muy bien a qué.

Al cabo de unos veinte minutos, reapareció en el aparcamiento con los dos individuos con los que le habíamos visto discutir, pero esta vez riéndose con ellos y llevando un vaso de café en la mano. Se despidió de ellos hablando muy alto y diciendo algo gracioso quizá, por las carcajadas que escuchamos. Nos metimos en el vehículo. La maniobra que hizo para salir del aparcamiento fue velozmente sinuosa como si fuese el especialista de una película de acción. Nos mirábamos con cara de terror y sorpresa sin decir nada.

Y luego empezó a reírse por todo y cuando hablaba le miraba a Esther y yo sólo quería que mirase a la carretera.

Aunque controlaba el volante, conducía de forma brusca y estaba también esa risa que le salía por cualquier cosa y ese tono de voz que parecía dirigirse a alguien a diez metros de distancia.¡Uva, uva, pour manger, pour manger!¡Jajajajja!

Al llegar al hotel cada una de nosotras compuso su crónica particular sobre Halim. No teníamos duda de que algo había ocurrido a lo largo de aquellas horas que compartimos en la furgoneta.

¿Sería acaso que tuviese adicción a alguna sustancia, que se le pasó el efecto a primeras horas de la tarde, que las personas con las que discutió eran los que le suministraban la droga y que una vez consumida de nuevo, se encontraba exultante e hiperdinámico?

¿O que tenía algún tipo de negocio o deuda con los individuos del bar y una vez arreglados los asuntos se liberó de un enorme peso?

¿O que no discutía con ellos, sino que intercambiaban opiniones sobre algún tema y que simplemente le entró sueño y un par de cafés lo solucionaron?

Nunca llegaré a saberlo. Nunca.

Y Halim nunca llegará a imaginarse todas las interpretaciones que suscitaron sus distintos cambios de comportamiento.

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