Todo buen paseo se inicia por un camino estrecho y largo, al final del cual se esconde un pequeño estanque con flores, con agua cristalina y destellos de sol que penetran entre los frondosos e idílicos árboles… así la encontré yo.
Al final de la angosta calle apareció ella, majestuosa y serena.
Quise no verla, dejarla para el final para desmenuzarla, pero era imposible; allí estaba, casi metida en el río Spree, coronando la gran plaza envuelta en arte.
Allí esperamos a nuestro joven guía y a otros compañeros de ruta. Un grupo pequeño y desigual designado al azar por las diferencias y con la unión que otorga a los principiantes el ansia de conocer la ciudad.
En poco tiempo se hizo el silencio y empezó la historia y sus testimonios, paseando entre parques casi dorados y entre piedras ennegrecidas.
Caminamos por las calles como si invadiésemos el duro aliento de la pérdida. Convivimos con historia, muerte y vida, entre muros, tristezas y experiencias y con la complicidad que en otro tiempo unió vidas, a pesar del cierre.
Y de pronto…
Fuera angustia, hay vida, hay futuro… es posible. La ciudad cambio y se hizo brillante, !hágase la luz! Llegó el presente, el futuro, la técnica. La esperanza volvió con esa puerta de reconciliación y con los edificios llenos de altura y color…
Y con una fría cerveza, en una calurosa noche y después de recorrer el pasado, bailamos juntos, unidos, optimistas.
Y el grupo, de diferente nacionalidad, edad… se sintió único y comprometido rompiendo también aquella noche las fronteras.
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