Harán unos ocho años, cuando mi madre, mi amiga del alma y su hija, emprendimos una aventura para pasear, conocer y divertirnos.
Nos habíamos propuesto hacer un viaje que abarcara la mayor parte del Sur de Chile, pensando siempre en recorrer la Carretera Austral, con la esperanza de poder conocer lagos, ríos, montañas, vegetación casi virgen, ciudades con mar y mucho más. Mi amiga había comprado hacía poco un Jeep, por lo que nuestro viaje sería a todo terreno como dice la propaganda.
Mi madre tenía más de 87 años, por lo que era una hazaña hacer este viaje, no porque nos preocupara su salud, si no porque íbamos a la aventura sin mayor programación, dormiríamos donde nos cayera la noche, comeríamos cuando encontráramos un restaurante, y pararíamos donde alguna de las cuatro pensara que sería bonito conocer, así que ciertamente era una aventura en todas sus formas.
Varios años antes, habíamos recorrido el sur hasta la Isla de Chiloé, parando en cada ciudad y durmiendo principalmente en Cabañas, por lo que teníamos experiencia en viajes largos. Queríamos hacer el recorrido por la Carretera Austral saltando de Chile hacia Argentina y viceversa, con el fin de ir abaratando costos en bencina, por lo que la primera noche dormimos en la ciudad de Osorno, cerca de la Aduana que pasa a la ciudad de Bariloche en Argentina. Nos gustaba viajar en tiempo de primavera, ya que el verde de árboles y campos no tiene comparación con otra época, casi nada de lluvia y los prados hermosos con flores nuevas naciendo.
Por nuestro viaje anterior, sabíamos que hospedar en cabañas siempre sería más económico, ya que podríamos comprar o llevar mercadería, y cocinar nosotras mismas. Nada tan elaborado obviamente, unos fideos con salsa que siempre salvan la situación, o un arroz con bistec, o cualquier cosa rápida. Las comidas de mayor trabajo las comeríamos en restaurantes.
Si bien éramos cuatros generaciones distintas de mujeres, nos aveníamos estupendo, con mi amiga nos turnábamos para manejar y su hija y mi mamá iban en la parte posterior disfrutando del paisaje y revisando los mapas para guiarnos a los lugares de mayor interés.
Habíamos llenado un tarro de leche nido con monedas de quinientos pesos para los peajes y propinas. Recorrer nuestra larga y angosta faja de tierra no es barato, por ello mucha gente opta por salir fuera del país, es mucho más económico, Chile siendo un país pequeñito, tiene millones de lugares para explorar, y ciertamente es difícil decir qué es lo mejor, todo es bonito, naturaleza que mantiene su belleza original, donde el hombre poco ha invertido y participado, se puede decir que es lo que más cuida el Chileno, no intervenir los paisajes que son realmente el patrimonio del país, y donde no importa si se es rico o pobre para admirarlos, así nacieron y así seguirán.
En nuestras correrías, pudimos advertir la diferencia de gente que existe entre una localidad y otra, algunos son de una amabilidad y generosidad increíble, preocupados de agradar al forastero, sin importar de donde venga, y en otras, caras feas y hostiles, como si quien llega fuese siempre con malas intenciones. La gracia de nuestro cuarteto, era la diferencia de edad que había notoriamente, y el hecho de tener una mujer mayor y una niña en el grupo, nos hacía interesantes a la curiosidad de la gente.
Luego de pasar nuestro segundo día hacia Argentina, comenzamos a disfrutar de nuestra aventura; visitábamos lugares tan hermosos como San Martín de los Andes y Bariloche, para volver nuevamente a Chile, y volver a Argentina, no sé cuantas veces, conociendo los distintos pasos permitidos que hay entre los países, en donde existen en algunas ocasiones, un par de funcionarios por país, y sólo una caseta que controla el paso. La memoria se me nubla cuando intento reconstruir todo el paseo y poner un orden a los lugares visitados, se me agolpan los recuerdos y sólo puedo decir que disfrutamos de tinajas de madera con agua calentada con leña, para luego enfriar el cuerpo en el gran Lago General Carrera, el segundo más grande de Latinoamérica según dicen. Fue en este mismo lago que pasamos el mayor de los sustos, cuando mi amiga y su hija se internaron en Kayak a sus aguas, y el viento comenzó a atraerlas hacia dentro. Pero Dios es grande, y permitió que yo me diera cuenta y buscara ayuda para rescatarlas.
En Coyhaique se destacan las llamadas Catedrales de mármol; mi madre no quería ir en una lancha simple para ocho personas, pero finalmente la convencimos. El día estaba hermoso, pero cuando llevábamos cerca de 40 minutos internándonos en el Lago y recorriendo las hermosas cuevas de roca que tienen ciertamente forma de catedrales, el guía de la embarcación señaló que debíamos volver a tierra, pues se aproximaba una tormenta. Un aguacero en mitad del Lago pensamos, pero pronto comenzó un verdadero temporal, que hacía que la lancha subiera en una ola y luego bajara abruptamente hacia un hoyo negro, como me imaginaba yo que sería hundirse en el agua. Mi madre después que no quería ir, gozaba el momento como el mejor episodio de su vida, mi amiga no alcanzaba a disfrutar, pues trataba de cuidar la cámara de fotos que en ese tiempo era la forma de plasmar momentos; su hija se aferraba sonriente a un par de franceses buenos mozos que iban en la parte trasera con ella, y yo la verdad me rezaba el padre nuestro entero, pensando que de ahí no saldríamos, pero nada pasó, ya en tierra, nos cambiamos ropa y pasamos al único restaurante de la zona donde se podía degustar un rico pan amasado con pernil, y café hirviendo con agua de tetera.
Ciertamente un paseo inolvidable con muchas situaciones graciosas y entretenidas, con lindos paisajes, amaneceres y atardeceres, y lamentablemente el último con mi madre a mi lado, ya que en menos de dos años se fue a vivir su propia aventura sola.
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