-¿Cómo te sientes?- preguntó Susana
-Hecha polvo- no dudé en responder
-Pues vente a vivir a España, yo te ayudaré a armar tu trabajo.
Esa, en apariencia, inocente pregunta marcó el inicio del viaje más importante de mi vida, cuando decidí emigrar y dejar a un lado a la tristeza y el dolor que me produjeron tu muerte.
El año anterior viajé a conocer el lugar.
Llegué una fría mañana de invierno y decidí pasar unos días en una ermita enclavada en la montaña y rodeada del más absoluto silencio.
A pocos días de comenzado el viaje me encuentro sentada frente a la ventana, con el fuego chisporroteando en la salamandra, un humeante café recién hecho y un espectáculo fascinante ante mis ojos que se vuelve más sensual por el aroma de un ramito de mimosa puesto en un vaso de agua sobre la mesa. La ladera escalonada de la montaña, los almendros en flor, a lo lejos los pinos y un constante canto de pájaros mezclado con el sonido de las llamas en su interminable y acogedor movimiento.
¿ Qué más puedo pedir ?.
El sol comienza a despertarse y un gato pelirrojo vino a sentarse en el alfeizar de la ventana.
No estoy sola, ante tanta belleza los fantasmas asustados se alejaron y dejaron el espacio en mi interior para albergar una vez más a la vida, con toda su bondad.
A la distancia se dibuja tu varonil silueta y tu recuerdo que me ha acompañado desde que salí y mi deseo más profundo de que hubieses podido disfrutar de tanto esplendor.
Este es un viaje absolutamente personal y como tal, solitario. Aunque sabemos que la soledad no existe cuando una se toma de la mano y camina acompañada de sí misma.
Acaba de salir el sol, el paisaje es maravilloso.
Los almendros florecidos parecen de cristales. Son realmente bellos.
Saldré a caminar.
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