El viaje era corto, quinientos kilómetros aproximadamente. Los hacia cada viernes por la noche para así estar sábado y domingo con mi amor.

Terminaron por ser rutinarios y hasta monótonos, pero no por ello dejaron de ser apasionantes, emotivos, dulces, excitantes.

El viaje en sí no comenzaba con el fin de mi jornada de trabajo cada semana por la tarde sino que empezaba el domingo anterior, junto con el regreso desde Concepción. Volvía siempre con esa sensación de angustia, zozobra, desdicha, absolutamente lo contrario del viaje de ida en el cual las emociones desbordaban mi corazón y mis sentidos se exacerbaban a cada minuto con la cercanía del amor. Sin duda que la ida era la mas hermosa y valiosa de las experiencias que me tocaba vivir.

Cuando podía hacerlo, lo hacia de día, el paisaje, aunque ya lo conocía de memoria siempre me mostraba algo nuevo, un ave en vuelo, un árbol recién brotado, algún accidente que lamentar o alguna nueva construcción que se alzaba desafiante a la vera del camino, un ternero o un potrillo nuevo, ¡amaba esos viajes!, ¡los disfrutaba plenamente!, mi corazón los disfrutaba, todo mi ser se preparaba durante el periplo para la llegada y el encuentro con el ser que tanto amaba.

Mi hora predilecta para viajar termino siendo por la noche, la noche de cada viernes. Llegaba por la madrugada, con frió, con sueño ya que me cuesta dormir en los buses, por lo menos de noche, pero la recompensa era magnifica. Me esperaba la cama caliente y su cuerpo dispuesto para hacer el amor y mi cuerpo dispuesto a la entrega sin reserva de ningún tipo. Abrázame decía, abrázame susurraba, abrázame repetía entre gemidos, abrázame murmuraba mientras se dormía. Esos eran los momentos de la entrega, de la convergencia, de la comunión de nuestros cuerpos que garantizaba que sí nos amábamos. De que eramos el uno para el otro, que no había escape, que solo teníamos que encontrar la manera de que por fin se terminara esta separación forzada y pudiéramos estar juntos, para siempre, sin alejamientos, despedidas o angustias.

Las horas en Concepción eran maravillosas, aparte de que la ciudad es muy linda el solo hecho de que ahí viviera mi amor la hacia mas bella e interesante, tal y como lo dice El Principito:»Lo que embellece al desierto es que esconde un pozo en alguna parte», un pozo en el cual saciar mi sed y compartir esa satisfacción con el objeto de mi amor, nos hacia felices. Eso era justamente lo que ocurría con esa ciudad, escondía un pozo y… solo yo sabia donde estaba y como acceder a el, por lo menos eso creía y me lo creí por mucho tiempo, ¿o es que quise creerlo?

Con el tiempo los viajes se hicieron rutinarios tanto como nuestros encuentros: La llegada, sexo, almuerzo en el mall, alguna película de terror que me han cargado siempre pero, había que ser condescendiente en aras del bienestar de la pareja, por las noches la discoteca, emborracharnos un poco, dormir la caña, almuerzo, onces, algún programa de tv y de vuelta a santiago.

Con el tiempo preferí no ir a la disco, por lo menos no todos los sábados ya que era mucha la actividad desarrollada y el cansancio se hacia notar. Nunca tuve algún impedimento o excusa para evitar sus salidas por lo que partía junto a amigos y amigas a divertirse.

Con el tiempo se empezó a preocupar por mi cansancio y desgaste físico y monetario por tanto viaje.

Con el tiempo comenzó por decirme por teléfono que no me esforzara por ir, que lo entendería.

Con el tiempo comenzó a construirse una brecha entre ambos que yo trataba en vano de superar.

Con el tiempo los viajes fueron menos y la distancia entre ambos mayor.

Con el tiempo llegaron rumores que hablaban de su infidelidad que termino siendo avalada por una pariente cercana.

Los últimos viajes fueron desoladores, tristes, desesperanzadores. Me esquivaba, cuando me iba a acostar se quedaba en la sala hasta altas horas de la noche escuchando música, conversando por teléfono con amigas o viendo películas con el claro propósito de evitarme.

La situación era insostenible, yo aguantaba y aguantaba con la intención de arreglar las cosas pero ellas ya no tenían vuelta y, un día lo conversamos, confeso su culpa, ¡sí estaba saliendo con alguien!

Hice el que pensaba seria el ultimo viaje de vuelta a mi ciudad, con pena, con mucha pena, con rabia, ¡me dolía su traición! y en un arranque de venganza me traje en una camioneta, que había adquirido con el fin de trabajar en algo en su ciudad, todo lo que era mio, que era todo, y lo que no pude traer de regreso lo deje, pero inconcluso. Una mesa sin cubierta, unos sillones sin cojines, en fin, tuve la reacción del macho engañado, burlado. ¡Me desquite, a mi manera , pero me desquite!

Pasaron dos meses en los que no supe nada de Concepción, trabajaba duro para no tener tiempo siquiera para pensar, me juntaba con amigos y salíamos a divertirnos, pero, siempre estaba presente la pena que no dudaba en hacerse presente mediante una canción o alguna palabra al aire.

Hasta que un día recibí la llamada que sabia me haría hacer lo contrario de lo que quería hacer o debía hacer, me negué varias veces a hablar pero al fin termine siendo convencido por un amigo para que por lo menos escuchara lo que tenia que decirme.

¡Lloraba, rogaba, se lamentaba, juraba, prometía, en fin pedía que volviera que se había equivocado y que yo era su único y verdadero amor!

Volví, hice el ultimo viaje, antes de eso envié por cargo las cosas que me había traído. Hubo sexo, caricias, regaloneos, amor, amor y mas amor y, a pesar de todo y al final de todo comprendí que la hermosa y delicada figura del amor que habíamos construido estaba trizada, fracturada y que nadie ni nada podría reparar.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS