No pidieron pasaporte.
Mi identificación original no importaba, ellos te entregaban una sin siquiera preguntarte. Me acomodaron en la silla y el viaje comenzó. La suspensión… la sentí, fuerte, flotaba, iba y venía. Fueron muchos años así. A veces lo hacía con gusto, pero la mayor parte del tiempo me disgustaba enormemente, no era óptimo para mí… pero ahí estaba, flotando en el aire nuevamente.
Sí, muchas veces tuve miedo. Quizás los de al lado tuvieron más miedo mientras yo estaba sumergida en alguna sustancia que me hacía evadir el momento. Sí, muchas veces creí que no iba a volver.
La sensación del despegue es la misma que la primera vez; el estómago se contrae, un pequeño vacío en la garganta, aferrarse a algo sería la mejor idea, pero a veces los soportes no son muy estables, aunque siempre más que una misma… qué bueno. La sensación de la primera vez de cualquier experiencia jamás se olvida, queda marcada como tatuajes bellos o esos de los cuales nos arrepentimos.
La primera vez yo la escribí, por eso la recuerdo.
No, no tengo marcas físicas, sólo el conocimiento de que hace 15 años me creía normal. Ellos me anormalizaron cuando me sentaron en esa silla y me impusieron la identificación que quisieron.
Hoy ya son 30. Y en cada despegue vuelvo con la misma sensación e intento des-pegarme ese nombre. Hoy con 30, siento que tengo la libertad de mi misma, de ir donde yo quiero porque ya no hay límites. Los viajes se repiten, voy hacia arriba y hacia abajo, pero esta vez a mi manera.
«Hay que viajar ligero(a)» dicen. Dicen tantas cosas del cómo, el cuándo y el dónde. Y aún cuando los seguí, en ningunos de mis viajes pasados acerté, nunca fue cómo querían, cuándo querían y dónde querían. No lo controlo, yo sólo despego; y siempre es más fácil el irse que el volver. Cargo mucho peso, no puedo decidir, no sé de qué me tendría que deshacer. Mis pesos no dan para cajitas de 100ml. Y yo los quiero conmigo, porque me siguen dando respuestas y nuevas versiones de ese pasaporte que me auto inventé y que aún no tiene foto; no lo quiero determinar. No quiero su etiqueta, no quiero su timbre y entonces por eso sigo viajando, bien hacia atrás. Bien al pasado; al mío. Voy hacia lo más profundo, regreso a esos 15 años, cuando mi viaje no fue de placer. No hay fotos, no hay registros orales, nadie habla de eso, como si con mencionarlo todo fuera a comenzar, es un viaje que nadie quiere rememorar. Y para mí, el recuerdo está borrado por «calmantes» y con 15 años comencé a experimentar un viaje cerebral hacia el ir y venir de las emociones; donde el dolor y la incomprensión fueron los destinos… Un viaje a lo más lejano del mundo y casi siendo expulsada de él.
Pero volví. Aterricé mal, y aún así, retomé las alas y re-partí. Porque una vuelve, porque hay algo de una que quiere volver. Porque el origen que es una misma es el mejor territorio para decidir otros viajes, donde con 30 ya decido que es en colores -bien cliché- pero decido bello, decido lindo, decido todo lo contrario a lo que esos «auxiliares de vuelo» me aconsejaron. Porque su timbre no me representa, porque podemos volar donde queramos, como queramos y cuando queramos… ah y con quién queramos.
Yo viajé de nuevo, con miedo, pero fui a buscarme… y me encontré. Era una niña, antes del primer vuelo, cuando tenía esos viajes intensos e incomprensibles. Y le pregunto, qué es lo que quisieras hacer, dónde quisieras estar. Y nos vamos juntas a otros destinos, elegimos la alegría, la emoción… Sí, a veces nos vamos a lo «negro», que sirve para darle un contraste y re-crear el viaje, pero yo lo elijo y hoy soy capaz de decidir cuando salgo y cuando vuelvo, sin presiones, con calma.
El equipaje ha cambiado un poco, no ha disminuido. La intensión de viajar sigue siendo a las profundidades, porque de ahí provengo; lo profundo de lo más bello y de lo no tanto, porque ahí me encuentro. En estos momentos ya estoy viajando nuevamente, porque si no me muevo, la vida pierde sentido. Si no me busco, no entiendo mi identidad, que no es mi pasaporte. Si no ejerzo un movimiento no pasa nada en mi vida, que es un gran juego. Nuevamente tengo lápiz y papel, también un teclado, mis viajes son en la medida de mi mente, mis emociones son mis territorios y mis recuerdos; mis paisajes, no sabemos cuándo ocurrirá y hay que estar lista y registrarlo todo.
Sí, tal como la primera vez.
Sin ese vuelo al fin del mundo no habría descubierto el poder de viajar y crear lo infinito, la eternidad.
Lo que creemos que es el destino final, puede ser también un hermoso punto de partida.
Viaja… la aerolínea nunca es necesaria.
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