un retorno imborrable

un retorno imborrable


Era un día soleado de otoño. Luego de largas trece horas, sobrevolaba tierra continental, cerca ya del aterrizaje. Estaba llegando desde Argentina a Italia y eso provocaba en mí una sensación de cosquilleo semejante a la de mi primer beso adolescente. Me sentía desandando las huellas que mis tatarabuelos impregnaron muchos años atrás en ese extenso mar Atlántico. La emoción jugaba conmigo y la felicidad y las lágrimas me inundaban por completo.

Cómo iba a imaginar que la sangre alimentaba tan profundamente las raíces del árbol familiar! En mi interior, yo estaba regresando a la tierra de pertenencia, yo volvía a Italia a pesar de no haber estado nunca allí.

Y es que mi mamá amasaba la pasta los domingos, al «puro huevo», y acostaba la escoba para colgar del palo los tallarines para que se secaran. Y ¡guai! si se cocinaban de más. Tenían que estar «al dente». Mientras tanto, se iba cocinando lentamente la salsa de tomate con vino tinto, aroma que impregnaba las mañanas domingueras. Y mi abuela, en broma cuando me retaba me decía «te zampo uno squiafo» y yo corría (se venía la cachetada, decíamos con mis hermanos). Y el nono, el pionero en tierras argentinas, amado por sus cinco hijas, sastre de profesión, era el imán de la familia. Esa familia grande, extensa, llena de hijos y nietos que cada octubre, para su cumpleaños, no podíamos faltar.

Mi pequeña Italia se fue construyendo a través de las costumbres, de los gestos, de las canciones. Mi amor por esa tierra tan lejana y a la vez tan cotidiana, fue intensificándose a la vez que envejecía, Tenía un objetivo: volver…

Y volví. Y la primera vez de ese retorno ficticio fue contradictoria y divertida. Como todas las primeras veces?

«Parlaba» italiano, al «uso nostro». En Argentina le decimos «cocoliche». Una extraña mezcla de palabras que simulan ser italiano en Italia y argentino en Argentina. Hemos castellanizado tantas palabras italianas que nos cuesta pensar que no son españolas.

Me encanta viajar. Me fascinan los lugares exóticos, aquéllos bien distintos de nuestra rutina cotidiana. En esas situaciones casi siempre nos enfrentamos, como en un espejo, con las,diversas respuestas que dan las gentes de esos pueblos a nuestros mismos problemas, a nuestras mismas necesidades. Todos comemos, amamos, nos enfermamos y también nos morimos. Y de cada lugar uno se lleva un poquito de aprendizaje.

Comprendí entonces que en ese espejo en el que buscaba explicaciones no había nada exótico. Había hecho un viaje al interior de mí misma.

Yo me volví a la Argentina, habiéndome encontrado.

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