El último beso
Habían pasado muchos años juntos. Pero esta vez quizás ya no pudiesen disfrutar más de aquellos tiempos tan añorados. Tal vez el destino estaba a punto de hacer su jugada. “Quién sabe”, pensó Miguel. El y Angelina se habían separado miles de veces por razones de trabajo y, como de costumbre, se daban lo que para ellos podía ser el último beso cada vez que se alejaban el uno del otro. Ese día el sol iluminaba más de lo normal el aeropuerto Internacional, y le daba un marco más bien veraniego para una tarde del mes de julio. Cientos de personas poblaban el hall principal y seguían la rutina diaria de arribos y partidas, alterada por la presencia de la selección nacional de fútbol que se dirigía a participar de los juegos olímpicos que se desarrollarían en algún lugar del mundo.
Mientras tanto, en la cabina del Jet todo estaba minuciosamente preparado. Una maraña de lucecitas de colores, pantallas, relojes y micrófonos formaba parte del instrumental de la nave y le daban el aspecto de un sofisticado centro de operaciones, aunque para Miguel y su copiloto no eran más que sus eternos compañeros de vuelo. Hacían casi veinte años que compartían un espacio similar. A pesar de que la empresa los rotaba en diferentes aeronaves que recorrían el mundo, miles de vuelos le recordaban una y otra vez lo que podría ser el último adiós y, por qué, no el último beso. Aquella mañana se los podía ver más enamorados que nunca, mientras se despedían en el hall del aeropuerto. Parecían dos recién casados, a pesar de que ya hacía muchos años que lo estaban. Era la primera vez que Angelina lo despedía. Nadie podría imaginar el desenlace de este viaje. O tal vez sí. Miguel esperaba con demasiada ansiedad completarlo para luego regresar y tomarse unas merecidas vacaciones junto a su compañera de hacía ya un largo tiempo atrás.
Luego de la rutinaria y rigurosa inspección, los equipos técnicos dieron la autorización necesaria para el despegue. El Boeing 707 comenzaba a deslizarse por la pista lentamente, con un leve impulso, el avión despegaba finalmente. En su interior la tripulación se preparaba para lo que no era para ellos más que una simple rutina. Miguel y su compañero, comenzaban a verificar minuciosamente el instrumental y luego de hacerlo el piloto automático se encargaba de una navegación más que confortable.
En tierra firme Angelina ha tenido una especie de presagio, y mientras se dirigía a su auto, veía alejarse a su esposo. Una sensación repentina y breve recorrió su cuerpo y su mente, a la que no le prestó demasiada importancia.Subió a su auto para emprender el regreso a su hogar. Mientras conducía recordaba el pacto que tenían con su marido desde hace muchos años. Un beso cada vez que se alejaban, aunque nunca se le había ocurrido que en algún momento pudiera convertirse en el último. Mientras tanto el avión tripulado por Miguel y su copiloto, se desplazaba a unos treinta mil pies de altura y navegaba con piloto automático. Las azafatas atendían entusiastamente a los pasajeros. Afuera los intensos rayos del sol producían un extraño contraste con el profundo azul del cielo. Miguel, sentado frente al tablero de navegación, observaba fijamente los instrumentos, pero su pensamiento lo transportaba a varios años atrás, cuando con su esposa habían decidido darse un beso apasionado cada vez que el avión partiera. “Será este el último beso”,se interrogo a sí mismo. Son aproximadamente las tres de la madrugada y ante un brusco movimiento, Miguel, estando a cargo de la nave, y mientras su compañero dormía plácidamente, intentó desesperadamente recobrar la altitud que repentinamente el avión había perdido. Los pasajeros comenzaron a despertarse y todo era un caos generalizado, Miguel no tuvo tiempo para pensar en nada más que no sea estabilizar la nave.
En su casa Angelina no ha podido conciliar su sueño y presentía que su esposo estaba en serios problemas. Una serie de difusas imágenes le pasaban por la mente y una de esas era el beso de despedida que siempre se daban.Luego por un instante creyó ver un intenso resplandor, seguido de una fuerte explosión. Todo era oscuridad y silencio. Repentinamente aparecieron ante ella una serie de ataúdes alineados en una extensa hilera. Despertó llorando y sobresaltada y, al mirar a su costado, Miguel dormía plácidamente.
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