“Así comienzan las historias de terror”, río nervioso ante las palabras de Helena y la tomo del brazo para regresar al auto sobre el camino de grava. Pero ellos ya nos alcanzaron. Con considerable fuerza, aunque sin la violencia que uno esperaría, nos llevan hasta las puertas de aquella gran casa desde donde sale música a todo volumen.

Veníamos organizando esta salida desde hace varias semanas. Ella fue la que insistió en salir justo el viernes en la tarde, después del trabajo. Conduciendo por carretera hacia el norte haríamos más de 6 horas y llegaríamos al pueblo en la Huasteca, en donde la esperarían ya en la madrugada. El trato era que yo iba a conducir su auto hasta aquel lugar y ella iba a ser la copiloto ideal. Después de un par de meses de novios no podía quejarme demasiado de ella: a veces dejaba tirada su ropa interior por todo mi departamento, y otras veces tomaba algunas drogas con las que yo no comulgo, pero no creí que fuera algo anormal.

Dentro de la gran casa todo está iluminado de un carmesí llamativo. Se trata de una gran sala circular iluminada desde el centro, muy arriba. Justo frente a la puerta hay un presbiterio con su altar, aunque no alcanzo a distinguir las figuras a la distancia. Cualquiera pensaría que se trata de un antro en medio del camino, como aquellos lugares con prostitutas de ojos tristes que alguna vez había visitado en una lejana juventud. Pero no es así. Hay más o menos una veintena de jóvenes completamente denudos y quietos sentados en círculo justo en el centro de la sala. Los hombres en pasamontañas y con armas largas nos conducen al centro del círculo de personas.

El principio fue muy lindo, reproducimos un popurrí de canciones que nos agradan a ambos, cantando a todo pulmón una amplia gama que iba desde “The Smiths” hasta “el mamarre”. Pero me traicionó, después de la tercera hora de camino la hermosa Helena se quedó dormida. Al principio quise despertarla para reclamarle su falta de voluntad y buena onda, pero no pude cuando vi sus ojos moviéndose y susurre a la obscura noche de la carretera “ya está soñando”. El problema era que ella me tenía que guiar, yo no sabía el camino y nunca me he preciado como un buen lector de mapas, ni siquiera la aplicación me salvó de perderme en las carreteras del norte.

Estamos en el centro y no sucede nada. Uno de los hombres con pasamontañas, quizás uno diferente a los que nos habían capturado, llega con un bote lleno de líquido que todos toman al instante. De cerca son mucho más jóvenes de lo que uno imaginaría. Helena está en shock, yo la abrazo fuerte pero no logro escucharla, la música es demasiado alta. Quizás esa es una de mis primeras dudas, al parecer siguen tomando del bote con líquido al mismo tiempo que comienzan una plática amena, como en cualquier centro de recreación se ríen, vociferan al oído del compañero al lado, comienzan a bailar.

La conocí en un bar del centro. Sin mucho ánimo llegué a tomar un par de cervezas con un compañero de la universidad. Después de estar tonteando un rato sentí una mano que me tomó y me llevó a uno de los espacios que permitían bailar en aquel lugar. Quizás fue aquella proeza que nunca antes me había ocurrido, tal vez fue la mirada, de esas que uno sabe que le va a joder la vida. El siguiente fin de semana ya estábamos besándonos en cada una de las bancas de Coyoacán. A veces yo me acostaba boca arriba sobre su regazo y ella metía sus dedos en lo profundo de mi cabello, después se inclinaba para besarme. Entonces yo podía ver su rostro y la luna en el cielo.

No nos tocan, pareciera que ni siquiera saben que estamos ahí, justo en medio de ellos. Observo la carita asustada de Helena y miro alrededor para encontrar alguna salida. A pesar de que tenemos la certeza de que algún hombre con pasamontañas nos va a impedir escapar tenemos que intentarlo de alguna manera, el auto está a escasos 100 metros sobre el camino de grava, no estamos heridos ni nos han hecho nada. Hasta entonces los guardianes habían desaparecido en la obscuridad en las orillas de la sala. Estamos abrazados, sobre el hombro de Helena y el olor de su cabello intento observar más allá de las sombras. Algo se mueve pero no son los rostros obscuros de nuestros guardianes. En aquella gran sala circular hay otros invitados contra las paredes en las sombras, desde ahí observan. Los jóvenes han comenzado a copular.

Helena me había comentado que sus padrinos la invitaron a una fiesta, a pesar de todo ella quiso seguir adelante con nuestros planes, sería la primera vez que íbamos a viajar juntos, iba a conocer a su familia y salir de la ciudad siempre ayuda. Cuando mi bella durmiente despertó me dirigí de la manera más atenta para hacerle saber que estaba un poco perdido. Nunca la había visto así, enloqueció y me obligó a parar en medio de la carretera. Me pateó y comenzó a correr sobre un camino de grava hasta una casa desde la que salían destellos de luz roja y música muy fuerte.

Los rostros salen con una frecuencia cada vez mayor desde las sombras. La mayoría de ellos sonríen con lascivia, otros tienen la mirada muy fija en la orgía que ocurre a nuestros pies y se tocan. Me doy cuenta de que algo está mal hasta que escucho el grito de Helena sobre la música. Uno de los jóvenes fue hasta el altar y tomó una de las figuras, ahora está destrozando la cabeza de otro de sus compañeros. Helena se suelta de mi abrazo y corre hasta la puerta, yo la persigo pero ella logra salir, a mí me cierran el paso hombres con pasamontañas.

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