El viaje de Cúrtax

El viaje de Cúrtax

Alex O Connor

13/07/2019

Cúrtax sabía que aquel era el último día de su vida.

Al menos, así lo presentía.

Ante él, se presentaban dos indomables torres de fiereza sin igual. Sus cañonazos de fuego surcaban el cielo nocturno sin reparos. Los látigos a sus costados se extendían girando, buscando una presa.

Edificios vivos.

Aquel era el final de su viaje.

Cúrtax miró a su fiel compañero, que a su lado trataba de tirar de las riendas para dar media vuelta. Era un burd, un animal con caparazón y cuernos que los de su reino utilizaban para transportarse.

Su reino…

Si hubiera hecho caso a Drada para no marcharse…

***

Un año atrás, Cúrtax había hecho su equipaje: un par de túnicas, una daga, un libro en blanco, un lápiz y su bolsa de botánico.

Al enterarse de su extraño comportamiento, Drada había corrido a su cabaña de hojas, entrando en ella con el rostro descolocado: la boca abierta, el ceño fruncido, la frente arrugada.

–¿Me puedes explicar qué se supone que estás haciendo? –inquirió con su voz chirriante.

Me voy.

¿A dónde? ¡Ningún bruda sale nunca de su aldea!

Entonces quizá sea el momento de que alguien sea el primero en hacerlo –respondió Cúrtax con la voz cansada mientras metía los últimos utensilios en su bolsa de equipaje.

No puedes estar hablando en serio. –Drada lo empujó contra la pared, mirándolo fijamente a sus ojos oscuros– ¿Por qué demonios querrías irte?

¿No me dirás que tú no estás cansada? Llevamos toda la vida aquí, escuchando lo que debemos hacer, lo que no, lo que nos deparará el futuro… ¿Para qué quiero vivir una vida que ya sé cómo acabará? Cada mañana me despierto y sé cómo transcurrirá cada segundo de mi día sin ni siquiera vivirlo. Estoy aburrido, Drada. Y harto. Quiero ser libre.

¿Llamas libertad a encaminarte a la muerte?

Al menos así habré decidido cómo acaba mi vida. ¿Y cómo sabes que es tan peligroso?

Todo el mundo lo sabe, Cúrtax –respondió antes de apretar la mandíbula.

Todo el mundo lo cree. Nadie lo ha visto.

La chica lo empujó en el pecho. Cúrtax hizo una mueca por el dolor en su espalda y su nuca. Abrió la boca para quejarse, pero se detuvo al ver cómo los ojos de Drada se cristalizaban.

¿Y qué hay de mí? –preguntó ella rompiendo el nudo en su garganta con su voz.

Cúrtax le tendió la mano.

Vente conmigo.

Drada golpeó su mano extendida, dejándole un ardiente dolor. Se giró sobre sí misma y salió de la cabaña. Cúrtax apretó la mandíbula acariciándose la palma dañada. Suspiró.

Echó un vistazo a su cabaña, despidiéndose en silencio del lugar que lo había visto crecer. Salió al exterior, encontrándose con el burd, que lo miraba lastimero.

Lo sé, lo sé…

Cúrtax acarició su cabeza escamosa antes de subirse a su caparazón, atando su bolsa en el pescante utilizado para ello.

Normalmente sólo los comerciantes viajan en burd, y sólo entre las aldeas. Nunca han tenido noticias del mundo exterior a su reino.

Hasta ahora.

***

En el camino, Cúrtax repletó su libro de pasajes sobre las plantas de otros lugares, sobre sus habitantes, sobre sus costumbres y leyendas. En todos los lugares que visitaba, estuvieran habitados por una u otra especie, todos temían un lugar en concreto: la Ciudad Viva, que según los más audaces se encontraba de camino al amanecer.

Según decían, quién se atrevía a desempeñar ese viaje, jamás volvía.

Cúrtax, movido por su escepticismo, decidió desenmascarar esos temores descubriendo qué habitaba allí. Estaba seguro que, al igual que las horribles historias que se contaban en su aldea sobre los bruda que salían del reino, eran todos cuentos para mantener el statu quo impasible.

***

Si algo sabía Cúrtax, era que iba a morir como el bruda más sabio de la historia.

Pero también como el más joven.

Durante su recorrido, había aprendido a cada paso, recorriendo caminos que abrían las puertas de su entendimiento.

Sin embargo, ahora se encontraba allí, ante esas dos torres terroríficas que le prometían su muerte. Sabiendo que si moría todo el conocimiento que había acumulado se moriría con su libro. Con su historia.

Cúrtax miró hacia atrás. Aún quedaba la posibilidad de que pudiera volver a montarse en su burd y huir por donde había venido.

Dio un paso hacia delante, volviendo a mirar a las torres negras. Había algo en ellas que le pedía acercarse. Algo que lo atraía, haciendo refulgir una fuerza en su interior que lo obligaba a seguir adelante.

Tomando las riendas del burd, caminó hacia su destino. Su corazón palpitaba tan fuerte en su pecho que apenas sabía si estaba respirando. Sus músculos temblaban y un pitido ensordecedor se había acomodado en sus oídos.

Pero él no podía dejar de caminar.

Uno de los grandes látigos pasó sobre él, a centímetros de su cabeza. Pudo sentir cómo el viento azotaba cada centímetro de su cuerpo, zarandeando sus ropas. El burd intentó huir, tirándolo al mantenerse sujeto a las riendas. Las sostuvo firme hasta que cedió a obedecer y pudo volver a levantarse. A duras penas, apoyándose en el caparazón del burd, siguió andando entre el incesante viendo que producían los látigos.

Cuanto más se acercaba, más grandes parecían las torres. Podía sentir el calor en el aire cada vez que emitían una de sus bombas de fuego, el estrépito cada vez que estallaban. No obstante, detrás de las torres no podía ver nada, sólo un fondo rojo y negro difuminado.

Parecía irreal.

Cúrtax continuó caminando al que podría ser el final de su viaje.

O quizá el inicio de uno nuevo.

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