¿Aquí comienza mi aventura? Mi aventura comenzó hace poco más de 23 años cuando, bendita sea la (in)fortuna, el aborto no estaba en su apogeo y fui a escupido a las manos de otro ente similar. ¡Vaya aventura! ¡Vaya vida!, que ni se toma el tiempo de dotarnos de instintos innatos como leer el manual de vida que también debería venir anexado al cordón umbilical. Pero… en fin. Una aventura tragicómica cuya ironía se expande excelsamente a mi alrededor y mis adentros convirtiéndose en algo inherente a mi naturaleza; desamores, traciones, amoríos que arrebatan la corona a los cometas por fugaces; triunfos académicos y derrotas económicas; ver a otros a través de una pantalla al iniciar sus aventuras en clases de Ciencias Naturales al emerger del conducto vaginal , ver morir a otros al perder la batalla adoptando una eterna postura fría despidiendo demencias incurables al converger en el trayecto final. Viajes aquí y allá, a otros países donde se disfrutan todas las estaciones, y a otros mundos donde se comparten con otros corazones. Una de esas aventuras que puedo rescatar de mi monótona y poca interesante vida tomó lugar en Las Vegas, Nevada. Era mi primer viaje a el extranjero y era un ambiente radicalmente distinto a lo que estaba acostumbrado a experimentar: luces de todos los colores por doquier, atuendos exóticos y vehículos lujosos. Todo era nuevo para mí, incluso el nivel de belleza de unos ojos cuya mirada se entrelazó con la mía tal vez por accidente. Un grupo de señoritas de características asiáticas yacía en el punto más elevado de un levemente parabólico puente y reían y disfrutaban, hasta que la vi. Sostuve la mirada un par de segundos, lo suficiente como para ser merecedor de una de las joyas más deslumbrastes y extraordinarias que hasta un pirata mataría sin dudar por apoderarse de ella: una sonrisa de una hermosa desconocida. Cinco años han pasado y aún escribiendo estas líneas la veo más presente en fulgor blancuzco de la pantalla que en mi memoria, inmiscuyéndose una vez más negándose a morir y a erigir su sepulcro dentro de mi cerebro. Me hizo sentir chispas sin tocarme, sin hablarme, sin siquiera conocernos, sin habernos visto antes… sin poseer una microscopía posibilidad de volver a vernos nunca más. Les juro que me encontraba a punto de escribir una desventura de tantas siendo oportunista para criticar la crueldad de la vida y quejarme de su injusticia como infante inmaduro, pero el amor logró crear un enredo magnánimo para abrirse paso entre mis ideas. Todo lo que escribo tiene un aire pesimista, y fatalista, y negativista, y cualquier otro adjetivo negativo de sufijo -ista, pero, al igual que la tragedia cómica, el romance también es inherente a mi esencia. Una búsqueda constante de amor por alguien, de una mujer que me ame como yo sé que puedo llegar a amar fervientemente, y que me ame sólo a mí… un corazón sincero e inocente, un diamante un bruto entre tanta réplica. Encubierto, el amor logra convertirse en material de desarrollo dentro de mis tramas homicidas o sobrenaturales, sabiendo que me niego a reconocer que quiero creer en él. Sin embargo, he descubierto otro tipo de amor, un amor que desconocía era posible. Una cosa era amar a una bella mujer que me atraía, pero otra era amar a dos o a tres; y amar también a tres sujetos que me comparten su tiempo cuando pueden, y simultáneamente amar a dos ancianos que veía a a través de la ventana del autobús y que desaparecían del radar al día siguiente: un amor por el ser humano en general. Experimentaba… experimento dolor al presenciar cómo un hombre de la tercera edad yace sentado en la acera con la mano extendida y cabizbajo pidiendo una colaboración para subsistir, incapaz de alzar la vista porque su enfermedad -sea cual fuere- se lo impedía. Experimento dolor al saber que han sido abandonados cuando ellos dieron todo por criar a quienes se suponía tenían que devolver el gesto sin hesitar. Amo a mi especie, pero ese amor es directamente proporcional al odio y repulsión que emana de mí al ver lo inhumano que puede llegar a ser el humano. Me gustaría poder contar con la bendición y el privilegio de contar anécdotas de aventuras ostentosas y jocosas llenas de lujos y risas y buenos momentos, pero, para bien o para mal, decidí creer en mi propia especie una vez más, creer en el amor que yace dentro de cada alma que me rodea y que se encuentra distante en el tiempo y espacio, y por ende sufrir al recopilar observaciones de mi entorno que hacen dudar de la evolución… Me gustaría poder haberles contado una aventura épica, con globos aerostáticos y aviones y persecuciones por selvas malditas, pero mi naturaleza se las ingenió una vez más para empujarme al borde de una cuestión más interna y entregarles una de las aventuras que recomiendo emprendan tan pronto como puedan y siempre que puedan, una aventura dentro del vasto universo del autoconocimiento. No es aquí donde inició mi historia, es aquí donde termina, y, simultáneamente, espero de todo corazón que sí inicie la tuya.
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