Que llevo toda la vida dándole vueltas al tema y no se me ocurre razón coherente que explique el “pa qué”.
No debí haber nacido solo para aliviar el escozor de una viruta de metal en el ojo de mi prima Cristi, ni para ocuparme de retirar la piel muerta de la víbora de Sebastián mientras estuvo en Thailandia. Lo de arreglar la fuga de agua en el acueducto de Segovia, no tuvo la menor relevancia en comparación con las veintes fugas que les llevo reparadas a mis colegas este último trimestre. Que si estos tuvieran que declarar por lo que han obtenido tras invertir el dinero que se han ahorrado en fontaneros, ahora hacienda andaría detrás de ellos por fuga… de capitales.
Exministros, exmilitares, expilotos y científicos han hablado de los Altos Blancos, extraterrestres venidos desde diversos puntos del cosmos para ayudarnos a salvar nuestro planeta. Ya estoy hasta las narices de las pirámides y de su relación con los marcianos, no sé si será por los ilustrados documentales que me he tragado en el DMax; por los “resumidos” programas, de los domingos por la noche, a cargo del incansable Iker Jiménez y esposa, o porque, acaso, fuese yo el marciano— uno de esos Altos Blancos, el más bajito—, enviado a la tierra hace miles de años, para ajustar la trigonometría de Chichen Itza.
Que a ver si me abducen y me lo confiesan de una vez, que algo especial tengo que tener, joder, sino, ¿pá qué?
Estando el colegio, las matrículas de honor caían, a los archivos de la tutora, como churros sobre papel anti grasa, ninguno fue para mí. A lo largo del tiempo, ellos y yo hemos coexistido a través de una intensa relación de amor y rechazo: yo los amaba, y los churros me tenían alergia.
Una Navidad, empecé a trabajar de encargado para una editorial: era el encargado de traer los cafés, de hacer las fotocopias, de recibir los reproches, de llamar a los morosos, de escribir cartas de consolación…, hasta que, el uno de Enero, tras llevar a cabo unos trámites con mi chica, ascendí a encargador. Fui quien, ese año, “encargó” el primer vuelo charter a una cigüeña. Un puto desastre. Ganaba tan poco que tuve que ponerme manos a la obra. Me convencí de que lo de las pirámides había sido obra mía, e intenté determinar el seno, coseno y la tangente al redondeado culo del bebé. Luego, me hice con un palé de servilletas de papel a un precio increíble, hallé el mínimo común múltiplo de la cantidad que debía utilizar, en sustitución de los inasequibles pañales, para que meconios y posteriores no sobrepasaran el perímetro de la semi circunferencia de su tierna y flexible entrepierna…. Los meconios anegaron el perímetro. Chichen Itza se me había dado mejor…
Mi ex chica se alió con un guapo, fornido y exitoso farmacéutico. Él le proporcionaba paquetes de pañales gratis y ella…, ella creo que también le gratificó con temas de paquete.
Juntos, se mudaron a otro país, con mi hijo, al que ahora veo una vez al año. Debería hacer algo pero, como soy un pusilánime, me abstraigo mientras espero la llegada de los extraterrestres. Albergo la esperanza de que me elijan y me abduzcan hasta su nave, envuelto en el resplandor de un foco cegador. De que me tumben en el aire de su sala de abducidos para proceder a reactivar mis partículas alienígenas. Que llevo tanto tiempo siendo hombre, que hasta puede que necesite terapia electroconvulsiva. Les diré que insistan, que no se rindan, que sí, que dentro de esta masa, peluda y deformada por la cerveza y la morcilla, hay uno como ellos. Que insistan, que aumenten el voltaje, el magnetismo, la trigonometría, o lo que quiera que ellos usen. Que para lo que hay que perder…
Cuando consiga que una sola partícula de mí vuelva a ser extraterrestre, daré por ganado mi churro. Trasmitiré a ese niño toda la sabiduría de mi átomo alienígena. Ese será mi legado…, porque “sino, ¿pá qué?”.
Dicen que la llegada será en Julio. Estaré preparado, de hecho, haré una copia de esta carta para los mandatarios de la tierra y otra para los de la extratierra.
<<Chicos, no quiero que empecéis a dar vueltas al planeta buscándome. Sabed que estaré esperándoos. Me reconoceréis por mi típica actitud antisocial, anodina y apática. Sí, ya sé que he cambiado mucho. Ha sido un duro conseguir que me gustase la cerveza; poder hablar de los demás sin pelos en la lengua; gastar horas en youtube sin pensar si eso afecta a los agujeros negros; a burlar a hacienda; a usar la esgrima emocional ante los contratiempos; a sortear las migrañas semanales, los efectos adversos de los medicamentos y a apreciar los pequeños momentos a pesar de las opulencias de los demás. En fin, que sepáis que, en el fondo, todo lo hice para olvidar el “sino, ¿pa qué?”.
Como ven, señor exministro, exmilitares y científicos, es fácil deducir que no pertenezco a este planeta y que, probablemente, yo sea la pieza clave, el eslabón perdido entre esos Altos Blancos y ustedes, los que tienen clara su misión, los que hacen de la muerte la razón de vivir. Como si hubiese diferencia. Los que, por azar o tesón, aprendieron la trigonometría en el parvulario, rodeados de churros desde el momento harina. Ustedes, los que andan siempre con una incógnita que resolver, y, lo que es más difícil, sin perder la motivación y el entusiasmo de dar con la fórmula matemática que desentrañe el misterio de esa nueva letra griega. Eso soy yo, señores, no una letra, sino toda una tragedia, una línea evolutiva cuyo ADN se ha soltado por uno de sus lados y peregrina descolgada en un vacío atemporal, buscando desesperadamente dos cosas: el contacto extraterrestre y a la maldita cigüeña que fletó el vuelo equivocado, y, es que yo, por razones que aun no entiendo, nací con dos trompas y ningún testículo…>>
OPINIONES Y COMENTARIOS