Vacaciones. ¿Quién no desea salir de vacaciones? Alejarse de las grandes ciudades por un momento, disfrutar del mar o el campo, o cualquier lugar menos estar en su casa. O a lo que muchos llamamos «romper la rutina». Si bien, lo que se espera de las vacaciones sobre todo cuando tienes 15 años de edad, es todo menos estar encerrado en un cuarto de un hotel con tus padres observando cada movimiento que como buen chico o chica adolescente haces. Pero estas fueron mis últimas vacaciones con mis padres. Todo estaba planeado, viajaríamos a Puebla uno de los 36 estados que conforman México. ¿Pero no en autobús?
Como era de esperarse, si no en Tren. El tren no era precisamente la forma más rápida de viajar, ya que para llegar a puebla en tren se hacían dos días de camino desde la estación de Rio hondo hasta Puebla. En aquel entonces yo no me hubiera imaginado que el tren en el que viajaríamos daría su último recorrido, ya que dos años más adelante sería vendido a una empresa extranjera y los viajes turísticos en tren terminarían, siendo este el último viaje con pasajeros que se realizaría, por este motivo, el tren en el que nos tocó viajar, llevaba una maravillosa sorpresa y que era el carro comedor, pero no ¿Cualquier carro comedor? El carro comedor que había utilizado don Porfirio Díaz.
¡Oh por Dios!
Pensé cuando lo estábamos abordando, era impresionante verlo por fuera, todo adornada pintada a mano en oro, se notaba su buen gusto por fuera el color negro radiante, con detalles en rojo carmín y dorados, en verdad era una belleza. Ya adentro tomamos nuestros asientos, mi papá, mi mamá y mi hermano a quien he de recalcar le encantaba viajar en tren. El y mi padre se fueron a recorrer los vagones, mientras mi mamá y yo nos sentamos en nuestros correspondientes asientos, yo pedí como es de suponerse el lado de la ventanilla para ir mirando los paisajes que pasaríamos.
Después de media hora partimos rumbo a Puebla, ya todos acomodados en nuestros asientos, pasamos muchos lugares interesantes, algunos pueblos, varios sembradíos ya al salir de la ciudad y comenzó el espectáculo de montañas y túneles que suelen verse cuando viaja uno entren, el movimiento de cada vagón, los sonidos de la locomotora, el sentimiento de melancolía y alegría que se mezclan irremediablemente en ese sentido de historia y vivencialidad ¿Cuantas personas han viajado aquí? ¿Cuantas historias mezcladas?
¡Sí, mezcladas! Estaba en esa meditación, cuando una señorita nos dijo que a las 9 de la noche servirían la merienda en el carro comedor…
¡En verdad cenaremos en él!
A lo que la joven me respondió que sí. Fue entonces que ya no pude contener mi euforia, eran las 7: 45 y las restantes horas y minutos, mi mamá tuvo que aguatar mi larga perorata sobre la revolución mexicana y el porfiriato en México. Fue así que mi mamá me contó la historia de su tía. A su tía la apodaban Mariela la de la casa roja. ¿Porque la razón muy simple? Unos chamacos en el pueblo de Michoacán de donde es originaria mi mamá, en señal de burla por su aparente locura decidieron pintarle su fachada, por malicia, de color rojo. Fue así que era apodada como Doña Mariela la de la casa roja.
Mi mamá me platico que su tía había estado y pertenecido a la sociedad alta de Michoacán del porfiriato y que aún conservaba baúles enormes de piel repletos de vestidos de aquella época y botas con cordel que ataba hasta más arriba de su pantorrilla.
– ¿Porque se volvió loca tía Mariela mamá? (Le pregunte)
– Lo que sucede es que ella tenía a su esposo y a su hijo, ellos venían de México en donde se habían ido a vivir mucho antes de regresarse a Acuitzio del Canje Michoacán, Eran de una familia acomodada así que tu tía lo tenía todo, más cuando comenzó la revolución tanto su esposo como su hijo fueron llevados a la fuerza a participar en la revolución. Y cuando se enteró tu tía que habían matado a su esposo ella enloqueció.
-Y ¿Que paso con su hijo?
-Su hijo Raimundo, quedo lisiado de las piernas y cuatro años después falleció en su casa de ella, después de la muerte de su hijo, ella intento incendiar su casa, a lo cual tu abuelo fue advertido por las autoridades del pueblo y llego a sofocar el incendio, desde aquella ocasión los chicos del pueblo le pintaron su casa de colorado, en símbolo de lo que ella había hecho.
-¡Oh, ya entendí por que le pintaron su casa!
-Sí así fue.
El silencio se hizo presente todo entremezclado con el sonido de las ruedas de metal que hacían con las vías del tren y los durmientes que las sostenían. Yo estaba tratando de asimilar todo cuando la joven llego y nos invitó a pasar al carro comedor. Ahí cenamos todos, el carro comedor tenia duela como piso, y sillones amplios con pequeñas mesas largas que lo conformaban, unas lámparas de cristal dividiendo cada una de las ventanas que lo conformaban, ahí cenamos, la gran mayoría de pasajeros asombrados por la belleza de aquel peculiar Vagón de tren. Después de cenar y platicar con mis papás de ¿En dónde nos hospedaríamos al llegar a puebla? y ¿Cuantos lugares visitaríamos? Nos retiramos de la mesa para ir a dormir en nuestros respectivos asientos.
Casi no pudimos dormir, entre el movimiento del tren, y la emoción la noche se volvió pequeña. Desvelada pero contenta mire el amanecer en las ventanas de aquel tren, el más hermoso amanecer de toda mi vía, entre montañas el sol naciendo de la oscuridad del alba.
Después de varias horas, nos llamaron a desayunar en el carro comedor, nos sirvieron fruta, jugo de naranja y homelett. Como a las 3 el tren llego a la estación de Puebla, siendo este mi último viaje en tren.
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