Después de la tormenta

Después de la tormenta

Laura miró por la ventana de su cuarto. No vio ninguna nube en el cielo ¡porfín! Dejó el paraguas y salió a esperar el tranvía para ir a su cita. Muy pronto lo vio llegar. Se subió y como había pocos pasajeros, una vendedora ambulante se le aproximó: 
-Disculpe, ¿por casualidad desea un paraguas? 
Laura observó atentamente el paraguas amarillo, le pareció bonito pero no respondió. Buscó más bien un asiento en el tranvía y encontró dos al fondo. La mujer la siguió, se sentó a su lado y volvió a ofrecerle sus productos. Laura no respondió. Insistió tanto que Laura se vio obligada a contestar: 
-Deme el amarillo, porfavor.
Después le pagó a la mujer, metió el paraguas en su bolso de siempre y siguió conversando tranquilamente con ella. Había algo en la voz de la mujer que la invitaba a hablar, que la tranquilizaba y además sonreía de una forma tan agradable que Laura se sintió en total confianza y olvidó que iba a una cita.  
-Aquí se baja- con suavidad la mujer le tendió otro paraguas-. Coja este azul y ábralo cuando lo necesite. 
Laura caminó a lo largo de la calle: hombres y mujeres lloraban bajo la lluvia cargando en sus hombros un ataúd. Laura se acercó al féretro, observó su interior y descubrió su propio cuerpo adentro. Entonces gritó con todas sus fuerzas: -¡No! ¡No soy yo! ¡No! ¡Yo estoy aquí y estoy viva! ¡Mírenme!!! Después, viendo que las personas penetraban en un cementerio sin escuchar lo que decía, abrió el paraguas azul que la mujer le había dado y se encontró sentada de nuevoen el tranvía.   
-¿Qué tal?
-¿Por qué me obligó a bajarme en esa estación? 
-Yo no la he obligado...
-¿Cómo que no? 
-Usted me habló de su familia...
-¿Pero si me dio este paraguas azul y...?
-Usted me contó de su muerte, de su entierro y entonces se bajó.
-¡No estoy muerta, estoy viva, míreme!-Laura se levantó del asiento. 
-Lo sé.¿Es por eso que se subió a este tranvía, no es cierto?
-¡Pero si lo cojo todos los días!
-¿De verdad?  
-¿Cree que acaso no sé dónde vivo, que no conozco esta ciudad? 
-¡Está segura? 
-¡Por Dios! ¡Aquí nací y aquí moriré!
-¿Ah, sí? Entonces bájese en la próxima estación, coja este paraguas rojo y ábralo si lo necesita. 
Cuando Laura descendió del tranvía, percibió a lo lejos a un grupo de mujeres bajo la lluvia que la invitaba a acercarse. Lentamente se aproximó a ellas, poco a poco comprendió que todas llevaban el velo, paso a paso su cuerpo se unió al grupo y desapareció dentro de él: no tuvo más boca para hablar, más ojos para mirar, más piernas para huir. Atrapada en ese meandro, iba asfixiada por una comunidadde cuerpos que la arrastraba a la fuerza hacia una plaza. Laura abrió inmediatamente el paraguas rojo y se encontró de nuevo en el tranvía.    
-¿Por qué me hace esto? ¿Quién es usted?-
-Pero, ¿De qué habla? Yo sólo le he ofrecido los paraguas que vendo, soy vendedora de paraguas. Además, entro muy fácilmente en confianza con los clientes. Es por eso que  me cuentan su vida y yo les doy los paraguas que les corresponden.
-¡No, usted es otra persona! ¡Usted me hace olvidar quién soy, dónde vivo, adónde voy! 
-Porfavor, cálmese...Sólo estoy sentada a su lado, conversando. Usted me dijo que iba a una cita y... 
-¿Una cita!?  -Sí, eso dijo.
-¿Con quién? -Con Laura, Laura Quintero.
-¿Laura? ¿Laura Quintero? ¡Laura Quintero soy yo! 
-Fin del trayecto-profirió una voz por los altavoces-.Estamos en la estación Laura Quintero. 
Bajó sola del tranvía: la mujer ya no estaba. Miró a su alrededor  y reconoció la Plaza de la Memoria, el Museo de las Lapidadas, la Estatua de Laura Quintero. Después sintió la lluvia que caía sobre su cuerpo y recordó la escena: los ojos vendados, las piedras impactando en su cuerpo,la pérdida del sentido, su aniquilación. Entonces sacó de su bolso de siempre el paraguas amarillo y lo abrió. Se encontró de nuevo en el tranvía, mirando por la ventana. Afuera, bajo la lluvia, la mujer le decía adiós entre la multitud agitada.

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