De viaje se fue mi perro a los 4 años, de viaje se fueron mis tíos cuando tenía 6 y medio, de viaje se fue mi mejor amigo a los 9.
Los imaginé en las plazas de Madrid, corriendo por los famosos jardines de París, comiendo en las grandes avenidas de Nueva York o simplemente metiéndose al mar frente a Cancún.
Funcionó por un tiempo, hasta que me di cuenta que nunca regresaban. Viví día tras día, año tras año, con la esperanza de que ellos volvieran pero jamás lo hicieron.
Ahí, entre sábanas, pesadillas y terrores nocturnos estaba yo, en medio de todo ese remolino, sollozando y preguntando el por qué jamás se despidieron.
Es difícil vivir engañado durante tanto tiempo y darte cuenta de un momento a otro de la verdad.
Ojalá me hubieran dicho que el señor José, mi vecino, atropelló a mi perro por salir enojado de su casa tras la petición de divorcio de su esposa.
Ojalá me hubieran dicho que mis tíos, Roberto y Julia, murieron en un accidente de tránsito en la carretera a causa de un trailero que después de 20 pericos se quedó dormido.
Ojalá me hubieran dicho que Carlos, mi mejor amigo, tenía cáncer en etapa terminal y que lo único que quería era hacer sus últimos días los más memorables.
Y después de tanta verdad, la realidad pego tan duro que me hizo preferir verlos de viaje hasta el final de mis días.
Bon voyage.
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