¡Cállate!… Dijo Gabriela mientras no paraba de reír. Es un poco cruel tu broma, dejemos a la parejita en paz al mismo tiempo yo miraba el reloj.

Estaba aburrida es que no era posible Mara, Carlos, Samuel, Fátima y Tania no apresuraban su paso y el bus ya estaba por salir.

Eran las tres de la mañana, estaba con sueño pero me emocionaba tanto el hecho de llegar a Canchaque pues tomar fotos a la sierra Piurana es el mejor trabajo que nos han dejado hasta el momento.

Carlos se sentó junto a mí como era de esperarse recién habíamos empezado una relación sentimental, ambos muy ingenuos en la vida.

– Un chocolate para que endulces la vida, comentó mientras yo lo miraba extrañada pues a esa hora no me lo iba a comer.

Recosté mi cabeza, en su hombro y dormí unos minutos hasta que el carro freno en seco y desperté.

Él iba mirando mis lunares detenidamente a la vez observaba la oscuridad del camino.

– Le dije, ves a lo lejos, se divisa una luz blanca.

– Sí, pero que de raro tiene.

– Es una alma en pena, buscando quien la ayude a regresar.

Entonces, Mara qué no se dormía, agregó:

– es el duende que viene por tu chocolate.

– Jajaja, solté una carcajada mientras los demás nos gritaron pues no los dejábamos dormir.

Nos quedamos despiertos y vimos nuestro primer amanecer juntos, quien diría que serían muchos más.

Llegamos, casi a las siete de la mañana. Todos bajamos apresurados en búsqueda de baño y un lugar para quedarnos.

Ya en la plaza, unas señoras nos dijeron que no habían hospedajes por la fiesta en honor a San Judas Tadeo, patrón del pueblo.

-Muchachos, suban la cuesta y ahí está el hospedaje de mi comadre, de aquí a tres casita no más y van a ver que les alquila.

_ Gracias, señora. Repetimos en coro.

No saben lo loco que fue esa búsqueda, nunca crean cuando en la sierra les dicen aquísito no más.

Lo peor de todo fue que no encontramos ni un solo cuarto.

– ¡CORRAN, Ya ENCONTRAMOS! . Todos nos paramos nuevamente en la plaza.

Manuel, comentaba que había encontrado un hospedaje vacío y barato.

– Chicos, ya está. Super barato 10 luquitas. Frente a la plaza y no hay nadie.

Unas señoras, regorditas y bajitas se nos acercaron afirmando, no alquilen allí pues no los dejarán dormir.

– Hola, ¿quieren un cuarto?…

– Sí, claro.

– sólo será por hoy pues el bus sale muy temprano y no avanzamos a tomarlo.

– Diez soles, por cuarto.

Alquilamos 4 recámaras dos para mujeres y dos para hombres.

– Vamos a tomar desayuno. Dijo Mara. Muero de hambre.

Síiiiii, por favor. Comenté.

El aire hacia sentir los pulmones amplios, enormes, lo verde parecía un sanguche vegano. El aroma del café recién pasado llegó a la mesa, con el olorcito a panela.

Todos pedimos pan con jamón de cerdo y cebollita picosita.

Era hora de empezar la travesía.

¡VAMOS A CAMBIARNOS! Dijo Manuel, tan fuerte que nos quedamos mirando.

Entramos en fila india al cuarto, subimos a nuestras habitaciones. El piso crujía pues no les había contado que era una casona vieja con bastantes desperfectos y camas de paja. Nada de tecnología más que focos con luz amarilla.

¡Selfie, selfie, selfie! Decíamos mientras caminábamos rumbo a los Peroles.

– Esta medio siniestro el hotelucho. Afirmó, Fátima.

– Mejor para grabar de noche. Dijo Manuel.

– Con lo valiente que son los hombres, dije.

– Ya vas, amor. Comentó Carlos. Yo te defiendo.

– uhhhh… Gritaron todos.

– Allá Manuel, quiere que lo defiendan.

Todos nos echamos a reír, de manera literal puesto que llevábamos caminando buen rato y encontramos un pampón tipo cancha, y no nos quedó más que acostarnos.

Pasamos un buen rato en los Peroles, buenas tomas, selfies y todos empapados.

Pantalones arremangados, polos mojaditos, y cada pisotón dejaba huella.

¡A bañarse mogozos! Gritó Tania.

¡PUM! ¡PUM! sonó en el balcón al cual nadie tenía acceso. Alguna piedra pensamos, aunque nos quedó la duda.

– ¿Vamos a salir a cenar?, pregunté.

– sí, amiga. Mara dice que si ya te dio la sorpresa, tu amor.

– No, Gabriela. ¡Cuéntame, que te ha dicho!

– Nada, nada. Solo quería que los dejemos a solas.

Cuando nos estuvimos duchando escuchamos muchos más ruidos, como bolinchas en el piso y pasos.

Por eso, aunque no lo crean nos bañamos las mujeres juntas. Los hombres hicieron su laberinto pero de dos a dos se ducharon, espalda con espalda dicen ellos.

En la plaza, después de una ensalada rusa fría, nos sentamos a tomar emoliente calientito.

Carlos aprovecho la oportunidad y me regalo un reloj que aún conservo.

Regresamos todos al hospedaje, a intentar dormir.

_ ¡PUM, PUM! Nos tocaban la puerta, a las mujeres.

– ¡No friegen, carajo! Gritamos.

Apresurados abrieron su puerta y pasaron al otro lado, no fuimos nosotros también tocaron nuestra puerta.

– ¿Nos quedamos acá? Todos juntos estaremos más seguros.

– Ya pues, tiren colchones al piso y ahí duermen. Nos dimos con la sorpresa que el colchón estaba con sangre en la parte de abajo y salimos corriendo a otro cuarto que sin saberlo tenía otra puerta dentro de éste.

Todos recostados en grupos, con Mara y Gabriela solo supimos decir, chicos recemos para que no nos pase nada malo.

Cruel fue el destino, que parece que antes los llamamos. ¡ PUM! ¡TOC TOC!¡AGU, AGU, AGU! ¡AHHHHH! Los gritos eran intensos teníamos el corazón acelerado habíamos entrado en pánico sin saber que hacer.

Al mismo tiempo, pasos de un niño y risas en el balcón nos habían transformado en presas. Rezando, pasaron las horas siendo las 5 Am, agarramos todos nuestras mochilas y salimos corriendo de ahí.

Por eso, recuerden cuando visiten canchaque no paguen barato, si quieren dormir sino alguna alma estará esperando por ti.

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