Noches blancas (relato infraordinario)

Noches blancas (relato infraordinario)

María Rodríguez

23/03/2023

Hace más de una hora que observo la farola de la esquina alumbrar las baldosas del suelo con fijeza. La ventana desde la que miro viste una cortina blanca y traslúcida, con una textura que me permite ver a través. La tela pesa sobre mi cara cuando me muevo, de la misma manera que se sienten las caricias y el aire. Rozo el tejido de izquierda a derecha con la punta de la nariz y el tacto me resulta ajeno, como si no fuera mi nariz. Calmo las cosquillas con mi dedo índice y me detengo a observar la yema posada en un trozo invisible de mi cara. Bizqueo la mirada y alcanzo a ver mis fosas nasales desenfocadas.

Vuelvo la vista a la luz de la farola que sigue alumbrando de forma cruel al vacío. Los adoquines de la calle lucen viejos, no parecen tener fuerzas para seguir siendo blancos entre tanta hoja reseca, pisadas y grietas. Hasta el patrón de dibujo que los une está tan desgastado que ya casi no parece un patrón. Afino la mirada intentando entrever algo en la zona donde la luz no rebota y fallo. La oscuridad mancha cada parcela de la calle. Afino también el oído y sólo me responde el silencio nocturno formado por los cantos de los grillos y los crujidos de las paredes.

¿Y si le ha pasado algo?

Este pensamiento me deja sin aire un momento y tengo que carraspear. Durante unos segundos inspiro y expiro con conciencia desusada hasta que vuelvo a automatizar el proceso. Se me seca la garganta y tengo, también, que salivar a propósito durante un rato. Empieza a dolerme el pecho, tengo que calmarme. Puedo escuchar a mi corazón en alerta bombeando sangre con fuerza y tengo que recordarme que no puedo salir corriendo a buscarla porque no sé dónde está. Cubro mi cara con mis manos frías y el contraste me ayuda a distraerme. Ralentizo mi respiración, trago saliva y noto cómo la segregación de adrenalina disminuye un poco. Cuando me quito las manos de la cara por fin la veo aparecer con paso firme bajo la brillante luz de la farola y, en un suspiro, todo vuelve a la normalidad y yo me vuelvo a la cama.

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