Relato infraordinario
En el ascensor coincidió con Manuel, el vecino del quinto.
– ¿Qué tal, Marisa? – la saludó él – Parece que empieza a mejorar el tiempo, ¿eh?
Marisa sonrió. En las conversaciones incómodas con desconocidos, a medias o enteramente, era donde lo ordinario, por ser común a todos, se hacía importante. Ella, que apenas tenía conversaciones de otra clase, había aprendido a apreciarlas. Era ya experta en encontrar temas comodín capaces de inducir a conversar.
– Eso parece – replicó sonriente–. De todos modos, para bien o para mal, a nuestros años los cambios de tiempo duelen en lo huesos.
– ¡Y que lo diga! La rodilla me avisa, no necesito poner “el tiempo”.
– ¡Ésos! iSi no aciertan nunca! – incitó Marisa.
– ¡Yo les quitaba la sección!
– De todos modos, todo lo que dicen en la tele es igual: ¡todo mentiras! – subió la apuesta.
Manuel no podía estar más de acuerdo. Marisa sabía lo que se decía. Por desgracia, el viaje en ascensor había llegado a su a fin y, al parecer, la conversación también debía hacerlo.
– ¿Y qué me dice de esta gotera de aquí? – le preguntó ella antes de que se marchara.
– Lleva semanas. Yo ya me he acostumbrado al sonido del goteo. La peor parte se la lleva la de la limpieza, cambiando el cubo todos los días.
Ambos rodearon el susodicho cubo con cuidado, dibujando una curva en su camino hacia la calle.
Dos meses después, Marisa volvió a coincidir con Manuel. Esta vez, ambos se encontraron en la puerta del portal, de vuelta a casa.
– ¡Vaya frío hace hoy!
Marisa pensó con tristeza que aquel hombre tenía una gama muy limitada de temas para conversar.
– Sí, fíjese que no daban mal tiempo para hoy y lo que llueve…
– ¡Yo les quitaba la sección! – arguyó él, calcando las palabras de la última vez que hablaron.
Marisa sonrió para sus adentros.
Antes de llegar al ascensor, Manuel dibujo una curva en su camino. Marisa no lo hizo, porque la gotera hacía semanas que había sido arreglada y el cubo que Manuel evitaba ya no estaba allí.
El gesto no pasó desapercibido para ella, que pensó que, definitivamente, aquel hombre no prestaba atención a nada.
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