Ese musgo adherido a este árbol caduco que observa es mi culpa.
Musgo que cambia de color como el enmascaramiento de un lucha por no ser vencido.
Culpa que necesita del dolor, del desprecio, de la indiferencia para cambiar, al igual que el musgo necesita la humedad, la luz del sol y la acidez del suelo, para cambiar de color, para pasar del verde oscuro al tono más dorado.
Cambios que producirán en mí una nueva tonalidad, pigmentos que no dejan de ser una adaptación a mi entorno, para continuar aquí, para avanzar, en definitiva para, como este musgo que me observa, sobrevivir.
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